Bajo




A lo largo de la historia se han desarrollado varias maneras de clasificar la voz. En un principio no existía prácticamente separación en lo que hoy se conoce por voces de Bajo y Barítono. Bach, por ejemplo, escribió sus Cantatas y Pasiones para una voz masculina grave o baja. No obstante, para un Bajo agudo. De ahí que la mayoría de los Oratorios y Cantatas para Bajo sean interpretadas hoy por Bajo-Barítonos o Barítonos legítimos.
Al contrario: durante la primera parte del siglo XVIII (desde 1709 hasta 1729), Händel compuso sus famosas “Arias de rabia” para un notable bajo italiano con una extensión más bien baritonal (del Sol grave al Sol agudo): Giuseppe Maria Boschi. Y a partir de 1730 contrató al magnífico basso vero veneciano Antonio Montagnana como su bajo principal. Montagnana, discípulo de Nicola Porpora (quien a su vez era discípulo de Alessandro Scarlatti), era contemporáneo, colega y amigo del gran castrato Carlo Broschi, mejor conocido como Farinelli. Para Montagnana, con una extensión de dos octavas (de Fa grave a Fa agudo), Händel escribió su más hermosa música para bajo, como las Arias “Lascia amor” y “Sorge infausta”, de Zoroastro en la Ópera Orlando.
Mozart fue uno de los primeros en diferenciar en sus Óperas a los Bajos Profundos, dramáticos (como Sarastro) o bufos (como Osmin) de los Barítonos (como Papageno). Claro que Mozart escribió también partes graves que podían ser interpretadas tanto por un Bajo como por un Barítono. Puede recordarse los papeles de Don Giovanni, el Conde, Fígaro e incluso Leporello.
Cuarenta años después de Montagnana, surgió uno de los bajos más importantes de finales del siglo XVIII, con una voz realmente excepcional, de dos octavas y media (desde el Re grave hasta el La natural), el alemán Karl Ludwig Fischer, el gran Komischer Bass para quien Mozart escribió el papel de Osmin en “Die Entführung aus dem Serail”, así como varias Arias de Concierto como “Così dunque tradisci...” y “Alcandro, lo confesso...”.
Diez años después de la muerte de Fischer, en 1835, comenzaba el reino de un cuarto de siglo de los grandes bajos de la era del Bel Canto: Luigi Lablache (1794-1858), y Antonio Tamburini (1800-1876). Su repertorio principal fue el de las Óperas Buffas del trío Rossini-Donizetti-Bellini. La asociación cercana de estos dos cantantes de voz grave durante un cuarto de siglo fue lo que también contribuyó al surgimiento en Italia de dos categorías de voz distintas en el Bel Canto: el Barítono y el Bajo.
Tamburini, con una extensión de Do grave a Sol agudo, era en realidad un barítono con muy buenos graves, mientras que Lablache, con sólo dos octavas (del Mi grave al Mi agudo) era un Basso Cantante. Así, por ejemplo, en una representación de “El barbero de Sevilla”, a Tamburini le tocaría cantar el rol de Fígaro, mientras que Lablache interpretaría a alguno de los Bajos Buffos: el Dr. Bartolo o Don Basilio.
Con los grandes roles verdianos para Barítono y Bajo (Nabucco y Zaccaria, Simon y Fiesco, Felipe II y Rodrigo) y los franceses, como Don Quijote y Sancho Panza, no sólo murió la era del dominio de los castrati, sino que se afirmó la competencia de los Bajos y Barítonos contra el predominio exclusivo del Tenor como héroe masculino indisputado de la Ópera del siglo XIX.
Esta fue la “era dorada” de los Barítonos y Bajos franceses, encabezados por Jean-Baptiste Faure (1830-1923), quien interpretaba los roles de Mefistófeles, Escamillo y el Gran Sacerdote de “Sansón y Dalila”, y Victor Maurel (1848-1923), el primer Iago, Falstaff, Tonio y el primer Simon Boccanegra de la versión revisada por Boito, de 1881. Y entre los grandes bajos de aquella “era dorada” francesa figuraba el polaco Edouard de Reszke, hermano del tenor Jean de Reszke. De Reszke el Bajo (1853-1917) no sólo destacó en el repertorio francés, sino que fue un formidable cantante verdiano (estrenó el papel de Fiesco en la versión revisada de Simon Boccanegra) y wagneriano (dicen que su Hagen de Götterdämmerung era memorable). Herederos de esa tradición iniciada por Faure, Marcel Journet y Pol Plançon introdujeron estos personajes de la Ópera francesa de lleno al siglo XX.
Con el estreno de “Una vida por el zar”, de Mijaíl Glinka, en 1836, no sólo vio la luz la muy rica corriente de la Ópera nacionalista, sino que también arrancó la dinastía de los grandes Bajos Operísticos de Rusia. El primer Iván Susanin, el heroico campesino de la Ópera de Glinka, fue un Bajo de 30 años de edad llamado Osip Pétrov (1807-1878). Este cantante –un bajo profundo– marcó un estilo que dejaría huella en la Ópera rusa del siglo XIX. Su longevidad le permitió estrenar, también, la primera versión de Boris Godunov, de Mussorgsky, en 1874, y su influencia fue tal que marcó a las generaciones subsecuentes de cantantes rusos, desde Feodor Stravinsky (el padre de Igor, el compositor) hasta Mark Reizen y Feodor Chaliapin, el Basso Cantante que en el siglo XX llegaría a ser sinónimo de Boris Godunov y del Don Quijote de Massenet, rol que él creó.
Como dice Schonberg, “Chaliapin exigía verosimilitud histórica. Además, estudiaba el significado del texto que cantaba, confiriendo a cada palabra un sentido emocional. Cuando aparecía en escena, los demás cantantes parecían empequeñecidos, y no sólo a causa de su estatura, sino porque vivía el personaje”.
Chaliapin era amigo de compositores como Rimsky-Korsakov y Rachmaninov, quien le enseñó a analizar una partitura y a aprenderse no sólo su papel, sino el de los demás cantantes del elenco; de dramaturgos como Stanislavsky, para quien fue ejemplo vivo de sus teorías y propuestas teatrales; y de escritores como Anton Chekhov y Máximo Gorki, quien escribió su biografía, y en una carta le dijo: “Tú eres para la música lo que Tolstoi para la literatura”. Chaliapin fue, en efecto, el gran divulgador de la Ópera rusa en Europa Occidental y Estados Unidos.
Fuente:
• Charlesoppenheim.blogspot.com
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