Carnaval de Dunkerque (Francia)

 

El Carnaval de Dunkerque es uno de los más famosos de Francia, junto al Carnaval de Niza, aunque se distingue de éste porque es más popular, no se trata de un espectáculo en sí mismo, con disfraces bellos y elegantes y fastuosas carrozas, sino que el objetivo es que todos los habitantes de la ciudad y los visitantes participen disfrazados de cualquier traje, peluca y accesorios, de forma colorida y original, desfilen por las calles de la ciudad siguiendo a las primeras filas y al tambor mayor, bailando y cantando al son de la música, y haciendo altos en el camino para beber y comer en las “capillas”, que son como ”casas amigas”, donde se ofrece la típica sopa de cebolla y unos litros de cerveza para poder seguir el carnaval con fuerza.

El nombre no tiene nada de religioso, sino que se llaman así porque los disfrazados hacen una especie de peregrinaje por esos lugares. A lo largo del desfile (conocido con el nombre de ”Banda”) se producen momentos de éxtasis, los “chahuts” en los que las trompetas y los trombones tocan y la gente se deja llevar por la música, mientras que las primeras filas intentan retenerlos. Después hay una parada delante del ayuntamiento para el “llamamiento de los arenques”, más tarde el “Rigodón”, que anuncia el final de la Banda. Una vez terminado el recorrido, la gente se reúne para bailar toda la noche al ritmo de la música de las orquestas en la Kursaal de Dunkerque (Palacio de Congresos). Las primeras líneas es el nombre que se les da a los carnavaleros más experimentados, que retienen a la banda en el momento de los “chahuts”. Los ”Figuemen”, mascaritos que incordian a la gente con cañas de pescar y arenques ahumados, se visten con impermeables amarillos y una máscara. El nombre se debe a que antes paseaban con un palo con un hilo al que iba sujeto un higo (figue) o una golosina y jugaban con la gente que intentaba tomar el higo o la golosina. Los “Intrigueurs” practican el arte de la intriga, que consiste en disfrazarse y enmascararse de modo que nadie los reconozca, además de transformar su voz, para después recorrer las calles y hablar con la gente que ven todos los días (también con extraños) intentando crear malos entendidos.

Los disfraces del Carnaval de Dunkerque recuerdan mucho a los de cualquier carnaval del mundo. Se trata de ir de cualquier forma, con ropa vieja o ropa desconjuntada, maquillaje, pelucas, boas de plumas etc. Cuanto más ridículo y colorido el disfraz, mejor. Los hombres a menudo se disfrazan de mujeres (con vestidos, faldas, maquillaje, etc.) y también ocurre lo contrario, mujeres disfrazadas de hombres, lo importante es adoptar otra identidad. Los habitantes de Dunkerque conservan su disfraz durante años, para poder ser reconocidos, ya que su “clet’che” (disfraz), les da cierta identidad. La gente prefiere no llevar máscaras ya que es más cómodo y pueden gritar y beber sin que nada les moleste. La mayoría de los disfrazados llevan paraguas. El Reuze (gigante), es uno de los gigantes más antiguos ya que su leyenda procede de 1550. A principios del siglo XX se construyó una familia para él: su mujer, la reuzinne Mietje y sus hijos: Pietje, Boutje y Miesje, protegidos por seis guardias: Allowyn, Dagobert, Gélon, Goliath, Roland, y Samson. El tambor mayor es uno de los personajes esenciales del carnaval ya que prepara el itinerario de la banda, pero sobre todo, mantiene la disciplina el día del desfile. Tiene que controlar y guiar a la muchedumbre y a los músicos haciendo señales con su bastón de mando. El tambor mayor va acompañado por la famosa “cantinière”, mujer que lleva un tonel lleno de coñac o ginebra que ofrece a los músicos. Cada barrio tiene su tambor mayor, aunque todos van vestidos con el mismo traje de soldado napoleónico. En la actualidad, Dunkerque cuenta con 19 tambores mayores. Para que la orquesta esté bien coordinada, hay también un jefe de instrumentos de viento y otro de pífanos (flautillas). La música es imprescindible en el carnaval. Las fanfarrias de Dunkerque están formadas por grupos de tambores e instrumentos de viento, y las canciones suelen tener letras burlescas y a menudo picantes. Los músicos tocan canciones que arrastran a la muchedumbre al éxtasis emocionado. Las primeras líneas paran y retienen a los participantes que empujan y saltan, pero gracias a los “masqueleours” casi nunca hay incidentes.











































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