Mujeres en Malvinas (Argentina)
La historia de la guerra guarda verdades, silencios, historias no narradas, protagonistas no reconocidos, sentimientos oprimidos, sensaciones impensables. Abordar este hecho bélico inspira un sentimiento muy particular, donde la necesidad de esclarecer cada detalle motiva a una búsqueda ardua de la verdad.
Las mujeres fueron un eslabón primordial durante el desarrollo de la
guerra. Madres, hermanas, novias, todas apoyaron sin cesar a sus esposos, hijos
o novios que fueron involucrados en un conflicto que muchos conciben como
“nefasto e irresponsable”. Junto a ellas, otras mujeres participaron de la
guerra. La mayoría fueron enfermeras voluntarias (instrumentadoras
quirúrgicas), radio operadoras, maestras, isleñas civiles, todas vivieron el horror
desde adentro. Un sector de mujeres profesionales, dedicadas a la rama de la
salud formó parte de la Guerra de Malvinas, no solo desde su rol pasivo sino
desde su rol activo como enfermeras. Son parte de nuestra historia. Estuvieron
presentes en uno de los hechos que marcaría sus vidas por siempre, ir a la guerra
con el fin de ayudar. Pocos y casi nadie las recuerda, sus historias fueron y
son silenciadas como consecuencia de la insistente “desmalvinización” que los
gobiernos buscaron instaurar. Cada una de ellas tiene una historia particular
que merece ser contada, destacada y difundida. Ellas son las mujeres de la
Guerra de Malvinas, veteranas que sufrieron las mismas secuelas que los ex
combatientes y que de a poco están empezando a contar sus vidas, ellas son
parte de nuestro testimonio histórico, ellas merecen ser escuchadas y
reconocidas, ellas son “Las Heroínas Anónimas¨. El análisis de las figuras
políticas características de la Junta Militar del Proceso de Reorganización Nacional,
reflejan la estructura machista y verticalista de la fuerza militar argentina.
Las mujeres estaban completamente marginadas y no existía posibilidad alguna
que formaran parte de su sistema.
Pensar en este género inmiscuido en una
estructura de tales características no era común, y si lo fuera, seguramente
sería mal visto. La mujer como tal y su rol en la vida política, social,
militar, es un tema polémico y emblemático. Generalmente fueron, y continúan
siendo, relegadas de las fuerzas con restricciones en áreas específicas.
Durante la Guerra de Malvinas, y durante el régimen militar, estaban sometidas
a ser parte del ámbito familiar y destacarse solo en ese aspecto, aunque un
insipiente ascenso comenzaba a evidenciarse. Soldados femeninos era algo
improbable, sectores masculinos predominaban. Las mujeres se incorporaron a la
estructura militar de distinta manera, de acuerdo a la fuerza a la que pertenecían.
En el Ejército lo hicieron a través del Hospital Militar Central, inmiscuido en
lo que se refiere a la doctrina de la Sanidad Militar. Durante la Guerra de
Malvinas, la sanidad naval se basó en la adaptación de dos buques, como buques
hospitales siguiendo los requisitos expuestos en los Convenios de Ginebra. Se
trata de los buques ARA Bahía Paraíso y ARA Irízar, que fueron adaptados en
Puerto Belgrano. El objetivo era que estos buques estén equipados para luego
transportar los insumos y desplegar un hospital en tierra. Sin embargo, las
adversidades de la guerra llevaron a que los buques hospital funcionaran como
tales en agua. Las mujeres que eran enfermeras independientes, con estudios
terciarios y/o universitarios en la rama de la salud, en enfermería, y
respondieron a la convocatoria de la Fuerza Aérea en ese momento, para
alistarse.
