Carnaval de Corrientes (Argentina)
Desde la década del 60 del siglo XX la ciudad de Corrientes, y las grandes y pequeñas ciudades del interior provincial, viven la experiencia del carnaval como un hecho cultural que ha trascendido los límites provinciales, al punto de que, en los años 60 y 70, Corrientes era sinónimo de Carnaval.
Quienes han
vivido esas décadas recuerdan las batallas del juego con agua de las siestas de
febrero en casi todas las ciudades, y en la capital, al Parque Mitre cubierto
de carpas donde se alojaban jóvenes que llegaban de todo el país para
participar de las noches de corso. Escenas como esta se repetían en todas las
ciudades de las costas de los ríos Paraná y Uruguay: Paso de los Libres –la
pionera-, Monte Caseros, Santo Tomé, Goya, Esquina, Mercedes, Bella Vista,
entre otras, recibían turistas ávidos de presenciar los carnavales que se
caracterizaban por los duelos de comparsas: Ará Bera y Copacabana, Zum Zum y
Carumbé, Orfeo y Carun Berá, Carú Cura y Yasí Berá, Fon Fon e Ipanema, entre
otras. El carnaval capitalino tuvo dos momentos de exposición que contribuyeron
a su consagración “nacional”, la publicación en 1966 de la nota de Rodolfo
Walsh, “Carnaval Caté”, en la revista Panorama, y la inclusión de la célebre
coreografía de la riña de gallos de Ará Berá en la película “La
hora de María y el pájaro de oro” –dirigida por Rodolfo Khun y
protagonizada por Dora Baret y Leonor Manso- en 1975. Las dos
décadas del duelo Ara Berá-Copacabana constituye una de las tantas épocas doradas
que supo tener este carnaval que fue cambiando sus formas desde que existen
registros de las prácticas de carnaval. La pasión carnavalera que se manifiesta
en la inmensa mayoría de los correntinos, y se activa desde el inicio de cada
nuevo año, se percibe en los registros de finales del siglo XIX, tiempos en que
el período de carnaval propiciaba un balance del año fenecido, con altos
componentes de crítica política mezclados con fantasía. Durante muchas décadas,
el pasado reciente inspiro a los grupos de amigos y familiares que, en los
retiros veraniegos de cada enero, preparaban las comparsas –pequeñas y
efímeras- que encontraban sus nombres y temas a representar la realidad
inmediata.
Así, en febrero de 1905, un grupo de jovencitas decidió presentarse
en los bailes y recibos de carnaval e ingresar al corso como “japonesas”, a lo
cual, los varones, inspirados en las noticias de la prensa sobre los incidentes
de la guerra ruso-japonesa que se libraba desde el año anterior, opusieron una
comparsa de “rusos”. El corso y los bailes de carnaval fueron variando de escenarios,
pero se prolongaron hasta finales de la década de 1950. En 1900 los vecinos de
las calles San Juan, 9 de Julio y La Rioja, en el privilegiado espacio del
centro, se disputaban la condición de recorrido del corso, los bailes elegantes
se realizaban en los salones de los clubes Social y del Progreso, y los
populares en el Teatro Vera. En los años 30, el corso se mudó a la calle Junín,
y al poco tiempo a la recientemente inaugurada Avenida Costanera, donde brilla
a comienzos de los años 60 con la aparición de las grandes comparsas: Ara
Berá y Copacabana. Entre los años 40 y 50, antes del período dominado
por la institucionalización de comparsas, se vivió otra de las épocas doradas
del carnaval, protagonizada por los vecindarios de los distintos barrios de la
ciudad. En cada barrio se constituía una comisión que organizaba bailes en los
cuales se recaudaba dinero para la construcción de la carroza que lo
representaría en el corso, y en uno de esos bailes se elegía –por el voto de
todos los asistentes- a la reina del barrio y su corte de princesas. La
comisión se ocupaba de todos los detalles: el tema a representar, la
elaboración de la carroza para el desfile del corso, y el vestuario de las
jóvenes. Los bailes se hacían en las calles del barrio que eran adornadas para
la ocasión, y en algunos casos se utilizaban las instalaciones de los clubes.
Algunos barrios, como el Bañado Norte tenían su propio corso, pero el más
importante era el corso oficial, al que concurrían las representantes de todos
los barrios y las comparsas y máscaras sueltas que tramitaban el permiso para
participar.
A medida que se sucedían estos cambios, la fantasía le ganó la
batalla a la crítica y a la política. La intervención en las grandes comparsas
de figuras surgidas de los planteles de las academias de danzas y del teatro
Vera, en los años 60, le imprimió un sello característico al carnaval que ha
sido definido recientemente por Marcelo D. Fernández como “una obra de arte en
movimiento”. A diferencia de las comparsas del interior de la provincia, las
capitalinas imponen el “show”, una suerte de obra teatral en la cual
representan el tema elegido cada año. Los años 70 fueron el período más exitoso
de los duelos entre Ara Berá y Copacabana, con la Avenida Pedro
Ferré como escenario, y con vestuarios, coreografías y shows cada vez más
brillantes. En la década de 1980 se producen desmembramientos en las dos
grandes comparsas, que dan lugar a la aparición de Sapucay –que pronto pasó
a protagonizar los duelos con Ara Berá- y Samba Show –pionera de
las Agrupaciones Musicales. A mediados de esa década, por dificultades
económicas, el carnaval de las grandes comparsas sufrió una interrupción de una
década. Durante ese período, en los barrios viejos y nuevos de la ciudad, surgieron
comparsas que sumadas a las agrupaciones humorísticas que –como Los
Dandys- animaban los corsos desde hacía décadas, continúan con los
desfiles organizados en la Avenida de la Paz, un escenario alejado del que
había sido epicentro de la actuación de las extrañadas Ara Berá, Copacabana
y Sapucay.
Esta demostración de la pasión carnavalera de los correntinos, inauguró una
expresión que hoy tiene lugar en los populares “Carnavales Barriales” que se
desarrollan en un circuito itinerante, que en cierto sentido rememora al
carnaval de los años 50. Los trajes, las plumas, los bombos, las trompetas
quedaron guardadas por unos años hasta que, en 1994, la llegada del carnaval
del interior a la costanera correntina movilizó a los nuevos jóvenes, que de
algún modo empujaron a sus mayores y fundadores del festejo a recuperar lo
perdido. Algo que ocurrió al año siguiente, en 1995, cuando de nuevo las
tribunas desbordaron de gente y las comparsas recuperaron el espíritu dormido. Desde
entonces y hasta la fecha, Momo no ha parado de crecer, ya que hoy son cuatro
las animadoras del carnaval mayor (Ará Berá, Sapucay, Copacabana
y Arandú
Beleza) y otras tantas agrupaciones musicales le ponen un plus
particular (Samba Total, Imperio Bahiano, Sambanda,
Samba
Show y Kamandukahia). Hoy, además, el carnaval cuenta con casa propia:
un sueño de tantos, que fue concretado por el Gobierno de la Provincia. Además,
los barrios han hecho crecer el espectáculo de un corso que conjuga la esencia
de la primera fiesta en la que las murgas eran las principales animadoras, con
el crecimiento de nuevas comparsas que representan a cada sector de la ciudad.
En suma, hay hoy un carnaval que, para muchos, puede parecer distinto, pero que
mantiene la misma razón de ser. Esa que impulsó a unos pocos a salir a la calle
a divertirse. Esa que dio vida a un festejo hasta entonces opaco. Esa que vino
para quedarse. Esa que colocó a Corrientes en lo más alto, convirtiéndola en la
Capital Nacional del Carnaval.
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