Digamos que la
primera vez que la idea de viajar en el tiempo se metió en la mente de los
lectores fue en 1887, cuando Enrique Gaspar publicó ”El anacronópete”. Así se
llamaba el dispositivo revolucionario, una caja enorme de hierro fundido que
funcionaba a través de la electricidad y permitía a los pasajeros moverse en el
tiempo. ¿A dónde viajan los protagonistas? A la batalla de Tetuán en 1860, a la
Granada de 1492, a la China del siglo III, a la Pompeya del Vesubio en el año
79, a la época del profeta Noé. El motor es la aventura, a tono con las novelas
de Julio Verne. Siete años después, esa obsesión literaria se “modernizó” y
comenzó a ser narrada como posibilidad científica, con ”La máquina del tiempo”
(1895) de Herbert George Wells. En la novela de 1940 de Adolfo Bioy Casares,
”La invención de Morel”, un grupo de personas, mediante un desarrollo
científico, se vuelven inmortales pero viven eternamente el mismo día haciendo
exactamente las mismas cosas. La eternidad como victoria contra el tiempo. El narrador
es un escritor venezolano que huye de su condena a prisión perpetua y llega a
una isla. En un momento de su estadía, nota que arriban unos turistas. Los
sigue, los espía, anota todo lo que ve en su diario. Una de las turistas se
llama Faustine. Se enamora. La observa en el acantilado todas las tardes. Un
día, luego otro, luego otro.
Las escenas que observa parecen calcadas, se
repiten iguales. Intenta hablarle pero ella no responde. Es un holograma. La
idea de “el otro” aparece en varios cuentos argentinos. Uno es “El otro cielo”,
que forma parte del libro ”Todos los fuegos el fuego” (1966) de Julio Cortázar.
El protagonista vive en Buenos Aires en 1945 y también en París de fines del
siglo XIX. Por momentos está con su novia Irma y trabaja en la bolsa porteña, y
al rato está en las galerías parisinas de la Belle Époque con Josiane. Pero es Borges
quien lleva más a fondo la idea de la duplicación del yo y del clon. En ”El
otro”, publicado en “El libro de arena” de 1975, el narrador, se encuentra consigo
mismo. Antes, en el ensayo “Nueva refutación del tiempo” de “Otras
inquisiciones” (1952). decía: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El
tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me
destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el
fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”.
En 1979,
Angélica Gorodischer publica “Trafalgar”, un libro de cuentos donde el
protagonista es Trafalgar Medrano, un hombre de negocios, rosarino, que viaja
por la galaxia buscando oportunidades comerciales. En el quinto relato que
integra el volumen, El mejor día del año, Trafalgar cuenta su aventura en Uunu,
el planeta donde sus habitantes viven conscientes de la existencia de diferentes
tiempos. Allí, en 24 horas, vive cinco días en diferentes tiempos: un día
despierta en un hotel tranquilo, otro el planeta está en plena guerra civil,
otro está en la edad de piedra. Cada día es una época diferente, como si
viviera en un eterno zaping por los canales de la historia. Es una buena
paradoja: si todas las realidades posibles coexisten, ¿para qué unificarlas? Quizás
el gran viaje en el tiempo de la literatura argentina lo hace la historieta “El
Eternatura”, creada por el guionista Héctor Germán Oesterheld y el dibujante
Francisco Solano López y publicada inicialmente en la revista Hora Cero entre
1957 y 1959. La historia relata una invasión alienígena a la Tierra y una
tormenta de nieve tóxica. Juan Salvo, el protagonista, que vive con su esposa y
su hija, recibe la visita de tres amigos: Favalli, Lucas y Polsky. Pero la
verdadera historieta empieza antes. Un preludio, una introducción, una especie
de capítulo 0. “Medianoche, mucho frío, apenas alguna pareja taconeando ligero,
estrellas remotas. Adentro, mis libros, mi soledad”, se lee en la primera
página, en una de las viñetas.