Las mujeres tomaron un lugar preponderante y lograron, tras su lucha
continua contra el sistema patriarcal vigente, participar y formar parte de
cuestiones que eran impensadas años atrás. Sin embargo, no creamos que esta
decisión fue de solidaridad, igualdad, y con grandes facilidades, todo lo
contrario. A partir de su incorporación, las mujeres debieron transitar una
dura etapa: no solo batallando contra el machismo imperante si no también ante
los agravios sufridos. Tal es así que la llegada de las mujeres a la
institución de sanidad, Hospital Militar Central, coincidió con la directiva
estratégica de la Junta Militar de recuperar las Islas Malvinas, viéndose
inmersas en un hecho completamente nuevo con las rigurosidades que ello
implicaba. Aun así, no se dieron por vencidas y continuaron en la adversidad,
haciendo prevalecer su vocación en el rubro de la salud, enfatizado por un gran
sentimiento de patriotismo y nacionalismo. Esto fue el inicio de una carrera,
de una nueva etapa, de un futuro incierto para las mujeres de Malvinas, pero sí
el inicio de un rol participativo fundante de la presencia de mujeres en la
guerra, así como también, la lucha por su reconocimiento. Cada una de ellas
pertenece a una fuerza específica y con un desempeño particular y destacable.
Es necesario hacer mención y diferencia de los cuadros a los que pertenecían
para posteriormente vislumbrar el rol y el reconocimiento correspondiente. Cada
una fue tratada de manera diferente y esto a veces se debió a ser parte de una
u otra fuerza y por las incertidumbres/ocultamiento de su presencia en
territorio isleño.
Teniendo en cuenta la división de las Fuerzas Armadas,
podemos diferenciarlas en: • Fuerza Aérea: Alicia Reynoso; Stella
Morales, Ana Macitto; Gladis Maluendes; Gisela
Basler (alemana); Sonia Escudero; Stella Botta; Mirta
Rodríguez; Elda Solohaga; Mónica Rosas; Mónica Rodríguez; Marta
Arce y Liliana Colino. • Marina: Claudia Patricia Lorenzini,
Nancy
Susana Stancatto, María Alejandra Piero, María
Graciela Trinchin, María Alejandra Rossini, Nancy
Castro, Liliana Castro y Cristina Battistela. • Ejército:
Silvia
Barrera, Susana Mazza, María Marta Lemme, María
Cecilia Ricchieri, María Angélica Sendes, Doris
West y Norma Navarro. Las enfermeras quirúrgicas que participaron de
la guerra lo hicieron desde una cuestión particular: vocación. En el interior
de sus corazones predominó el sentimiento de amor a la patria, de ahí su seguridad
al momento de no dudar cuando les dieron la orden de ir. Sus relatos dan
muestra concisa de este suceso. En la Fuerza Naval, todo se estaba preparando
para el equipamiento sanitario de los buques tal cual lo establecido en los
Convenios de Ginebra. El personal se estaba preparando para afrontar la
adversidad de la guerra. El día antes de zarpar el Jefe de Quirófano del
Hospital Militar, dio a conocer la necesidad de incorporar mayor personal
dedicado a atender a los heridos del conflicto bélico, al anunciar esto más de
veinte enfermeras dieron el "si”, al informarse que se zarparía el día
siguiente, solo siete enfermeras que se encontraban de pasantes no dudaron ni
un minuto en confirmar su asistencia. No estaban preparadas psicológicamente,
no entendían lo que ocurría, solo dejaron que su corazón hablara, el
sentimiento por la nación y la patria decidió por ellas. Sobre la última semana
del conflicto, embarcaron siete civiles instrumentadoras quirúrgicas, inicialmente
con destino al Hospital Militar de Malvinas, a donde por razones adversas de la
guerra, hicieron su tarea en el buque hospital Almirante Irízar.
