Canciones de cancha

 

 

Parece una postal de otra época, pero en algún momento no tan lejano sucedía comúnmente. En medio de un partido de fútbol, una hinchada cualquiera alienta a su equipo. Se escuchan gritos y una música de fondo –apoyada en bombos y algunas trompetas– que fluctúa en intensidad de acuerdo a los vaivenes del partido.

Parte de ese ritual identitario en el que se arenga a los jugadores tiene que ver con cantar a coro y al ritmo de canciones populares algunas palabras que den cuenta del amor por el equipo propio o el odio hacia el rival. Aquella escena se repite en estadios gigantes, con decenas de miles de personas, y en cualquier liga regional de provincia. El aliento en forma de canción es parte constitutiva del “ser hincha” que llevan dentro quienes siguen a su equipo a todos lados, pero también aquellos que cada cuatro años se convierten en futboleros durante lo que dure la Copa del Mundo. Todos en algún momento cantan algún que otro cantito, todos corean ese estribillo clavado en el inconsciente vaya a saber desde cuándo. Eso, que resulta normal a los ojos de cualquier argentino, es un hecho simbólico absolutamente característico de esta parte del mundo. Ni siquiera tiene comparación a nivel sudamericano. Las primeras referencias históricas en los medios masivos de comunicación señalan el origen de los cantos de cancha en las coplas murgueras de las décadas de 1910 y 1920. Al parecer, las canciones de cancha comenzaron a entonarse en Inglaterra en 1898 y arribaron a la Argentina durante esas décadas. Estas coplas murgueras estaban dirigidas a jugadores del propio equipo, es decir, eran cantos personalizados. Además de estas coplas simples también se acostumbraba corear el nombre del equipo o el de algún jugador. No fue hasta principios de la década de 1940 que los grupos de hinchas comenzaron a elaborar cantos de una mayor complejidad semántica y rítmica, práctica que se terminaría de moldear con el devenir de las siguientes décadas, y que comenzó a cobrar otro tenor a mediados del siglo 20, justamente a partir de la identificación de las primeras agrupaciones organizadas de hinchas, que más tarde se transformarían en las actuales barras bravas. Entre las décadas de 1960 y 1970, la explosión de la industria cultural hizo cada vez más normal lo que se denomina la contrahechura, o sea: el arte de cambiar la letra de una canción conocida (o una marcha partidaria, o un jingle publicitario) y sostener su melodía a partir de palabras dedicadas al propio equipo. Esta costumbre nació tímidamente y con el correr del tiempo se fue afianzando, los cantos se hicieron más complejos, más largos, más demostrativos de sentimientos de amor, de odio, de tristeza y de alegría, fueron apareciendo alusiones a la actualidad política, a cuestiones sociales, y fue tomando cuerpo una expresión ideológica del fútbol que tiene sus propios códigos y que emerge en este tipo discursivo particular que son los cantos de cancha.
Desde ese entonces los cánticos se habían cargado progresivamente de amenazas, insultos, violencia e intolerancia en comparación a versiones más inocentes previas a la década de 1970, cuando los repertorios de las hinchadas en general eran menos agresivos, tendían más al festejo y al aliento al propio equipo. A fines de 2020, el escritor Manuel Soriano publicó “¡Canten, putos! Historia incompleta de los cantitos de cancha”, un breve pero intenso volumen que se dedica a rastrear los orígenes de diferentes ejemplos de canciones de tribuna nacidas de melodías de lo más variopintas. En forma de crónicas que terminan siendo excusas para hablar de los temas más amplios, el autor recrea el árbol genealógico de algunos clásicos de las tribunas locales de diferentes épocas. Los cantitos de cancha son un terreno de cultura popular, que quizás es un término que se usa muchísimo pero en este caso está muy justificado. Son cosas que la gente canta y ni siquiera sabe de dónde viene. Son canciones que se conocen más por el cantito de cancha que por la canción original en su mayoría. Este sistema de los cantitos es algo bastante particular del caso argentino, si bien hay otros países donde se hace un proceso parecido de cambiarle la letra a una canción para decir otras cosas, como por ejemplo las hinchadas inglesas y su costumbre de improvisar alabanzas o críticas hacia ciertos jugadores con melodías tradicionales. Lo que no hay en otros lugares es el volumen de cantitos y el repertorio de clásicos que quedaron y otros que van desapareciendo. Es como la música: hay hits pasajeros y hay otros que después quedan y se convierten en parte del repertorio estable de un equipo. De hecho, es un modelo que se exportó muchísimo en toda Sudamérica, con sus vicios y virtudes. Incluso en Brasil es algo que empezó por los equipos de Porto Alegre, por el Inter y el Gremio, que son por ahí las hinchadas más parecidas a las de acá. Uno de los misterios que rodean a las canciones de cancha es cómo se construyen las letras y las adaptaciones a partir de temas que muchas veces nada parecen tener que ver con el ámbito futbolero.
¿Quiénes son los encargados de convertir canciones como “Bad Moon Rising”, de Creedence, en “Brasil decime qué se siente” o “I love you baby”, de Gloria Gaynor en “Vamos los Millo, hay que poner un poco más de huevo”? ¿Cada hinchada tiene a su “Bob Dylan del tablón”, encargado de componer las líricas que luego entonará la multitud? Siempre hay dos o tres que se dan más mañana porque tienen más inventiva. Ni siquiera tienen que saber algo de música, es una cuestión de viveza o de práctica, el método que usan es que hay dos o tres que van tirando palabras y rimas en asados o viajes en micro, donde van probando y en una hora las sacan. Los procesos creativos no muestran preferencias por géneros musicales particulares, sino que la gama de melodías apropiadas es tan amplia que su sistematización resulta imposible. De 1990 hasta el momento, la lista de autores y grupos musicales que más melodías han aportado incluyen, en orden descendente, a: Auténticos Decadentes, La Mosca, Gilda, Fabulosos Cadillacs, Rodrigo, Los Rodríguez y Calamaro, Amar Azul, Pibes Chorros, Callejeros, Leo Mattioli, La Mona Giménez, Leo Dan, Bersuit, Kapanga, Los Piojos, entre otros. A pesar de tratarse de letras que no están precisamente cargadas de lirismos, hay algo de las canciones de cancha argentinas que atrae y contagia en el mundo. Si no, es difícil de explicar por qué el Atlético de Madrid tiene su propia versión de “Muchachos”, de La Mosca, o por qué el Matsumoto Yamaga F.C de Japón alienta a su equipo con la melodía de “Beso a Beso” de la Mona Jiménez.

 

 

Fuentes:

 

• Lavoz.com.ar

• Infocielo.com

• Teseopress.com

 


 


















































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