El propio Oesterheld está en el estudio de su
casa escribiendo un nuevo guion para una historieta. De pronto, una imagen se
proyecta ante él y después un cuerpo. Es Juan Salvo, El Eternauta. Viene del
futuro, un futuro distópico, destruido, espantoso. Le cuenta todo y se va.
Cuando Oesterheld, dibujado en su propia historieta por Solano López, recobra
el sentido de la realidad, se pregunta: “¡Entonces es cierto! ¡Todo lo que El
Eternauta me contó sucederá de aquí a dos años! Todo ese espanto, toda esa
muerte. ¿Será posible evitarlos publicando todo lo que El Eternauta me contó?
¿Será posible?” Entonces, empieza a escribir la historia. Tal vez no sea
necesaria la máquina en el tiempo para viajar al pasado. Antes —o mejor dicho:
siempre— estaba el método natural: el recuerdo. Quizás todo comenzó en “Cuento
de Navidad” (1843) de Charles Dickens, donde un viejo egoísta y adicto al
trabajo recibe la visita del fantasma de su amigo que murió hace siete años,
para viajar juntos a su infancia y entender por qué tanta maldad, por qué tanta
avaricia. Es un viaje en el tiempo, al fin de cuentas. Unas décadas después se
escribe la quizás primera novela que aborda el tema con claridad: ”Un yanqui en
la corte del rey Arturo” (1889). Allí Mark Twain hace que un supervisor de una
fábrica de armas de Connecticut vaya a la Britania del siglo VI. Aunque no hay
máquina del tiempo, el viaje existe. Luego el siglo XX lo desarrolló mejor con
la ciencia ficción —Ray Bradbury, Philip K. Dick, Robert Heinlein, Stanisław
Lem y Isaac Asimov, entre tantos otros— y esa obsesión literaria, ya
científica, nunca nos abandonó. “El hombre llegó a la luna, es posible que
llegue a otros planetas, pero de viajes en el tiempo, hasta ahora, nada”, dice
Sebastián Robles. Es cierto: hasta ahora, nada.
La película
“Volver al futuro”, película de culto donde las haya, no necesita mayor
presentación y su argumento es conocido por todos: Marty Mc Fly, un joven
adolescente de 17 años vive en el pueblito americano de Hill Valley, junto a su
familia, encabezada por su padre George, un fracasado y tímido hombre de poco
carácter con un empleo mal pagado que debe soportar los constantes abuso de su
jefe Biff Tannen, quien desde la secundaria le ha hecho la vida imposible. En
sus ratos libres Marty ayuda en sus experimentos al estrafalario profesor Emmet
L. Brown, quien ha creado una máquina del tiempo en un auto deportivo DeLorean.
Durante un experimento con el auto y en medio de un incidente con unos
terroristas libios que quieren apoderarse del plutonio del carro para fabricar
una bomba nuclear, Marty se refugia en el auto, lo enciende y viaja
accidentalmente hacia el pasado, en 1955. Allí, de nuevo en Hill Valley, se
encontrará con su padre, un adolescente perdedor que siente timidez frente a
las mujeres y que es víctima de bullyng escolar por parte de algunos abusivos
compañeros, encabezados por el insoportable Biff Tannen. El problema es que
también conocerá a su madre, quien empieza a acosarlo románticamente, lo que
empieza a cambiar el presente y el futuro de Marty, pues si sus dos padres no
se enamoran y se casan, él nunca existirá. Así que Marty debe acudir al mismo
“doc” Brown, 30 años más joven, para que no sólo lo ayude a juntar a sus padres
sino que también le permita volver al futuro.
La historia de
esta película nació de una curiosa ocurrencia de Bob Gale, su creativo
guionista. Gale se reponía en su hogar del fracaso comercial de su película
“Autos usados” (1980), que había escrito con su amigo y socio, el director
Robert Zemeckis. Aburrido, se puso a revisar los objetos antiguos de su
familia. “Allí cayó en mis manos el anuario escolar del colegio de mi padre. De
repente me enteré que había sido el delegado de clase y empecé a preguntarme
cómo me habría llevado con él si hubiéramos compartido aula, porque yo siempre
fui de los que habían odiado a ese tipo de estudiantes. Y ahí saltó la chispa”.
