Música Clásica - Directores de Orquesta
La existencia de directores o individuos que de una manera u otra tuvieran la misión de hacer actuar juntos a un grupo de personas, bailando, trabajando, cantando o tocando instrumentos, es antiquísima.
1.800 años a. C., cuando alcanzó su apogeo la música para el culto de la religión Veda, los directores, generalmente sacerdotes, se preocupaban de la ejecución de los cantos, utilizando a tal fin un vocabulario de señas matizado con refinamiento. Algunos de sus gestos eran los siguientes: cuando el pulgar de la mano derecha resbalaba sobre la punta de los dedos de la mano izquierda, significaba tocar o cantar con menos fuerza. En cambio, la presión del pulgar izquierdo sobre la palma de la mano derecha, significaba todo lo contrario.
Más tarde se utilizaron las manos también para indicar la altura de los sonidos. Cada nudillo de la mano izquierda representaba un sonido o nota, con lo cual, los directores podían comunicar las melodías.
Los griegos llamaban quironomía al arte de expresarse con las manos y esta expresión subsiste aún hoy. La palabra quironomía proviene del griego Xeiros, mano, y Nomos, ley, es decir, ley de las manos.
Desde la época Barroca hasta la actualidad, la Música Sinfónica como nuestra sociedad, se ha ido transformando. En la época de Monteverdi, las orquestas no eran muy numerosas y ya con Haydn o Mozart tampoco sobrepasaban los cincuenta componentes. Podríamos decir que, en su origen, la formación orquestal se asimilaba a un conjunto de cámara ampliado que fue evolucionando hasta convertirse en lo que hoy consideramos como una Orquesta Sinfónica. Será más tarde, en la primera mitad del siglo XIX, donde definitivamente nazca la entidad propia del Director de Orquesta. Los compositores comenzaban a conferir en otros la responsabilidad de dirigir sus propias composiciones; a su vez dificultosas sin la ayuda de un guía.
Todo fue un continuo proceso puesto que Beethoven se empeñaba en dirigir. Los músicos en los estrenos de la Quinta y Sexta Sinfonías se enfrentaron a él, al ser incapaz de guiar la orquesta por su sordera que iba en aumento. En la premier de la Novena estaba tan sordo que no podía oír una nota. Para dirigir esta Novena Sinfonía en el día de su estreno se alternaron el concertino, guiando las partes instrumentales, con un Director para las partes de solistas y coro.
Cuando se estrenó en el Gewandhaus, de Leizpig, la Novena Sinfonía beethoveniana, el primer violín, Matthei, la dirigió con el arco de su instrumento y sin moverse de su sitial. Pero cuando llegaron las partes cantadas de solistas y coro – detalle significativo- apareció el orondo y simpático Pohlenz, armado de su imponente y bien ordenada maza o takstok de color azul, y asumió la dirección.
Afamados compositores como Schumann, Mendelssohn o Tchaikovsky o bien fueron sustituidos por nuevos directores o fueron criticados duramente ante su incapacidad a la hora de dirigir.
Otros, sin embargo, tuvieron que conducir su propia música para que fuese interpretada. Berlioz en plena actuación de su Réquiem con el director François Antoine Habeneck, saltó al pódium para poder salvarlo ya que creía que sus compatriotas franceses estaban saboteando su música.
Uno de los primeros músicos en subirse a un pódium y colocar las partituras sobre su atril fue el compositor alemán y director musical de la Orquesta de la Corte Prusiana Johann Friedrich Reichardt en 1776.
Varios son, según los tratadistas, los que se disputan el honor de ser el primero en usar la batuta. Lo más probable es que fuese Louis Spohr, afamado violinista e inventor de la llamada mentoniera; un aparato protector del instrumento.
Spohr había desechado antiguas técnicas como dirigir con un arco de violín o con un rollo de papel. Él lo hacía con la batuta, lo que conllevó a que los demás dirigiesen con este nuevo palo que abolió la horripilante costumbre de los concertinos de golpear el suelo con los pies.
En esta primera mitad del siglo XIX se fueron sumando compositores-directores a este nuevo modelo de conducir la orquesta; como Spontini que introduciría la batuta en la Orquesta de la Corte Prusiana, o Félix Mendelssohn en Leizpig donde además utilizó el pódium.
Estos innovadores directores, eran a su vez compositores. La gran mayoría de ellos ha escrito al menos una obra para banda, bien fuese una Obertura, una Marcha o un Himno. Louis Spohr (1784-1859) compuso en 1815 su “Notturno für Harmonie- und Janitscharenmusik”, Gaspare Spontini (1774-1851) escribió la “Grande Marcia per Federico- Guglielmo III” y Félix Mendelssohn Bartholdy (1809-1847) la “Ouverture op. 24”; entre otras composiciones escritas por ellos para vientos.
Internacionalmente se reconoce al alemán nacido en Dresde, Hans von Büllow, el honor de ser el primer Director Profesional de Orquesta después de haber realizado una importante carrera como pianista. Se afirma que es el primer director profesional por su minucioso trabajo con la orquesta, así como por su técnica con la batuta. Bülow hacía que los músicos indicasen en las partituras tanto los movimientos de arco para la cuerda como las respiraciones y fraseo para los vientos, destacando además por realizar unos meticulosos ensayos seccionales.
Después estrenaría “Los Maestros Cantores” en 1868, teniendo que aguantar no obstante los regaños públicos de Wagner ante su propia orquesta durante los ensayos. Ante la presión del compositor, Bülow también les gritaba a los músicos o hacia comentarios hirientes. Al trompista Franz Strauss, padre del afamado compositor, le llegó a decir en un ensayo: ¿por qué no se retira?
Pagaría caro este privilegio de ser el primer director “profesional” de orquesta, pues iba a permitir que su mujer, Cosima, y Wagner fuesen amantes. Conocía plenamente la infidelidad y negaba su adulterio hacia la sociedad. En su comportamiento influía el hecho de que Listz fuera su suegro, ya que lo respetaba considerablemente. Finalmente accedió a que su esposa se fuese a vivir con el afamado Maestro. A través de una carta le daría su beneplácito final:
Wagner lo tenía claro, quería a Bülow y a Cosima próximos a él; pero eso sí, a uno en el pódium y a otra en la cama. Él mismo publicaría en la “Neue Zeitschrift für Musik” un folleto en 1869 sobre El Arte de Dirigir la Orquesta.
Aunque Wagner no lo reconociese, el compositor podría ahora usar al director como escudo humano. En este sentido era al director a quien principalmente abucheaba o silbaba el público; yendo en contra suya también las críticas del propio compositor, a veces justas, para auto defender a su nueva creación. Los ataques podrían continuar dentro de la misma orquesta con un músico que fallase un solo (por una mal indicación del director), desde los responsables escénicos por una descoordinación en la Ópera o por los dueños del teatro al no haber hecho una buena recaudación. El director se convertiría así en el centro de toda polémica.
Con el transcurso de las décadas el Director se fue librando de este dominio psicológico del compositor de acuerdo a los nuevos espíritus. Ahora ya no busca una perfecta interpretación en el instante, sino que aspira a conseguir un concepto definitivo y eterno de cómo interpretar a ese autor. Con la nueva figura del maestro como entidad musical y necesaria, se versionarán las obras y se empezará a hablar paulatinamente de la Quinta Sinfonía de fulanito, en vez de la Quinta Sinfonía de Beethoven.
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