En lo que
respecta al buque hospital Bahía Paraíso participaron veintisiete enfermeras en
su preparación y configuración, pero ninguna fue embarcada en el mismo. Y por
último estaba el buque mercante Formosa que a pesar de su misión llevaba a
bordo a una enfermera civil, Doris West. Las enfermeras de la
Fuerza Aérea se alistaron tras la convocatoria explícita que se hizo: “Se convocaba
a enfermeras con título terciario o universitario en salud para alistarse a la
Fuerza Aérea”. Estimuladas por diferentes motivos ellas decidieron presentarse
para formar parte de una prueba piloto que iba a efectuarse, dado que era la
primera vez que el género femenino hacia presencia en este sector. Un año
después, cuando se dictaminó la recuperación de las Islas Malvinas, la orden de
participar en la Guerra de Malvinas llegó. Fieles a sus principios y dispuestas
a respetar la estructura de la Fuerza Aérea arribaron en el helicóptero rumbo a
Comodoro Rivadavia. En un primer momento sabían que el objetivo era estar en
territorio isleño, pero finalmente, por decisión política, ellas permanecieron
en esa región a la espera de los heridos y para dar lo que sabían hacer, curar
heridas y almas. Todas ellas respondieron a la directiva de la fuerza a la que
pertenecieron, pero ninguna dudó al momento de ir a la guerra. Cada una sabía
que lo que hacían era un deber, pero predominada un sentimiento más profundo
que el mero hecho de responder a una orden: estaban dirigiéndose a colaborar en
un hecho que significaba el afianzamiento de la soberanía argentina, que
prevalecía el sentimiento de patria. Algunas sintieron miedo, otras no, otras
solo iban a hacer lo que sabían. Ellas iban a ser un eslabón fundamental de la
cadena de sucesos que iban a ocurrir. Supieron dar lo que los ex combatientes
necesitaban, no solo una cura a sus heridas si no una mano que les diga
“estamos acá, está todo bien”. Es inexplicable en palabras lo que les pasó por
su cabeza, su corazón y su alma. Ellas mismas sienten emoción cuando lo
recuerdan a través del tiempo. Las historias conmueven a todos los que las escuchan,
generan admiración, honor, emoción e incluso bronca y rencor. Como no rememorar
a nuestras heroínas, si fueron ellas las que actuaron de madres, hermanas,
novias, y que siempre estuvieron dando su cuota de maternidad y solidaridad. La
Fuerza Aérea, en su eje ordenador, daba a sus integrantes un rango particular y
los preparaba para todo tipo de situación que podría presentarse. Esta fuerza
tenía un tinte humanitario. Las enfermeras que formaban parte eran destinadas a
diversas misiones humanitarias en el mundo para desarrollar su labor. A cada
lugar que iban se enfrentaban con situaciones caóticas y de impacto emocional.
Adquirían experiencia, se perfeccionaban y dejaban su cuota de ayuda.
Entre las
más de las 70 mujeres reveladas, se destaca el accionar de las testigos que
fueron parte del Ejercito: Silvia Barrera, Susana Mazza, María
Marta Lemme, María Cecilia Ricchieri, María
Angélica Sendes, Doris West y Norma Navarro, todas, y
cada una de ellas, se convirtieron en precursoras del ingreso de la mujer en
las fuerzas, con su ejemplo de trabajo, sacrificio, abnegación, contención y cuidado
lograron demostrar que la mujer está igualmente capacitada para participar en
las fuerzas de defensa de una Nación, e hicieron que las autoridades
pertinentes pensaran seriamente en incorporarlas. Dejaron una realidad para
inmiscuirse en otra muy diferente: abandonaron sus delantales blancos de instrumentistas
quirúrgicas y tuvieron que usar uniformes y borceguíes que les quedaban
grandes; y tras una breve instrucción partieron. La fuerza naval lo hizo desde
el Palomar a Rio Gallegos y de allí, a bordo de buques mercantes o helicópteros
al rompehielos Almirante Irízar, convertido en un gigantesco hospital flotante
donde comenzaron a desempeñar sus roles. Le habían puesto 260 camas, equipado
sus bodegas con dos salas de terapia intensiva, tres quirófanos, una sala de
terapia intermedia y dos de terapia general, además de una sala de quemados y
de radiología. Cabe resaltar, la labor del resto de las mujeres que
participaron de la Guerra, en la que se destacan los roles que cumplieron como
comisarios de abordo y radioperadoras de los barcos mercantes de la Empresa de
Líneas Marítimas Argentina (ELMA) y del Comando de Transporte Navales de la
Armada Argentina (ARA) cadetas de la Escuela Nacional de Náutica (ESNN), y
dotación del Hospital Militar Central y Campo de Mayo (HMC) que llevaron a cabo
operaciones de inteligencia en torno a la Isla Ascensión o sencillamente en
buques que buscaron y detectaron a la flota británica en medio del Atlántico.