Zemeckis relató que “cuando Bob me lo contó, lo primero que pensé fue en hacer
un chiste fácil y picante ¿Y te imaginas que tu madre, que jura y perjura que
jamás besó a un chico en la primera cita, fuera la chica fácil del colegio?
Sólo había una manera de averiguarlo: hacer una película que tratara de viajar
en el tiempo”.
A principios de 1981 Robert Zemeckis y Bob Gale ofrecieron a
todas las productoras de Hollywood su flamante guión, ya por entonces llamado
“Volver al futuro”, pero nadie les hacía caso. Sólo Steven Spielberg, que había
financiado las dos primeras películas de la dupla, parecía apoyarlos.
Afortunadamente, Zemeckis tuvo un golpe de suerte: se anotó el primer éxito
comercial de su carrera al dirigir “Tras la esmeralda perdida”, una de las
comedias de aventuras más exitosas de los años 80. Así que ahora las
productoras se peleaban al novel director. Con Spielberg en la producción y con
el financiamiento parcialmente asegurado, el guion de la película tuvo una gran
modificación: el viaje en el tiempo se haría en un automóvil deportivo DeLorean
y no en un refrigerador, tal como estaba contemplado en el guión original.
“Queríamos acabar la película con la máquina del tiempo aterrizando en el patio
de la familia McFly, y era realmente difícil que un refrigerador aterrizara de
una manera plástica. Además, había otro problema: Si la película tenía éxito,
existía el peligro que nos niños comenzaran a meterse en los refrigeradores de
sus casas, con el peligro que ello conlleva. Así que pensamos: Si vas a viajar
al pasado, hazlo con estilo”. El jefe de los estudios Universal, Sid Sheinberg,
quien había ganado mucho dinero gracias a Steven Spielberg con la película
“E.T. El extraterrestre”, accedió a financiar “Volver al futuro”, pero puso
cuatro condiciones: que no llamaran al científico Emmet L. Brown “profesor”,
que la madre de Marty Mc Fly se llamara Lorraine (como su esposa), que
“Einstein”, la mascota del “Doc”, no fuera un chimpancé como aparecía en el
guion original, y que la película se llamase “El hombre venido de Plutón”. Spielberg,
Zemeckis y Gale accedieron a las dos primeras condiciones, se negaron de plano
a la última.
Nacido en Montreux, Suiza, el 21 de agosto de 1950. Su padre vendía
radios y televisores, lo que provocó un interés temprano por la música para el
joven Patrick. Juvet comenzó a estudiar piano a los 7 años; Más tarde
desarrolló un interés en la música de The Beatles. Se mudó a París en 1968 a la
edad de 18 años con poco dinero. Un amigo lo animó a convertirse en modelo en
Alemania, y Juvet siguió esta carrera en Düsseldorf durante dos años. Regresó
a París en 1970. En Saint-Tropez conoció al productor de música francés Eddie
Barclay, quien le permitió grabar un primer sencillo en 1971. Escribió el tema “Le
Lundi au soleil”, cantado por Claude François. Representó a Suiza en el
Festival de la Canción de Eurovisión 1973 con el tema "Je vais me marier,
Marie", obteniendo el duodécimo puesto. En 1977 colaboró con el
compositor y músico francés Jean-Michel Jarre en el álbum en francés, Paris by
Night, que contó con su hit "Où sont les femmes?". En 1978, trabajó
con los productores de música disco Jacques Morali y Henri Belolo. Como
resultado, Juvet pronto experimentó el éxito internacional con las canciones
disco "Got a Feeling" y "I Love America". El mencionado
tema "Où sont les femmes?" fue grabado nuevamente en inglés bajo el
título "Where Is My Woman?", y fue presentado en el debut en inglés
de Juvet en Casablanca Records en los EEUU. Victor Willis, cantante original de
Village People, fue el letrista del proyecto. Con el declive de la música disco
a principios de la década de 1980, regresó a la escena musical francesa en 1982
con el álbum “Rêves immoraux”. Si bien este se vendía respetablemente, el álbum
no pudo igualar el éxito comercial anterior. Siguió una época de decadencia
financiera y personal, con Juvet sufriendo periodos de depresión y alcoholismo
y trasladándose de la Europa continental a Londres, luego a Los Ángeles y
finalmente, en la segunda mitad de los años ochenta, a Suiza. Juvet regresó a
París en 1991 con el álbum “Solitudes”. El disco incluyó canciones más
personales y emotivas como "Et si on recommençait?", y fue
acompañado por intérpretes francófonos como Françoise Hardy, Luc Plamondon y
Marc Lavoine. En 2005, Juvet lanzó su autobiografía Les bleus au cœur:
Souvenirs, en la que hablaba de su carrera y su bisexualidad.
