Bandidos Rurales (Argentina - Primera Parte)

 


Bienvenidos a un rincón donde la frontera se desdibuja entre el mito y la cruda realidad. Hoy nos adentraremos en los polvorientos caminos de la Argentina profunda para desenterrar las historias de aquellos que, por necesidad o rebeldía, se alzaron contra el orden establecido.

Hablaremos de los Bandidos Rurales, figuras legendarias que, para algunos, fueron forajidos sin ley, y para otros, héroes populares que desafiaron al poder. Acompañados de las canciones que inmortalizaron sus nombres, viajaremos por los ecos de sus andanzas, sus audacias y sus trágicos destinos.

• Segundo David Peralta (Mate Cosido): Fue uno de los bandidos rurales más notorios de Argentina. Nacido en Tucumán a principios del siglo XX, se convirtió en un forajido después de un incidente violento con la policía. Operó principalmente en las provincias de Chaco, Santa Fe y Santiago del Estero.

A diferencia de otros criminales, Mate Cocido se ganó la simpatía de la gente común por sus métodos: asaltaba a terratenientes, a los dueños de los obrajes y a los trenes del ferrocarril, pero evitaba el derramamiento de sangre innecesario. Se dice que compartía parte de su botín con los pobres, lo que le valió la reputación de ser un “bandido social”, un Robin Hood criollo. Evadió a la policía durante años, gracias a su astucia y a la protección de los lugareños. Su historia concluyó de forma misteriosa a principios de la década de 1940, cuando desapareció sin dejar rastro, convirtiéndose en una leyenda.

• Juan Bautista Bairoletto: O simplemente Bairoletto, fue un famoso bandido rural de Argentina, nacido en la provincia de Santa Fe a fines del siglo XIX. Se convirtió en prófugo de la justicia después de matar al hombre que había intentado abusar de su prometida, lo que lo llevó a una vida errante en las regiones de La Pampa, Mendoza y Río Negro.

Se le apodó el “Robin Hood” de las pampas porque, aunque cometía robos, nunca dañaba a los pobres y a menudo compartía sus ganancias con ellos. Su figura se caracterizó por un estricto código de honor y la defensa de los más débiles, lo que le valió la protección y el respeto de los pobladores de la región. Su vida terminó de forma trágica en 1941, cuando se suicidó al ser acorralado por la policía en General Alvear, Mendoza. Su tumba, en un cementerio de La Pampa, se convirtió en un lugar de peregrinación popular.

• Pato Piola: El “Pato Piola” es un célebre bandido rural de la historia y el folklore de la provincia del Chaco, aunque su nombre real es poco documentado. Fue un ladrón de ganado, cuatrero y hábil cuentista de la zona, cuya fama se extendió por la región. Su leyenda se formó en la década de 1940 y ha perdurado a través de historias orales, libros de historia regional y relatos populares. A diferencia de otros bandidos como Mate Cosido, no se le atribuye un perfil de “Robin Hood”, sino más bien el de un personaje picaresco, astuto y esquivo. Su destreza para evadir a la policía y sus ingeniosas andanzas lo convirtieron en un mito viviente en la zona de El Palmar.

• Gauchito Gil: Antonio Plutarco Cruz Mamerto Gil Núñez, más conocido como el Gauchito Gil, fue una figura real que se convirtió en un santo popular y una leyenda en Argentina. Nació en Pay Ubre, cerca de la ciudad de Mercedes, provincia de Corrientes, en algún momento del siglo XIX.

Aunque los datos exactos de su vida son un tanto difusos, se sabe que fue un gaucho que participó en la Guerra de la Triple Alianza y luego en la guerra civil entre unitarios y federales. El mito cuenta que se negó a seguir luchando en las filas del Partido Autonomista y desertó, convirtiéndose en un forajido.

Su leyenda creció porque, según los relatos, robaba a los ricos para ayudar a los más humildes, ganándose el apodo de un “Robin Hood criollo”. Fue perseguido por la policía y, finalmente, capturado el 8 de enero de 1878.

