Raptor House (Venezuela)
La palabra Tuki asumió el papel inquisidor social en Caracas. Si bien surgió para definir a una tribu urbana parida en los sectores populares, principalmente de la capital. De a poco, su etimología se fue asociando a la cosmogonía de los malandros (modo local con el que se denomina al delincuente), sobre todo en su vestimenta, elocuencia, e incluso, en la música que consumen.
Mientras que los críticos musicales expresaron que ha sido un reflejo perfecto
de la violencia y la adrenalina de las zonas pobres, que vivían ese momento,
dando resultados favorecedores, como que muchos fanáticos hayan avanzado
profesionalmente e incluso fundado escuelas de baile. Junto a la Salsa,
el Reggaetón
y el Vallenato,
la electrónica es uno de los géneros que constituye la banda de sonido de las
barriadas de Caracas, aunque a nadie se le ocurriría referirse a ella de esa
manera, sino con el nombre de Changa. No se sabe exactamente lo que significa,
ni su procedencia, pero quizá la Changa podría ayudar a resolver el
misterio que encierra el tal mentado tuki. A partir del documental “¿Quién
quiere tuki?” y la recopilación anexa en 2012, muchos comenzaron a
familiarizarse con un movimiento musical totalmente desconocido: de las
minitecas a la Changa tuki o Raptor House en Venezuela. Un grupo
de DJs y bailarines coinciden en que su origen podría venir de la onomatopeya
del sonido de los bajos en la música electrónica. No obstante, lo que despertó
el interés de esta realización audiovisual, firmada por la agencia creativa
Mostros Contenidos, no fue la naturaleza de la palabra, sino el desarrollo de
una escena invisible ante los ojos de la clase media caraqueña y del aparato
mediático: la Changa Tuki a la que se rescata del olvido, justo antes de su
extinción, pues muchos de sus artífices se habían retirado, otros estaban por
hacerlo y los menos afortunados habían fallecido tras iniciarse en el
vandalismo.
Las minitecas eran discotecas móviles, al mejor estilo de los sound
systems jamaiquinos, que vivieron su auge en los 80, pero que después de que la
clase media se dedicara a contratar a los DJs de los clubes nocturnos
capitalinos para animar sus fiestas, encontraron amparo en las barriadas
populares. sin embargo, la instalación de la electrónica en el proletariado
nacional se produjo a partir de la repercusión de “Pum up the jam”, de Technotronic,
a finales de los 80, a tal punto que estimuló la concepción de una tribu previa
a los tukis, la delos waperó (el nombre deriva de una mala pronunciación del
clásico de la banda belga de Hip House). En el inicio de la década del 2000 afloró un aliciente para que muchos
se inclinaran por la producción de sus pistas: “Caracas de noche”, primer
hit venezolano en las pistas de baile en clave de tribal, de la dupla DJ Yayo
y Marvin
DJ, así como remixes de samples de Aqua, Def Rhymz y Vengaboys. Luego aparecen subgéneros
como el Hard Fusion y el Tuki Bass. El clímax del Changa
Tuki sucedió entre 2005 y 2007, con la creación de la crew minitequera Raptor
House, en la que convergieron DJ Yirvin, y el que más tarde sería
su principal antagonista, DJ Baba. Tras la fractura, el
primero fundó el colectivo X Dimension, y estableció un estilo
musical propio, el Hard Fusion, mientras que el otro, sostuvo al Raptor
House como su caballito de batalla. Pese a la diferenciación que cada
uno quiso darle a su propuesta, coinciden en considerarlas como parte de una
escena mucho más amplia.
Esta corriente es el resultado del mestizaje, que toma
por base al Tribal House, e incorpora elementos del Reggaetón, la Salsa y
un sin número de géneros, lo que la acerca al Dutch House, al Bubbling,
el Kuduro
y el UK
Funk. Aunque parezca sorprendente su afinidad con la globalidad
mundial, sus figuras producen su propio material sin tener la menor conciencia
de lo que sucede en las principales vitrinas sonoras, de lo que está en boga y
ni siquiera están al tanto de que existe una avanzada electrónica nacional que
está conectada a la experimentación y otra que responde a una pista de baile
orientada al mainstream. Su forma de educarse proviene de la calle, gracias a
la oferta de piratería que colma a Caracas y al resto del país. Lo mismo pasa
con los bailarines, ya que el atractivo de cada performance, es inventar pasos
a su imagen, imaginación y visualidad, y hasta llegan a registrarlos y ponerlos
a prueba en batallas. Una de las discotecas más convocantes fue Adrenalina, en
donde su dueño realizaba las fiestas llamadas matinés. Las mismas consisten en
celebraciones vespertinas para menores de edad. Allí se empezó a realizar
bailes entre bandas de jóvenes que tenían disputas y quienes concursaban para
ser el mejor bailarín. El declive comercial del Raptor House se dio a
principios de 2007, debido a los encuentros violentos suscitados en los locales
donde se realizaban los bailes y las severas leyes impuestas por el gobierno
venezolano, quien promulgó la reforma de la Ley Orgánica de Protección a los
Niños, Niñas y Adolescentes. Dichas acciones poco a poco fueron minando la
escena musical hasta prácticamente desaparecer al finalizar la década del 2000,
y la gran mayoría de sus participantes buscaron “refugio” en otras tribus
urbanas. En 2012 una nueva ola revivió al género, especialmente en Europa de la
mano de grupos como Buraka Som Sistema. Aparte, empezaron a sonar en las radios
canciones como “Pan de mortadela” y “Petarazo”, llamando la atención de
la crítica especializada, quienes empezaron a documentar su influencia y aporte
en la música contemporánea, con exposiciones en teatros venezolanos y demás.
Desde 2018, debido a la crisis en Venezuela y la emigración masiva de
venezolanos a otros países, el género fue aceptado en Perú, donde se realizan
festivales en la ciudad de Lima.
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