La musica
La lluvia en los techos
Eso es la música
El sonido de tu voz
Eso es la música
La música
Es el viento y es la tormenta en verano
La música
Es un simple ruido de alas
Un vuelo de golondrinas
Que hace la vida hermosa
Que nos hace soñar
La música
También es el sol de un nuevo día
Y es un rey cantando en mi oído
Y que me despierta
Loa males, las maravillas
Sobre una cama de amor
Una señal tuya
Eso es la música
Vos regresás a mi
Eso es la música
La música
Es el viento y es la tormenta en verano
La música
Es un simple ruido de alas
Un vuelo de golondrinas
Que hace la vida hermosa
Que nos hace soñar
La música
También es el sol de un nuevo día
Y es un rey cantando en mi oído
Y que me despierta
Loa males, las maravillas
Sobre una cama de amor
Nació el 22 de agosto de 1961 en Buenos Aires. Muy pronto comenzó a
mostrar interés por la música. A los 18 años participó del grupo
"Raíces" con quienes grabó "B.O.V. Dombe". Tras pasar por
la "Elmer Band" conoció a Miguel Abuelo en 1981 y se incorporó a "Los
Abuelos de la Nada". Calamaro, por entonces casi un adolescente, estaba
por formar una banda con Zeta Bossio cuando fue invitado a formar parte de
"Los Abuelos De la Nada". Andrés arrimó el sonido del grupo hacia el
pop y el new wave de los 80 y compuso y cantó los que tal vez sean los dos
éxitos más importantes del grupo: "Sin Gamulan" y "Mil
horas". El primer álbum, de 1982 llamado simplemente "Los Abuelos de
La Nada" fue producido por Charly García y contenía hits que se
convirtieron en clásicos: "Sin gamulán" y "No te enamores nunca
de aquel marinero bengalí". El mismo García apadrinó el show de
presentación en el Teatro Coliseo. Su segunda placa, "Vasos y besos"
se editó a finales de 1983. El crecimiento de la banda quedó demostrado son el
show en el estadio de Vélez. El tercer disco "Himno de mi corazón"
fue presentado en el teatro Coliseo. Luego registraron los recitales en el
Opera para sacar un disco en vivo.
En el 84 Calamaro comenzó su carrera solista. Su primer disco fue
"Hotel Calamaro" producido en parte por Fito Páez y Charly García. Al
año siguiente comenzó con el grupo "Las Ligas" y al mismo tiempo
registró "Vida Cruel", su segundo disco, con Spinetta como invitado.
Este disco no tuvo mucha difusión ya que la compañía discográfica cerró al poco
tiempo de editarlo. Luego sobrevino un paréntesis de tres años en los que
participó de varios proyectos en su estudio "El Hornero Amable", como
"El tiempo pasa, nos vamos poniendo tecnos", del mítico Luca Prodan.
