Poema Sinfónico

 

 

Como es bien sabido, la denominación de Poema Sinfónico no indica una forma musical, sino más bien un género, una manera de enfocar la composición, basada en la supuesta capacidad de la música si no para describir, sí al menos para evocar y sugerir situaciones, escenas, paisajes, estados de ánimo, caracteres de personajes, climas poéticos, hilos narrativos, tensiones dramáticas…

Música descriptiva ha tenido que haber desde el momento en que hubiera música; y desde que este arte empezó a existir como manifestación creativa del hombre y a plasmarse en papel pautado, esto es, desde el punto en que se puede hablar de la música como algo conocido y constataba, la imitación de la naturaleza —el trino de los pájaros, el fluir de las aguas del riachuelo, el ulular del viento, la amenaza del trueno— es un elemento casi familiar, por frecuente. El Poema Sinfónico es un concepto y una aportación propiamente románticos. Al parecer, los términos los acuñó Franz Liszt, pero sus obras en este campo no hacen sino continuar una rica sucesión de partituras precedentes que, en la mayoría de los casos, él conocía y admiraba: incluso había colaborado a difundirlas como intérprete, transcriptor, organizador de conciertos, etc. En efecto, son modelos tempranos de Poemas Sinfónicos, aunque él las titulara como Oberturas, las celebradas “Coriolano”, “Egmont” o “Leonora III”, de Beethoven, páginas tan admirables en su mero aspecto de “música pura” como en su capacidad de sugestión de personajes y hazañas épicas concretas. Por lo demás, la Sinfonía Pastoral, con su sentido evocador de arroyuelos que fluyen, pájaros que cantan, tormentas que descargan y escenas campesinas, es un perfecto ejemplo de Sinfonía Poemática. Otra gran Sinfonía Poemática vendría con la “Fantástica” de Héctor Berlioz, gran admirador de Beethoven y autor también de la Sinfonía Poemática con viola solista que es “Harold en Italia” y de Oberturas que no son sino Poemas Sinfónicos adelantados a la denominación, como, por ejemplo, la de “El rey Lear”.
En Alemania, Mendelssohn es un preclaro cultivador del género incipiente con las Oberturas de “El sueño de una noche de verano”, “Mar en calma y viaje feliz” y “Las Hébridas”, así como su buen amigo Schumann cultivó el Poema Sinfónico en sus OberturasManfred”, “Julio César” o “Fausto”. El género cuaja definitivamente en el catálogo y en la doctrina de Liszt, autor de un buen puñado de composiciones sinfónicas con argumentos que podían estar basados en Byron (“Tasso”), en Shakespeare (“Hamlet”) o en Víctor Hugo (“Lo que se oye en la montaña”, “Mazeppa”); podían ser de índole narrativa (“La batalla de los hunos”) o filosófica (“Los preludios”, “Los ideales”); apegados a lo humano (“De la cuna a la tumba”) o a la mitología (“Orfeo”, “Prometeo”)… sin olvidar que su contribución a la sinfonía no contempla ninguna “sinfonía pura”, sino dos grandes obras “poemáticas” que, frente a los modelos mencionados de Beethoven y Berlioz, requieren incluso de la voz humana: son la Sinfonía “Fausto” y la Sinfonía “Dante”. A partir de Liszt, el Poema Sinfónico se definió y se proyectó por toda Europa. En Rusia había habido antecedentes con Mijaíl Glinka, pero la composición “poemática” estalló con “Los Cinco” y especialmente en obras como “En las estepas del Asia Central” (Aleksandr Borodin), “Una noche en el Monte Pelado” (Modest Músorgski), “La gran Pascua rusa” y “Scheherezade” (Nikolái Rimski-Kórsakov). Por su parte, el ruso más europeísta, Chaikovski, es un campeón en esta materia: “Romeo y Julieta”, “Francesca da Rimini”, “1812”, “Capricho italiano” …
hasta la llamada Sinfonía “Manfred” son genuinos Poemas Sinfónicos. Ya introduciéndose en el siglo XX, Aleksandr Scriabin no hizo sino prolongar la estética del Poema Sinfónico en sus obras orquestales fundamentales: “Poema del éxtasis”, “Prometeo o Poema del fuego”, “Poema divino o la Sinfonía núm. 3”, etc. En Francia de paso de un siglo a otro, Debussy se apoyaba en el género poemático para hacer deslumbrantes propuestas de su nuevo lenguaje orquestal y en el mismo París se dio un auténtico modelo de Poema Sinfónico con la obra de Paul Dukas. Tanto este logro como la condición profesoral del maestro Dukas supusieron un fuerte impulso del género en aquel Francia. De Inglaterra se recuerda el “Falstaff” de Elgar, entre tantos otros ejemplos; de Italia la obra orquestal completa de Respighi; en los países nórdicos, tanto el danés Nielsen como el finlandés Sibelius, además de practicar la sinfonía, llenaron sus catálogos de Poemas Sinfónicos. También el bávaro Richard Strauss quien, imbuido de la mejor tradición compositiva alemana, abordó este género desde sus primeras obras orquestales y logró, en unos años, no solo renovarlo sino afirmarlo con un ramillete de auténticas obras maestras: “Don Juan”, “Till Eulenspiegel”, “Muerte y transfiguración”, “Así habló Zaratustra”, “Una vida de héroe”, “Don Quijote”, la “Sinfonía Alpina” y la “Sinfonía Doméstica”, etc.

 

 

Fuente:

 

• Melomanodigital.com

 


 

















































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