Antes de su ejecución, un sargento se preparó para matarlo. El Gauchito, con sus últimas palabras, le advirtió que no lo hiciera porque su hijo estaba muy enfermo y que solo a través de la plegaria podría salvarse. El sargento, al llegar a su casa, encontró a su hijo moribundo, rezó por el Gauchito y, milagrosamente, el niño sanó. Este hecho fundacional convirtió a su tumba en un santuario, y a él, en un santo popular que es venerado hasta el día de hoy con altares y cintas rojas a lo largo de las rutas argentinas.

• Aparicio Altamirano: (1873-1933) fue un bandido rural y santo popular de la provincia de Corrientes. Su leyenda comenzó cuando, a los 18 años, se convirtió en prófugo de la ley después de que un enfrentamiento con la policía terminara trágicamente con la muerte de su hijo.

A lo largo de su vida, se le atribuyeron poderes para burlar a las autoridades y se le consideraba un “Robin Hood criollo” por robar a los ricos para ayudar a los más humildes. Se unió a otros forajidos como Olegario Álvarez (Gaucho Lega) y llegó a escapar de una gran prisión, jurando que nunca volvería a ser capturado.

Su habilidad como jinete era legendaria; se cuenta que su caballo era capaz de saltar alambrados o pasar por debajo de ellos. Mantuvo una estrecha relación con los lugareños y era protegido por una reliquia de Santa Catalina.

Finalmente, su vida como fugitivo terminó en 1933, a sus 60 años, cuando fue emboscado y abatido. El lugar de su muerte, bajo un ombú, se convirtió en un santuario donde sus devotos acuden para pedirle favores, consolidando su figura como un mito y una devoción popular en el folklore argentino.

• Felipe Pascual Pacheco: Felipe Pascual Pacheco, más conocido como “El Tigre del Quequén”, nació en Palermo hacia 1827. Huérfano desde niño, fue criado por Gregoria Rosa, quien lo cuidó en la pobreza. Se convirtió en peón, domador y resero, destacándose en las tareas rurales de la pampa.

Su carácter fuerte y sus conflictos lo llevaron a enfrentamientos violentos. En una riña de 1866 mató a un hombre protegido por un patrón poderoso. Perseguido por la justicia, se escondió en cuevas del río Quequén Salado. Durante años fue fugitivo, logrando fama de astuto y temible.

Finalmente fue capturado y pasó un tiempo en prisión, de donde salió por su salud. Se estableció en Toay, La Pampa, donde vivió en calma sus últimos años. Murió en 1898, quedando en la memoria popular como un mito de gaucho rebelde.

• José Font: Más conocido como “Facón Grande”, fue un líder de los trabajadores rurales y una figura central en la trágica historia de la Patagonia Rebelde, ocurrida entre 1920 y 1921. Aunque oriundo de Concepción del Uruguay, se trasladó a la Patagonia, donde se ganó el respeto de sus compañeros por su honradez y su valentía, llegando a ser capataz en una de las estancias de la zona.

Su apodo, que significa “cuchillo grande”, aludía a la imponente arma que llevaba siempre consigo. Cuando estalló la huelga en 1920 en reclamo de mejores condiciones laborales, Facón Grande emergió como uno de los líderes más carismáticos y organizados de los huelguistas.

Dirigió a un grupo de más de mil peones y llevó adelante las negociaciones con las autoridades militares de la zona, mostrando una gran capacidad de liderazgo y un enfoque más centrado en el diálogo que en la confrontación. Logró un acuerdo con el teniente coronel Héctor Benigno Varela, que incluía la liberación de prisioneros y la mejora salarial.

Sin embargo, el pacto fue traicionado. Las tropas de Varela rompieron el acuerdo, y Facón Grande fue capturado. Lo ejecutaron a sangre fría el 22 de enero de 1921, en las cercanías de la localidad de Jaramillo, junto a otros diez peones. Su fusilamiento lo convirtió en un mártir y un símbolo de la lucha por los derechos de los trabajadores en la historia argentina.

