Rito de los voladores (México)

 


El deseo de volar siempre ha estado ahí, cerca de nuestras mentes y nuestras aspiraciones. Es una cosa que nos lleva quitando el sueño, o mejor dicho, inspirando sueños, desde hace siglos. Además, lo de florar en el aire cual pajarillo no era un capricho de un único lugar.

Todos querían alcanzar el vuelo, independientemente de donde estuvieran, de cuál fuera la cultura o de qué religión profesaran. Muestra de ello es que, en la América precolombina, también querían volar. Y, en cierto modo, lo consiguieron. Porque desde hace unos cuantos siglos, los pueblos indígenas mesoamericanos llevan practicando lo que se llama el Rito de los Voladores. Se trata de una danza ceremonial que se remonta a los tiempos prehispánicos y que sigue permaneciendo viva hoy en día. Sus orígenes no están del todo claro, aunque se tiene constancia de su existencia desde el período preclásico de las civilizaciones centroamericanas. Eso quiere decir que estamos hablando de un rito que tiene miles de años de historia. Lo que sí parece estar más claro es que era un rito practicado por muchos pueblos y que su presencia se extendió por territorios que hoy se pueden identificar como México, Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. La mayoría de las danzas sagradas fueron prohibidas por los españoles como una de las tantas medidas contra la evangelización pero, a pesar de esto, el Rito de los Voladores sobrevivió en ciertas regiones hasta la época moderna. De acuerdo con el investigador Jesús Jáuregui, especialista en el Rito de los Voladores, esta danza es una ceremonia propiciatoria de respeto y equilibrio de los hombres con la naturaleza en la que los hombres-pájaros despegan de la tierra para estrechar su comunicación con los puntos cardinales y luego descienden desarrollando una representación del cosmos y sus procesos. Además, tiene una dimensión social de vinculación y expresa valores como purificación y perdón. Esta danza está compuesta por una serie de simbolismos. Cada uno de los “voladores” es uno de los cuatro puntos cardinales. El Caporal, el personaje que toca el tambor y la flauta, es el centro de la tierra. Los atuendos hacen referencia al plumaje de las aves.
Los listones de colores simbolizan el arcoíris que aparece después de la lluvia. El descenso mismo de los danzantes representa la caída de la lluvia. Cada señal del caporal es una acrobacia que los voladores deben ejecutar de una manera específica. Debe girar 13 veces en cada caída, simulando descender por los 13 que, multiplicado por los cuatro voladores, da 52, justo el número de años del calendario xiuhmolpilli. El calendario de 260 días (tonalpohualli) y el de 365 días (xiuhpohualli en náhuatl) que para encajarse tardan un período de más o menos 52 años, 18.980 días (el mínimo común múltiplo de 260 y 365). El Rito de los Voladores es conocido en Papantla como “Vuelo de los Muertos”, o Kos'niin. En la antigüedad, incluso seleccionar y cortar el tronco que se utilizaba para la ceremonia, era todo un ritual, el que se ejecutaba con música y danza. Tenían que pedir perdón al bosque, hacer rezos y cargar el tronco para que nunca toque el piso. En el transcurso de la ceremonia, cuatro jóvenes trepan por un mástil de 18 a 40 metros de alto fabricado con el tronco de un árbol recién cortado del bosque. Sentado en la plataforma que remata el mástil, un quinto hombre, el caporal, toca con una flauta y un tambor, melodías en honor al sol, así como de los cuatro vientos y puntos cardinales. Los Sones de Volador, nombre con que se conoce al repertorio musical para el ritual, son interpretados por el caporal, quien elabora sus propios instrumentos musicales. Después del acto de invocación, los danzantes se lanzan al vacío desde la plataforma a la que están atados por largas cuerdas. Compuesta por el desarrollo del giro envolvente.
Los danzantes descienden de manera gradual, sujetados desde sus pies, regalando danzas y movimiento, que responden a elementos sonoros y dimensionales (respecto a qué altura se encuentran) conformando así una coreografía espacial que invita a ser parte de aquella atmósfera de festividad, ajena al tiempo y espacio común. Esta etapa termina cuando los danzantes llegan al suelo (la extensión máxima de la cuerda). Sin embargo, el rito continúa con cantos y danzas en tierra. Cada variante de la Danza de los Voladores representa un medio de hacer redimir el mito del universo, de modo que esta ceremonia expresa la visión del mundo y los valores de la comunidad, propicia la comunicación con los dioses e impreta la prosperidad. De todas maneras, con la llegada y el dominio de los españoles a partir del siglo XVI, esta ceremonia fue perdiendo fuerza, al igual que tantas y tantas costumbres de los pueblos nativos americanos. El hecho de que se siga practicando en la actualidad, aún con todas las variaciones que le ha impuesto el tiempo y la transformación del entorno en que se practica, es todo un alarde de persistencia cultural. Si bien los esfuerzos de las autoridades virreinales por proscribirlo tuvieron éxito en algunas zonas, en otras pervivió, principalmente entre los nahuas, otomíes, totonacos, guastecos y grupos mayas de Guatemala. Por suerte, en algunas zonas esta tradición permanece viva, conservándose en regiones de México y Guatemala. Actualmente existen versiones de la danza que se han contaminado con elementos circenses o la utilización de elementos foráneos en los trajes, así como la utilización de postes de metal en vez de los de madera, siendo más alto del tradicional, y superando el número de 13 vueltas, lo que rompe el carácter sagrado de esta tradición. Por ellos son muchos los esfuerzos para que este rito no se pierda por lo que se han creado escuelas en donde los futuros voladores comienzan a aprender y practicar la danza desde muy pequeños. Por su parte, la UNESCO ha declarado al Rito de los Voladores, como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.




















































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