El Bandoneón en el Río de la Plata
Si grandes son las controversias respecto a su creación no son menos las que rodean su llegada al país, al plantearse las preguntas: ¿Cuándo? y ¿Quién lo trajo? Se estima que pudo haber llegado pasada la mitad del siglo XIX. La más temprana cita de un bandoneón y su ejecutante en el Río de la Plata es, hasta ahora, una nota periodística publicada en 1995 por Jorge Labraña, llegada a manos del autor sin el nombre del medio gráfico que la publicara.
En ella se
ubica su introducción en el año 1863 y la atribuye a un inmigrante suizo,
natural de Sarganz apellidado Schumacher, quien junto a un
contingente de compatriotas viajó con intención de radicarse en la Colonia
Suiza, del Uruguay, hoy denominada Nueva Helvecia. Su afirmación se basa en la
lectura de un diario de viaje de un militar suizo que navegaba con el grupo,
era el mayor Federico Bion. El manuscrito fue hallado en 1970, en poder de
un nieto del citado militar, en una ciudad cercana a Zurich. El día 19 de
diciembre de 1862 escribió en su cuaderno: “Schumacher, ciudadano de Sarganz,
viaja solo y hará venir después a su numerosa familia. Herrero de profesión,
también quiere comprar una chacra, algo rezongón orgulloso de su ciudadanía de
Sarganz, es nuestro bandoneonista”. Pero a partir de su desembarco en
Montevideo se pierde todo indicio del personaje. El 23 de septiembre de 1919 el
diario vespertino “La Razón” publica el reportaje a un anónimo bandoneonista,
que años más tarde Héctor Bates y Luis Bates en su libro, identifican
como Antonio
Chiappe, uno de los pioneros ejecutantes. En el texto original manifiesta:
“Este instrumento fue dado a conocer en nuestro país allá por el año 1870 por
Bartolo, el brasileño, que trajo uno de 32 voces, fue uno de los primeros
bandoneonistas”. En el mismo libro se sostiene otra posibilidad, que lo trajo
al país Don Tomás, “El Inglés”, por 1884. Antes de su partida a Europa en 1913,
Vicente
Loduca declaraba en una revista:
“Hace más de treinta años que llegó al
país el bandoneón”. Antonio Bucich, historiador y apasionado buceador del pasado del
barrio de La Boca, sostiene: “A mediados de 1900, un marinero alemán comenzó a
vender en el barrio de La Boca, instrumentos musicales parecidos a la
concertina. Fueron los primeros bandoneones conocidos en el país”. A su vez el
director y bandoneonista Augusto Berto, en un reportaje de
1937 para la revista “Sintonía”, sostenía aunque sin dar fecha: “Del primer
bandoneón que se sepa, está establecido el origen. Lo importo Don Tomás (El
Inglés), un personaje extraordinariamente simpático”. ¿Se trata de Tomás
Moore, uno de los primeros ejecutantes conocidos del bandoneón? Y
continuaba Berto: “El padre de Santa Cruz se hizo amigo suyo y de la concertina
que tocaba salió el nuevo instrumento”. Se puede extraer como conclusión de lo
aseverado, que José Santa Cruz, como se ha escrito muchas veces, fue uno de
nuestros primeros bandoneonistas y que ya lo ejecutaba como voz de vivac, en la
guerra de la Triple Alianza, que tuvo lugar en el año 1865. De atenernos a lo
afirmado por Berto, lo que Santa Cruz tocaba en dicha contienda
no habría sido un bandoneón sino una concertina. Además, el aserto de Berto
testimonia la transformación de los ejecutantes de concertina en
bandoneonistas, lo que concuerda con lo manifestado por Adolfo Pérez (Pocholo),
quien afirmaba que una buena parte de los citados como bandoneonistas
primitivos ejecutaban un instrumento más pequeño y con menor cantidad de notas,
lo que era en realidad una concertina. Con respecto a la introducción del
instrumento existen otras versiones, la mayoría muy discutibles, lo posible es
que no haya habido un introductor sino varios casi contemporáneos. Ahora nos
referiremos a su incorporación al Tango.
