Matachines (México)
La Danza de los Matachines –o Danza de los Matlachines, según las variantes regionales– trasciende la mera catalogación como baile folklórico para erigirse como una de las manifestaciones rituales más perdurables, extensas y fervorosas del patrimonio cultural inmaterial de México.
El origen etimológico de la danza, proveniente del italiano mataccino (relacionado con el latín mattus, “loco” o “bufón”) o posiblemente de raíces árabes (matauchihin, “enmascarado”), establece su indiscutible raíz europea. En el Renacimiento, el mataccino era una figura de la mascarada y el teatro callejero, un danzante grotesco y enmascarado que ejecutaba pasos vigorosos, a menudo simulando combates con espadas de utilería.
Cuando los evangelizadores (principalmente jesuitas y franciscanos) llegaron a la Nueva España a partir del siglo XVI, se enfrentaron a la dificultad de erradicar el sentido ritual de la danza, que era la vía fundamental de comunicación de los pueblos prehispánicos con sus deidades. La estrategia adoptada no fue la prohibición total, sino la superposición cultural. Se introdujeron danzas narrativas europeas, como las de Moros y Cristianos, y la Danza de Matachines, las cuales dramatizaban el triunfo del cristianismo.
Los misioneros utilizaron el mataccino por su carácter de espectáculo llamativo y por la facilidad de adaptar su estructura de “cuadrilla” a un formato de adoctrinamiento. Lo que el indígena tomó, sin embargo, no fue la comedia europea, sino la fuerza y la estructura grupal del movimiento, reinterpretándola a la luz de su propia cosmovisión. El baile de los Matlachines se despojó de su comicidad original y se invistió de un sentido de sacrificio, ofrenda y deber religioso.
En regiones como la Sierra Tarahumara de Chihuahua, la danza se integra profundamente en el ciclo ceremonial Rarámuri. Allí, el acto de “bailar matachín” es considerado un trabajo ordenado por su dios supremo, Onorúame, cuya ejecución es necesaria para mantener el orden cósmico y la continuidad de la vida. Este concepto eleva la danza de un mero acto de fe a una responsabilidad cósmica que debe cumplirse a través de un esfuerzo extenuante y sin tregua.
La ejecución de la Danza de los Matlachines es un espectáculo de resistencia y precisión, estructurado con una disciplina casi militar que requiere un profundo conocimiento de los sones y las pisadas.
• Las Cuadrillas: La danza se organiza en dos filas paralelas de danzantes (o la formación de un círculo en el caso Rarámuri), creando un esquema de dualidad y simetría que es fundamental en la coreografía.
• El Monarca o Capitán: Lidera la cuadrilla y es el depositario del conocimiento de las secuencias dancísticas. Él inicia y guía las transiciones entre los sones, que pueden ascender a decenas, cada uno con pasos y figuras geométricas específicas.
• Los Sones y Pisadas: El corazón de la danza es el zapateado vigoroso y percutivo, con dobles y triples remates. A diferencia de otros bailes, en el Matlachín el pie golpea el suelo con fuerza, lo que no es un simple acompañamiento rítmico, sino una forma de ofrenda a la Tierra y un acto de purificación a través del esfuerzo físico. Las figuras geométricas ejecutadas van desde círculos y cruces hasta complejas cadenas y serpentinas, que llenan el espacio ceremonial.
El vestuario del Matlachín es uno de los más ricos en simbolismo y colorido del folclor mexicano, combinando elementos prehispánicos y coloniales.
• El Penacho (Corona o Monterilla): Es la pieza de mayor esplendor y visibilidad. Su confección, a base de espejos, cuentas, plumas teñidas y listones multicolores, tiene profundas connotaciones. Los espejos reflejan el sol y el cielo, evocando lo divino, y sirven para ahuyentar a los malos espíritus. Las plumas son una clara reminiscencia de los guerreros aztecas y chichimecas, significando autoridad, prestigio y el vínculo con el mundo aéreo.
• La Nagüilla: La faldilla, a menudo de terciopelo o satín, profusamente bordada con iconografía cristiana (imágenes de la Virgen o la cruz), cubre una calzonera sencilla. El uso de esta prenda evoca las faldas de los guerreros, pero el bordado la vincula directamente con la devoción católica, cerrando el ciclo del sincretismo.
• La Utilería: El danzante porta su identidad en las manos: la Sonaja (el instrumento de la oración o el llamado) y el Arco o Palma (el arma del soldado de la Virgen o el símbolo del martirio).
La música de los Matlachines es hipnótica y repetitiva, una estructura que facilita la concentración y la resistencia física prolongada de los danzantes.
El acompañamiento musical más tradicional en el Norte y Centro de México es el Violín (que asumió el rol melódico de instrumentos de viento como la chirimía) y la Tambora o Tambor (sustituto directo del teponaxtle prehispánico o del tambor militar español). La melodía es sencilla, mientras que el tambor provee una base rítmica constante de dos o cuatro tiempos.
Los Matlachines “bailan por promesa” (manda). La combinación del violín, el tambor y la cascada incesante de las correlleras crea un ambiente sonoro envolvente, que sume al danzante en un estado de trance y agotamiento purificador. Es la banda sonora de la penitencia y la ofrenda.
El Viejo de la Danza (o Chapeyoko en Chihuahua) merece una mención aparte por ser el ancla directa al origen bufonesco europeo y al mismo tiempo, el elemento de orden ritual.
Este personaje lleva una máscara, a menudo de madera o piel, que rompe con la seriedad del Matlachín. Su vestuario es burdo y puede llevar una fusta o látigo. Sus funciones son cruciales:
En un acto de liberación ritual, el Viejo satiriza los acontecimientos del pueblo, se burla de las autoridades o interactúa con el público mediante juegos y bromas. Esta función cómica es un elemento de equilibrio dentro de la rigidez ritual, permitiendo la integración de lo profano en lo sagrado.
Es la representación consciente de los orígenes de la danza. Es el “loco” que, al margen de la devoción formal, recuerda la naturaleza errante y teatral de la figura europea original, dando licencia al resto de la comunidad para la expresión de la alegría.
La Danza de los Matlachines es, en definitiva, un acto monumental de memoria colectiva y resistencia. Es una tradición que ha sobrevivido a siglos de imposiciones culturales, logrando transformar una herramienta de adoctrinamiento en una de las expresiones más auténticas y sentidas de la fe y la identidad mestiza e indígena de México. Es un rito donde la fe se suda, donde la historia se zapatea y donde el pasado se honra con cada repiqueteo de cascabel.
Fuentes:
• Revistaimagenes.esteticas.unam.mx
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