Música Clásica - Prima Donna
El término “Prima Donna”, que literalmente significa “primera dama” en italiano, evoca inmediatamente la imagen de una cantante de Ópera excepcional, una estrella indiscutible cuyo talento vocal y presencia escénica la elevaban por encima del resto del elenco.
El concepto de la “Prima Donna” es intrínseco al nacimiento y desarrollo de la Ópera italiana. A principios del siglo XVII, cuando la Ópera comenzaba a tomar forma como un género distintivo en las cortes de Florencia y Mantua, el foco inicial estaba en la declamación cantada (monodia acompañada) y la inteligibilidad del texto dramático. Sin embargo, a medida que la Ópera se trasladaba a los teatros públicos (especialmente en Venecia a partir de 1637), la demanda de virtuosismo vocal y de números musicales memorables que permitieran el lucimiento de los cantantes creció exponencialmente.
Fue en este contexto donde se hizo necesario distinguir a la cantante principal, aquella a quien se le asignaba el rol femenino más prominente y las Arias más espectaculares. Así nació la “Prima Donna”. Este no era solo un título honorífico; conllevaba una serie de responsabilidades artísticas y expectativas del público. La Prima Donna era la atracción principal, la razón por la que muchos espectadores acudían al teatro. Su nombre encabezaba los carteles, y su voz y habilidad dramática eran el epicentro de la producción.
Es importante diferenciar el término “Prima Donna” del más moderno “Diva”. Aunque a menudo se usan indistintamente hoy en día, “diva” (que significa “divina” o “diosa” en italiano) comenzó a popularizarse más hacia finales del siglo XIX y principios del XX para referirse a cantantes de cualidades excepcionales que trascendían la Ópera, extendiéndose al teatro y al cine. El término “Prima Donna”, en su uso original, se refiere más específicamente a la cantante principal femenina en el contexto operístico de los siglos XVII y XVIII, a menudo una soprano, aunque también podía ser una mezzosoprano. Si bien el comportamiento “divino” o “caprichoso” se asociaría más tarde con ambas, “Prima Donna” es la designación histórica del rol principal.
El siglo XVIII, la cúspide del Barroco y la era de la Ópera Seria italiana, fue el verdadero apogeo de la Prima Donna. En esta época, la Ópera se había convertido en un espectáculo de masas en toda Europa, con los teatros de Nápoles, Venecia, Londres y Viena compitiendo por atraer a las voces más prestigiosas. La estructura de la Ópera Seria, con su énfasis en las Arias da Capo separadas por recitativos, era el vehículo perfecto para el lucimiento vocal de la Prima Donna.
La Prima Donna de la Ópera barroca era el eje dramático y musical de la producción. Se esperaba de ella una combinación de cualidades excepcionales:
• Virtuosismo Vocal: Era fundamental poseer una técnica vocal impecable, con un control sobresaliente de la coloratura (pasajes rápidos de escalas, arpegios y ornamentaciones), la agilidad, la respiración y la capacidad de sostener notas largas con belleza. La voz de soprano era la más común para estos roles, aunque también hubo mezzosopranos destacadas.
• Expresividad Dramática: Más allá de la técnica, la Prima Donna debía ser una actriz convincente, capaz de transmitir una amplia gama de emociones (ira, alegría, dolor, amor, celos) a través de su canto y sus gestos. La “Teoría de los Afectos” barroca significaba que cada Aria se concentraba en una única emoción, y la cantante debía encarnarla plenamente.
• Habilidad para la Ornamentación e Improvisación: Este era un aspecto crucial. En la repetición de la sección A de un Aria da Capo, la cantante no solo repetía la melodía, sino que la ornamentaba e improvisaba de manera elaborada. Esta era su oportunidad para mostrar su creatividad y su técnica única, añadiendo florituras, trinos, passaggi y cadenzas que sorprendían y deleitaban al público. Los compositores escribían las Arias con este propósito en mente, dejando espacios para que la cantante mostrara su arte.
