Tombeau

 


El Tombeau (“tumba” en francés) hace referencia a una composición escrita en memoria de alguien, generalmente un compositor, cuyo origen se sitúa en Francia durante el Barroco. Habitualmente se componía en homenaje a un gran personaje o en honor de un amigo o ser querido, tanto en vida, al contrario de lo que pudiera parecer, dado el nombre (tumba), como después de muerto.

Se trata generalmente de una pieza solemne, de ritmo lento y carácter meditativo, a veces no desprovista de audacias armónicas o rítmicas. De unas 60 piezas supervivientes, la mayoría se trata de música instrumental destinados al laúd o tiorba, cinco a la guitarra barroca, siete a la viola da gamba y tres al clavecín. El primer ejemplo de este género parece ser el “Tombeau de Mezangeau” (1638) del laudista francés Ennemond Gaultier. Los predecesores musicales son Pavanas conmemorativas como las de Anthony Holborne. En Francia, donde este género musical emergió primero, se advierte la fuerte influencia de los modelos literarios, particularmente de los poemas conmemorativos que eran populares desde el XVI hasta el final del XVII. El Tombeau podía estructurarse de dos formas: como una lenta Allemanda elegíaca en 4/4 o como una Pavana, danza renacentista tripartita que ya estaba pasada de moda en la era de los Tombeaux, pero con todos los adornos de la Allemanda. Hay también algunos Tombeaux únicos que aparecen como Giga, por su semejanza a veces con la Allemanda. A diferencia del lamento italiano, el Tombeau no usaba explícitamente elementos expresivos de duelo, que eran vistos de manera escéptica en Francia. Sin embargo, se usaron algunos rasgos típicos de la onomatopeyografía: motivos de nota repetidos que representaban el golpe de la muerte en la puerta, escalas ascendente o descendente diatónicas o cromáticas que representan la tribulación y la trascendencia del alma. El “Lamento de Froberger” sobre la Muerte de Fernando III o la “Méditation sur ma mort future” sería un excelente ejemplo de tal forma. Algunos Tombeaux incluyen un motivo de cuatro notas descendentes (metáfora sobre el dolor), la figura de los suspirans (una nota de tres notas), los ritmos punteados, particularmente en notas repetidas y las armonías lentas en modo menor cuya gravedad se ve acentuada por una tendencia a asentarse sobre notas de pedal.
Desarrollado por los laudistas parisinos Denis Gaultier, Charles Mouton, Jacques Gallot o François Dufault, el género fue pronto tomado por clavecinistas como Johann Jakob Froberger y Louis Couperin, ambos por la muerte de su amigo Blancrocher en 1652. También en Europa Central Jan Antonín Losy y Sylvius Leopold Weiss. El género Tombeau entró en declive a finales del siglo XVIII. Que este tipo de obra tuviera una íntima vinculación con la cultura musical francesa explica su revival a comienzos del siglo XX, cuando un grupo de compositores de ese país se afanaba por encontrar en su pasado una identidad musical propia frente a la imperante hegemonía austro-germánica. “Le tombeau de Couperin”, compuesto por Maurice Ravel entre 1914 y 1917, es el prototipo perfecto del espíritu de tributo artístico que impregna este género. La mención a Couperin, en el título tenido entonces, junto a Rameau, como el compositor para tecla más importante del Barroco francés, es toda una declaración de intenciones. Se le añaden unos movimientos de corte clasicista como el “Rigaudon” o el “Menuet”, una escritura que imita la sonoridad del clave y seis dedicatorias, una por movimiento, a amigos del compositor fallecidos durante la Primera Guerra Mundial. El mejor modo de homenajear a un compositor admirado ya fallecido era incluir alguna cita musical extraída de su obra, como hizo Manuel de Falla en su “Homenaje”, originalmente para guitarra, pero luego adaptado para piano, que formó parte de la obra colectiva “Pour le tombeau de Debussy” (1920). El compositor gaditano introdujo un tema concebido por Debussy para su obra “La soirée dans Grenade”, de claras reminiscencias andaluzas.
En 1935, Falla compuso otra obra de espíritu análogo, “Pour le tombeau de Paul Dukas”, en memoria de uno de los compositores franceses más influyentes en la generación de españoles afincados en París, entre los que se incluía al joven Joaquín Rodrigo, quien también le dedicaría una Sonata ese mismo año por encargo de la Revue Musicale. Sin emplear explícitamente el título de Tombeau, han sido numerosas las obras concebidas como homenaje o in memóriam de un ser querido, contemporáneo o pasado, real o figurado. En la “Pavane pour une infante défunte” (1899), Ravel recreó en tono melancólico una muerte dulcemente imaginada, mientras que en su “Menuet sur le nom de Haydn” (1909), Debussy partió de un tema basado en las notas del nombre del compositor vienés, de quien ese año se conmemoraba el primer centenario de su muerte. La evocación del homenajeado puede llegar a ser implícita a través de la sutil recreación de determinadas atmósferas sonoras, como hizo el sevillano Manuel Castillo. Su “Nocturno de Sanlúcar”, de 1985, es un homenaje a su profesor de piano y concertista Antonio Lucas Moreno, natural de Sanlúcar de Barrameda y fallecido años antes, mientras que “Para Arthur”, de 1987, para clarinete y piano, está dedicado al mítico pianista Arthur Rubinstein que tan estrechos vínculos tuvo siempre con España. Otros Tumbeaux incluyen al último movimiento de “Pli selon pli”, de Pierre Boulez, el “Tombeau of Michael Collins”, de Mona Lyn Reese, de 1987, el instrumental “Cantus in Memoriam Benjamin Britten”, de Arvo Pärt, de 1977; y “For Morton Feldman”, de Stephen L. Mosko, de 1987. En el siglo XXI una serie de Tombeaux han sido escritos por Roman Turovsky-Savchuk.



















































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