También se dedicó a la producción del primer disco de "Don Cornelio y la
zona" y de los trabajosde
"Los Enanitos Verdes", "Man Ray", y "Los Fabulosos
Cadillacs". Así llegó en 1988 "Pormirarte" con el cual surgieron temas como "Por mirarte",
"Cartas sin marcar" o "Loco por ti". Con este disco
Calamaro llegó a ser, como el mismo dijo, célebre o rico. En 1989 llegó
"Nadie sale vivo de aquí" que tuvo buena crítica en los medios pero
poca repercusión. La banda estaba formada por Ariel Roth y Gringui Herrera en
guitarras, Alejandro Schazenbach en bajo, Ricardo Gonzalez en batería y Jordi
Polanuer en saxo. Este disco tenía una historia muy densa según Calamaro ya que
en ese momento en la Argentina se vivía un caos social e hiperinflación.
Luego emprendieron una gira llamada "La conquista de América"
que dejó como saldo "Disco Pirata", el segundo trabajo del grupo. Al
mismo tiempo, como solista, lanzó en 1993 "Grabaciones encontradas Vol
I" y en 1994 "Grabaciones Encontradas Vol II". 1995 fue un año
muy movido para Calamaro presentando con "Los Rodríguez".
"Palabras más, palabras menos". Ese mismo año editó "Loco por ti
en Ayacucho" grabado en vivo. También compuso la banda de sonido de dos
películas: "Caballos salvajes" y "1000 boomerangs" y grabó
el tema "Media Verónica" a beneficio de los indígenas de Chiapas. En
el 97 editó en solitario "Alta Suciedad" grabado en Nueva Cork y
Miami. Este disco en un principio se llamó "El otro lado del novio del
olvido". Luego, ya grabado, "Decidí cantarlo", optando
finalmente por un nombre más directo como "Alta Suciedad". En el 98
fue nominado a los premios MTV latinos por su video "Loco". Andrés,
durante un largo año, compuso más de 100 canciones a finales del 98 y
principios del 99 dando como resultado un disco doble con 37 nuevas canciones
llamado "Honestidad Brutal".En el año 2000 realizó cinco discos bajo el nombre de "El Salmón
Box". En 2001 lanzó su disco "Duetos" y regresó a la música en
el 2004 con "El cantante". "El regreso de Andrés Calamaro"
es un disco grabado en vivo con 21 temas de diferentes momentos de su carrera,
registrado durante sus actuaciones en el Luna Park en abril de 2005, luego de
seis años de no haber tocado en la Argentina.
Para cerrar el año de las cuatro décadas del rock argentino, le
preguntamos a sesenta músicos y periodistas cuáles eran nuestras mejores cinco
canciones. Y el recuento dice que "Mañana en el Abasto" es la más
(re)querida.
Extrañamente, se trata de una canción de una simpleza devastadora,
cimentada sobre un solo tono. Encierra una delineación casi pictórica de una
zona primordial para la cultura porteña desde la mirada de un borrachín
extranjero que regala su visión de poeta-tiempo-completo. La capacidad
descriptiva de Luca Prodan estalla en "Mañana en el Abasto" a través
de frases que lastiman y arden mientras transmiten una sensación de vacío,
mezcla de dulzura y melancolía. Uno de sus encantos reside en que se transformó
en el perfecto reflejo de la Buenos Aires de los ochenta. Y tal vez se haya
convertido en algo sagrado cuando esa imagen del tano tomando ginebra en un
barcito oscuro se volvió icónica. Fue publicada en el último disco de Sumo
("After Chabón", 1987) y es una de las pocas canciones del grupo
compuestas para ser cantadas en castellano. A través de ella se puede ver a un
Prodan adaptado a las pensiones del barrio donde vivió (una está en Humahuaca y
Gallo y otra en Agüero 492). La belleza de la composición es tan impresionante
que hasta el Polaco Goyeneche la reivindicó cuando criticó a los rockeros
argentos porque "nunca le prestaron atención a la cultura tanguera, al
punto que tuvo que venir un tano a cantarle al Abasto". A mediados de los
noventa, los inversores económicos se enamoraron del lugar como lo había hecho
Prodan diez años antes. Pero en vez de regalarle una canción al Mercado del
Abasto, hicieron de la zona un moderno centro comercial que, uno imagina, no
hubiese inspirado mucho a Luca. Paralelamente, esa necesidad de describir la
esquina resurgió de las cenizas y se convirtió en el leimotive del género más
fuerte del rock argentino durante la década infame. Y cuando en el Palomar,
Mataderos, Avellaneda, Lugano, Piedrabuena, Villa Celina y Quilmes aparecieron
quienes le rindieron culto a la estampita del borrachito simpático de la plaza,
el legado pasó de manos para inmortalizarse. Hace unos meses, Roberto Pettinato
y Germán Daffunchio se referían a la canción como algo casi cómico. Esa actitud
de cagarse de risa de lo (para muchos) sacro le aporta un inteligente guiño
irónico de parte de quienes tendrían que cubrir con un manto sagrado a la
(según los entendidos) obra maestra de la música argentina. Por estos días se
cumplen dieciocho años de la partida de Luca... y no, nunca murió.