La
principal misión de las enfermeras fue atender a cientos de soldados, darle
fuerzas, contención, esperanzas y cuidarlos. Al comienzo recibían heridos que
ya habían sido atendidos en los primeros auxilios en las islas, recorrían las
trincheras lavando y vendando heridas, quedándose alguna de guardia en la
cubierta para clasificar a los heridos recién llegados al hospital flotante
según su estado y gravedad; cuando el tiempo acompañaba viajaban en
helicópteros sanitarios, pero cuando los fuertes vientos y olas amenazaban, alcanzaban
a los muchachos con pesqueros y con las redes los subían con las camillas a bordo.
Pero esta situación fue revertida a partir de la noche del 10 de junio, cuando
los ingleses redoblaron los bombardeos porque ya planificaban la ofensiva
final, donde no daban abasto, y la gente que llegaba no había tenido ninguna
curación previa. Estaban llenos de barro, de pólvora, de turba de Malvinas que
se pegaban a las heridas. “Había una costra sobre la piel en la mayoría de los
casos, donde era necesario bañarlos y cepillarles con viruta las heridas para
comenzar a curarlos propiamente”. Se destaca entonces, que en un principio no
tenían contacto con los pacientes: ellos entraban dormidos y se iban dormidos.
Pero en la ofensiva final inglesa fue distinto, estas jóvenes se transformaron
en consejeras y confidentes de las penas de esos hombres que necesitaban
desahogo y contención. A veces les pedían que les escribieran las cartas para
sus familiares, aunque muchos no tenían las manos heridas.
Como consecuencia de
la adrenalina de escuchar los bombardeos, el estrés del viaje y de la guerra,
el trabajo de atender a los heridos a los que también tenían que contener
afectivamente y la experiencia nueva de estar en un avión, un helicóptero o en
un buque en altamar (en el que los vientos y las olas gigantes golpeaban
obligándolas a atarse con vendas en las camillas, como también lo debían hacer
los médicos y pacientes), las enfermeras durante estos diez días que estuvieron
en la guerra no durmieron y tuvieron graves problemas y secuelas de salud. Daban
una mano a los ex combatientes, no solo en la medicina sino en la contención
emocional. Los soldados entraban pidiendo a sus madres, hermanas, novias y les
pedían que por favor se comuniquen con ellas para decirles que las querían y
que estaban bien. Se sentían solos, y al verlas sus rostros cambiaban. Ellas
les inspiraban confianza, alegría, contención. Necesitaban de las mujeres para
sentirse acompañados y seguros, establecían un trato que con sus compañeros
masculinos no lograban. Las enfermeras actuaron como tales pero destacamos su
rol más allá de la cura de las heridas, hicieron todo lo que estuvo a su
alcance para tranquilizarlos, desde el más mínimo detalle al más grande, todo
tenía por fin decirles que no estaban solos y que ellas estaban para lo que
necesitaran. Además de ser profesionales son mujeres y llevan consigo,
internamente, su instinto maternal. Ver a los soldados en el estado en que
ingresaban a las salas de emergencia era desgarrador para ellas, pero tenían
que sacar fuerzas y mantenerse enteras para ellos, no demostrar tristeza era lo
fundamental, necesitaban estar firmes y seguras para que los heridos asuman
nueva fuerza para curarse con mayor rapidez. Más que nunca demostraron su
entereza como enfermeras y como mujeres. Los horrores de la guerra los vivieron
en carne propia, el dolor de los soldados era su dolor, sanarlos era su tarea, contenerlos
era inherente al instinto humano. Y así lo hicieron, con cada uno ellos,
valiéndose de las herramientas que podían, aplicando lo aprendido, pero nada
alcanzaba, aprendieron del día a día del conflicto bélico.
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