La influencia de las Primas Donnas en la composición operística era considerable. Compositores como Händel, Vivaldi, Alessandro Scarlatti, Porpora y Hasse escribían Arias específicas para las habilidades y fortalezas de sus cantantes estrella. La relación podía ser de mutua admiración y colaboración, pero también de tensión, ya que las cantantes a menudo exigían modificaciones en las partituras para adaptarse mejor a sus voces o para lucirse aún más. Esta influencia era tan fuerte que la Ópera a veces era criticada por subordinar la dramaturgia a la exhibición vocal.
En esta época, los castrati masculinos (cantantes castrados en la niñez para preservar sus voces agudas) compartían el estatus de estrellas con las Primas Donnas. Figuras como Farinelli, Senesino y Caffarelli eran tan o más famosos que sus contrapartes femeninas. A menudo, las Óperas presentaban a una Prima Donna y un Primo Uomo (generalmente un castrato) en una rivalidad vocal amistosa, compitiendo por los aplausos del público. Esta dinámica añadía una capa extra de excitación a las representaciones.
A medida que la Ópera se masificaba, la Prima Donna se convirtió en una figura pública de inmenso interés, no solo por su arte, sino también por su personalidad, su estilo de vida y, a menudo, sus legendarios caprichos.
La expresión “Prima Donna” comenzó a adquirir una connotación peyorativa, asociándose con un comportamiento caprichoso, exigente y temperamental. Este estereotipo, aunque a menudo exagerado, tenía sus raíces en la realidad de su posición. Las Primas Donnas eran artistas de élite, conscientes de su valor y su poder de atracción. Podían exigir honorarios exorbitantes, insistir en cambios de vestuario, negarse a cantar si no estaban satisfechas con la orquesta o el público, e incluso influir en la trama o los roles. Su estatus les otorgaba una autonomía que pocas mujeres de su época podían soñar.
La historia de la Ópera está llena de célebres rivalidades entre Primas Donnas, como la de Faustina Bordoni y Francesca Cuzzoni en el Londres de Händel. Sus “clubes” de fans se enfrentaban en los teatros, llegando incluso a la violencia, demostrando la intensidad del fervor del público y el poder de estas figuras.
Con la llegada del Clasicismo en la segunda mitad del siglo XVIII, y figuras como Gluck que buscaban una Ópera más integrada dramáticamente, la rigidez del Aria da Capo comenzó a ser cuestionada. Sin embargo, el concepto de la Prima Donna como estrella principal persistió. Mozart, en sus Óperas, siguió escribiendo roles femeninos protagonistas de gran exigencia vocal y dramática, aunque las Arias ya no siempre seguían la estricta forma da capo.
En el siglo XIX, con el florecimiento del Bel Canto (estilo de canto que enfatizaba la belleza de la voz, la agilidad y el legato) en las Óperas de Rossini, Bellini y Donizetti, la Prima Donna alcanzó nuevas alturas de adoración. Figuras como Maria Malibran (1808-1836) o Adelina Patti (1843-1919) se convirtieron en superestrellas globales, idolatradas por multitudes y con una influencia sin precedentes. Sus tours internacionales eran eventos masivos, y su fama trascendía los círculos operísticos.
Con el Romanticismo y la expansión de la Ópera a públicos más amplios, la Prima Donna se transformó en la “Diva”. El término “diva” implicaba no solo excelencia vocal y dramática, sino una personalidad casi mitológica, una figura que inspiraba fervor apasionado y, a veces, un comportamiento excéntrico que contribuía a su aura.
Hoy en día, el término “Prima Donna” ha trascendido el ámbito operístico y se utiliza de manera generalizada, a menudo con una connotación negativa, para describir a cualquier persona (no necesariamente una mujer, ni un artista) que es percibida como temperamental, egocéntrica, exigente o que se comporta con una actitud de superioridad, haciendo demandas excesivas y esperando un trato preferencial. Esta acepción moderna ha opacado en cierta medida su significado original de “cantante principal excepcional”.
Fuentes:
• Underthefallenleaves.wordpress.com
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