Ya sabemos, esto le va a interesar a usted si es uno de esos que todavía
no consiguió. No se desespere, le cuento que concienzudos estudios hechos por
este programa han demostrado que existen tácticas y trucos infalibles para que
una mujer caiga a sus pies, sin necesidad de que la apuñale previamente. Tome
nota. Las tácticas para acercarse a una dama son infinitas. Sin embargo, si
usted pretende que la dama además le dé calce, los métodos quedan reducidos
drásticamente a no más de tres. El primero de ellos es hacerse el indiferente.
Usted entra al bar donde se encuentra su "víctima" y se sienta
cerquita, aunque de espaldas a ella. Tras pedir un trago bien fuerte, prende un
cigarrillo, pero por ninguna razón gira hacia donde está la señorita. Recién a
los 40 0 50 minutos, como quién no quiere la cosa, se da vuelta y mira su mesa:
si la chica ya se ha retirado hace como media hora, significa que el plan ha
sufrido un ligero contratiempo y que más le vale abandonarlo. Si en cambio ella
continúa allí, es el momento de actuar. Usted se levanta con su trago y se
acerca a ella, la mira a los ojos fijamente, con la cabeza semi inclinada y una
ceja levantada (si no sabe levantar una ceja suprima ese gesto pero por ningún
motivo intente reemplazarlo levantando las dos cejas al mismo tiempo y mucho
menos metiéndose un dedo en la nariz). Ella sin duda alguna lo invitará a
sentarse, es el momento adecuado para iniciar una plática y bajar la ceja
(siempre y cuando haya podido levantarla, claro). Si la señorita a los 10 minutos
no parece desinteresada de su conversación sino además se está echando una
regia siestecita sobre la mesa, el plan ha fallado. Si, por el contrario, a los
dos meses se casa con usted, se pone gorda y ronca todas las noches, también ha
fallado. El segundo método consiste en hacerse el adulador.
Usted entra al
lugar donde está sentada la chica que le gusta, se acerca y antes de que ella
pueda llamar a la policía, le dice lo linda que es. Probablemente la señorita
no sea muy linda. Es más, bien mirada puede ser que su parecido con un bagre
sea asombroso. En ese caso ella quedará doblemente encantada con el piropo. Su
tarea de allí en adelante sólo consistirá en buscarle diferentes zonas del
cuerpo de dudoso valor estético para ser aduladas: una nariz insolente, una
cadera algo adiposa, un pelo reseco, opaco, florecido, un asco. De esta manera
la situación quedará planteada para iniciar de inmediato algún insolente juego
de manos: "¡Qué linda perita tenés! (mientras le pellizca el mentón) ¡Me
encantan tus orejas!(mientras le
acaricia el lóbulo) ¡Cómo me gustan tus senos! (mientras le paga al mozo con la
mano libre y chista desesperadamente un taxi). Por último, el tercer método es
algo agresivo y se emplea sólo en casos extremos. Se trata de tomar por el cuello
a la señorita y llevarla a rastras hasta el albergue más cercano en donde se
demostrará quién es el que lleva los pantalones. Según el humor del juez de
turno, puede costarle entre cinco y diez años de prisión.¿Qué les pareció? Si conocen un método más
efectivo, cuéntennos.
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