• Olegario Álvarez: Más conocido como el “Gaucho Lega”, fue una figura legendaria del gauchaje correntino que, como otros bandidos rurales de su tiempo, pasó de ser un fugitivo a un santo popular. Nacido en Corrientes, vivió en el cruce de los siglos XIX y XX.

Desde joven se vio enfrentado a la ley, convirtiéndose en un forajido por más de una década. Ganó fama por su audacia, su destreza con los caballos y su habilidad para escapar de las autoridades. Su historia está ligada a la de otros gauchos rebeldes, como Aparicio Altamirano, de quien se dice fue su compañero de andanzas en algún momento.

A diferencia de otros cuatreros, la leyenda del Gaucho Lega se centra en su lealtad, su habilidad para evadir la justicia y su profundo conocimiento de la región, que le permitía desaparecer sin dejar rastro.

Su vida como fugitivo terminó en 1913, cuando murió en un enfrentamiento con la policía. Su muerte lo elevó a la categoría de mito popular. Hoy en día, su tumba se ha convertido en un sitio de devoción, y se le considera un intercesor y protector, especialmente de los viajeros y de aquellos que se encuentran en situaciones de desamparo.

• Isidro y Claudio Velázquez: Conocidos como los hermanos Velázquez, fueron dos de los bandidos rurales más famosos de la historia argentina, cuya leyenda está íntimamente ligada a la provincia del Chaco durante la década de 1960. Nacidos en Corrientes, se trasladaron al Chaco, donde trabajaron como peones rurales.

Su vida como forajidos comenzó tras un enfrentamiento con el dueño de una estancia, en lo que se ha interpretado como una respuesta a una injusticia. Desde ese momento, se convirtieron en fugitivos, usando su profundo conocimiento de los montes chaqueños para escapar de la policía durante años.

Su fama creció rápidamente. La prensa los apodó “los Robin Hoods del Chaco”, ya que corrían rumores de que robaban a los ricos para ayudar a los pobres, ganándose el apoyo y la admiración de los lugareños. Eran vistos como defensores de los desprotegidos y un símbolo de resistencia contra el poder de los terratenientes.

Su historia cautivó a la opinión pública, que seguía de cerca la persecución. Finalmente, el 25 de septiembre de 1967, ambos hermanos fueron emboscados y abatidos por la policía en un paraje del Chaco. Su trágica muerte consolidó su mito. Hoy en día, son considerados mártires y santos populares, y sus tumbas son lugares de devoción donde sus seguidores les rinden tributo.

• Martina Chapanay: Una mujer. Una india. Una bestia sagrada nacida del barro y el cuchillo. Allá por 1800, cuando San Juan era todo laguna y soledad, ella ya galopaba la historia sin pedir permiso. Hija de un cacique huarpe y de una cautiva blanca, aprendió a nadar entre pantanos y a leer huellas como si fueran cartas del destino.

De niña se escapó de los brazos del catecismo y encerró a su familia educadora. De grande, cruzó los Andes como chasqui de San Martín y después repartió justicia entre federales, unitarios, traidores y ricos con la daga en la cintura y la lanza en la mano.

La llamaban “la machorra”. No porque fuera estéril, sino porque no paría obediencia. Ni de rodillas ni de reojo. Se vestía como gaucho, dormía con el cuchillo envuelto en cuero y amaba con la misma furia con la que degollaba. Peleó con Quiroga, con el Chacho, con Varela. Robaba a los poderosos y repartía entre los nadies. Y cuando el asesino del Chacho rehusó un duelo con ella, no fue por honor, fue por miedo. Miedo a una mujer que no conocía la palabra "sumisión".

Martina murió vieja, sola y libre. No hay estatua. No hay calle. No hay escuela con su nombre. Porque fue india, fue mujer y fue peligrosa. Porque no quiso ser prócer. Fue algo peor para los dueños del bronce: fue fuego.

 

 

Fuentes:

 

• Diario22.ar

• Lagazeta.com.ar

 


 






















































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