Cuando llega el bandoneón
eran tiempos de tríos, lo habitual eran flauta, violín y guitarra,
anteriormente dicen que el arpa, también el mandolín. El esquema general era
tocar al unísono, por lo general flauta y violín y la guitarra marcando el
ritmo. La asimilación del bandoneón encontró serias resistencias en muchos
tanguistas. Vicente Loduca, en 1913, decía refiriéndose al rechazo: “Nadie
lo quiso aprender, eran muy pocos los que se animaban a entrar en un salón
llevándolo enfundado. Se avergonzaban de su aspecto, de su vulgaridad”. Pero
iba entrando, por entonces en la Avenida de Mayo ya figura en las pizarras de las
orquestas. Los primeros ejecutantes –lo mismo ocurrió con los primeros
pianistas– en la antesala de su aceptación en los conjuntos de Tango,
se desempeñaron como obligados solistas. Hubo, en cambio, músicos de la Guardia
Vieja que, sin ser bandoneonistas, tuvieron un papel importante en la
aceptación del instrumento por parte del resto de los tanguistas. Ernesto
Ponzio en la década del 30 respondió en un reportaje: “El apogeo del
bandoneón fue obra de Posadas, el famoso violín. Él fue el primero que enseñó a
tocar el fuelle. Comenzó estudiando su manejo”. Carlos Posadas un músico
de esmerada formación, transcribía piezas a los bandoneonistas adaptadas
convenientemente. Otro fue El Pardo Sebastián Ramos Mejía,
músico que, a punta de intuición, se convirtió en una figura decisiva en el
proceso de su aceptación y difusión. Un contemporáneo suyo, Antonio
Chiappe, de sólidos conocimientos musicales, fue la otra columna de
apoyo en este fenómeno de transculturación. La incorporación del bandoneón al Tango
se produjo poco antes del Centenario (1910), cuando aún reinaba el primitivo
tango en 2x4, alegre, saltarín y de ejecución rápida, con notas en staccato. A
partir de entonces, bandoneón y Tango vivieron juntos su bohemia. La
inclusión del bandoneón en los conjuntos de música popular coincidió con un
cambio de ritmo y de articulación que impuso una ejecución lenta y ligada. El
arrastre de las notas y el ligado continuo, le quitó la vivacidad saltarina al Tango,
tornándolo moroso y lento.
El Tango saltarín y compadrito es un
efecto que se obtiene tocando staccato-picado y los bandoneonistas estaban muy
lejos de lograr tal forma de ejecución por su escaso dominio del instrumento. En
cuanto a los ejecutantes solistas, previo paso a ser componentes de una orquesta,
se destaca lógicamente Juan Maglio, a quien debemos la
realización del primer solo de bandoneón a capella que se grabara en la
historia del Tango, cuando en el año 1912 registro para Columbia el Tango
“La
sonámbula”, de Pascual Cardaropoli. En la otra faz
del disco está la Mazurca de Gerardo Metallo “La
morocha [b]” (homónimo del Tango de Saborido). Dentro de la
sencillez de concepción de la época, Maglio se destaca por el sonido y la
expresividad que logra, así como por el correcto ligado y el lucimiento que
brinda a los bajos. Casi al mismo tiempo varios de sus colegas siguieron la
senda abierta por Maglio. Así en 1913 Genaro Espósito registró en el sello
ERA sus Tangos “El Goruta” y “Don Machado” a los que
siguieron otros para el sello Atlanta. En el mismo año, Vicente Loduca graba para
el sello Pathé de Francia su Tango “El argentino” y de
Eduardo Arolas, su poco difundido Tango “Piteco”. Loduca
se adjudicó el mérito de ser el primer bandoneonista argentino que grabó como
solista en el exterior. Por la misma época se concretó la única versión solista
de Arolas,
para el sello Odeón, el Vals “Aranzetti” del cual es
autor. En él se puede adivinar una bastante fluida digitación –sólo llevaba
cinco años de estudio– y una llamativa brillantez sonora de su mano derecha,
con un sonido menos agudo que el de Loduca. Finalmente, decir que se
hizo costumbre ajustar su afinación a 440, que corresponde al número de
vibraciones de la nota la del diapasón, pero actualmente se tiende a elevarla a
441 e incluso aún a 882. Pero esto ya entra en el terreno de los afinadores.
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