Literatura y Música - Julio Cortázar y el Jazz
Julio Cortázar estaba convencido de que su madre lo parió músico. Es posible que el autor de “Rayuela” estuviera acostado en su cuna, llamando al sueño, balbuceando, mordiéndose el dedo gordo de un pie o con la mirada atenta al reflejo de la luz en el techo, cuando recibió la visita de las hadas.
Entre ellas estaba el hada perversa, la
que lo estropeó todo. Cortázar lo contaba así: “Esas hadas
que echan bendiciones y maldiciones en la cuna del niño que nace, hubo una que
decidió que yo podía ser músico, pero hubo otra que decidió que jamás sería
capaz de manejar un instrumento musical con alguna eficacia y además carecería
de la capacidad que tiene el músico para pensar melodías y crear armonías”. "Como
un árbol que abre sus ramas a derecha, a izquierda, hacia arriba, hacia abajo,
permitiendo todos los estilos, ofreciendo todas las posibilidades". Así
definía Julio Cortázar al Jazz, su música preferida. Un gusto
que el argentino de alguna forma llevó a su obra literaria, como tema y como
estilo. No es casual que, en la introducción de “La vuelta al día en ochenta
mundos”, el escritor dejara en claro su identificación creativa con esa
música que serpenteaba, sensual e intrincada, desde las boquillas de las
trompetas, los kits de batería y el grave ronquido de los contrabajos. “A mi
tocayo debo el título de este libro y a Lester Young la libertad de
alterarlo sin ofender la saga planetaria de Phileas Fogg”. Se refería
a un aspecto que para el ensayista Rafael Luna, es clave: él escribía
jazzeando. "Una melodía que sirve de guía, una serie de acordes que van
dando los puentes, los cambios de la melodía y sobre eso Cortázar construye sus
solos de pura improvisación; asume esta libertad como una manera de escribir y
de estar en el mundo, de ser el mismo y ser diferente cada vez", afirma
Luna en el artículo “Cortázar y el Jazz”. Según la
biografía del argentino escrita por Miguel Herráez, el autor de “Bestiario”
conoció el estilo en su adolescencia, tal como él mismo relató.
"Tendría
catorce años cuando oí a Jelly Roll Morton y luego a Red
Nichols. Pero al oír a Louis Armstrong, noté la
diferencia". No es casual, porque de niño la música le llamaba la
atención, pues solía acompañar a su abuela al Teatro Colón, especialmente a la Ópera.
"El primer disco de Jazz que escuché por la radio quedó
casi ahogado por los alaridos de espanto de mi familia, que naturalmente
calificaba eso de música de negros, eran incapaces de descubrir la melodía y el
ritmo no les importaba. A partir de ahí empezaron las peleas, porque yo trataba
de sintonizar Jazz y ellos buscaban Tangos. De todos modos, empecé a
retener nombres y me metí en un universo musical que a mí me parecía
extraordinario", cita Herráez. Incluso, el escritor intentó aprender a
tocar la trompeta, pero en sus palabras, más por divertimento. "Sí, en
verdad toco la trompeta, pero sólo como desahogo. Soy pésimo", confesó en
alguna oportunidad. Pero es el cuento "El perseguidor" el
más citado como ejemplo de las posibilidades creativas que el Jazz
le ofrecía a la literatura de Cortázar. La historia del
saxofonista Johnny Carter, adicto a la marihuana y al alcohol, tuvo como
inspiración a Charlie Parker, uno de los mayores exponentes del Bebop,
estilo que encantaba al escritor. En frases como "Esto ya lo toqué
mañana", se comprende el vínculo. La libertad con que los jazzistas
emplean los tiempos y las melodías, es algo que calza bien con los giros
bruscos y a menudo, sorpresivos de los relatos cortazarianos.
Con los años,
sostiene Harráez, el literato se hizo un experto en la materia. Cuentan que, en
1939, durante una reunión con amigos en el café Japonés, uno de los asistentes
se refirió en forma despectiva al Jazz. No había terminado de hablar
cuando Cortázar, quien hasta ese punto lo observaba en silencio, lo
interrumpió y comenzó a explayarse con vehemencia sobre el tema, dejando
sorprendido a su interlocutor, y por cierto, al resto de los asistentes. En
1977, en la famosa entrevista televisiva que concedió al programa “A fondo” de
TVE, explicó la importancia del ritmo en su trabajo. “La música en general, y
el Jazz
en particular es una especie de presencia continua incluso en lo que yo
escribo. Mi trabajo de escritor se da donde hay una especie de ritmo que no
tiene nada que ver con la rima, ni con las aliteraciones, es una especie de
latido, de Swing, como dicen los jazzistas, una especie de ritmo que si no
está en lo que yo hago es para mí la prueba de que no sirve y hay que tirarlo y
volver, hasta finalmente conseguir... lo cual me plantea problemas con los
traductores porque no siempre pueden encontrar el mismo ritmo de hacerlo”. En 1978
Evelyn Picon Garfield le hizo una larga entrevista al escritor. Le preguntó si
conocía personalmente a algún jazzista. “Franceses, sí. Tengo un buen amigo,
muy buen amigo de Jazz. Se llama Michel Portal”. Portal lo cuenta en su
testimonio. Cuando leyó “El perseguidor” pensó: “Esto lo
estoy tocando mañana… Es algo que no comprendo. ¿Por qué dice esas cosas? No
entiendo. Es un texto lleno de respiraciones, de chispazos de genio, de pausas.
Creo que por eso él se sentía atraído por la música… por el Jazz
en particular”.
El músico francés sentencia: “La escritura de Cortázar
tiene ritmo de Jazz”. Más adelante Cortázar lo confirma: “El Jazz
tuvo gran influencia en mí (…) el fluir de la invención permanente me pareció
una lección para la escritura, para darle libertad”. En una carta fechada el 8
de octubre de 1981 Julio Cortázar le escribió a su amigo Fredi Guthmann que estaba
sufriendo lo indecible: había vendido todos sus discos de Jazz. Pensaba que tener
más de doscientos discos, guardados y en silencio, era un gesto cruel. Le contó
a Guthmann que sentía mucho dolor, que su sentimiento de pérdida era grande y
que también había repartido discos de otros géneros musicales (los más
apreciados por él) entre sus amigos: “Me gusta pensar que en algunas noches de
Buenos Aires, música que fue mía crecerá en una sala, en una casa, y se hará
realidad para gentes a quienes quiero”. En una sala de cine de Barcelona, en una
noche de un tiempo todavía presente, suena música que Cortázar hizo suya. Suena
el piano de Margarita Fernández y, a ritmo de Tango, la guitarra de Juan
“Tata” Cedrón, que canta unos versos de Cortázar: “Canción
sin verano”. Suena Charlie Parker con Dizzy
Gillespie, el saxo alto de Michel Portal y el Quinteto
Jodos, que ejecuta la banda sonora original del documental “Esto
lo estoy tocando mañana”. Cortázar lee un fragmento de “El
perseguidor”, con sus pausas justas, con la entonación sentida de su
voz, con sus erres arrastradas. Su voz y la música se extienden como hiedra,
por encima y por debajo de todas las cosas; por las paredes, por los costados y
por las patas de las butacas. Y está todo el mundo quieto, en silencio,
escuchando.
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