La guitarra que afinó el diablo: Robert Johnson

 


La historia de Robert Johnson es digna de una película: contiene los ingredientes necesarios para cocinar a fuego lento una mitología destinada a crecer con el paso de los años. Y está llena de misterios, equívocos, polémicas y probables invenciones.
Los enigmas y las curiosidades en torno a la figura de este singular artista son abundantes. The New York Times sintetizó con una simpática ocurrencia las confusiones relacionadas con su biografía: publicó, ochenta y un años más tarde, su necrológica, acompañada por una breve nota de disculpa por el olvido en 1938, cuando Johnson todavía no era objeto de culto como sí lo es hoy. La leyenda más conocida dice que el jovencito nacido Mississippi era un músico mediocre hasta que decidió desaparecer de todos los lugares que frecuentaba por seis meses para volver hecho un experto guitarrista y un cantante cautivante. Johnson fue expulsado de uno de esos oscuros bares donde se forjó el “Blues del Delta” por ser muy malo, pero volvió meses después, derrochando un talento inenarrable… Poco antes, el bueno de Robert se iba a un cementerio a tocar la guitarra ya que un músico de la época le dijo que ése sería el único lugar donde nadie se quejaría de lo mal que tocaba. Este hecho por supuesto hizo que se acrecentara su leyenda (y su supuesto pacto con el maligno). Robert Johnson (1911) desapareció durante tres meses de los locales de blues, ningún otro músico le vio durante ese tiempo, cuando reapareció sentía la música como nadie la sentía y la tocaba de un modo diferente. Son House trató a Robert Johnson en esa época, y le recordaba como un guitarrista pésimo, carente del talento e imaginación hasta su desaparición. Por aquel entonces tenía 24 años, tres años después fallecía en extrañas circunstancias dando pie a otra leyenda, la de los músicos que morirían a los 27 años; Brian Jones, Janis Joplin, Jimmy Hendrix, Jim Morrison o Kurt Cobain. La leyenda cuenta que una noche, en una plantación cercana a su casa en Clarksdale, un hombre alto y negro se acercó a Johnson, cogió su guitarra, la afinó, tocó un par de canciones y se la devolvió al joven bluesman, así se cerró el pacto y esa leyenda se fue extendiendo como la pólvora.
Dos décadas después los blancos músicos ingleses rescataban la música de Johnson para la eternidad. Se supone que hizo un pacto con el Diablo, que le exigió la entrega de su alma a cambio de la destreza en su oficio. "No existe canción de rock o blues que no tenga acordes de Robert Johnson", se asegura en el documental de la serie ReMastered. Si bien es una consideración que suena exagerada, ya a partir de los años 60 muchos artistas de renombre empezaron a poner en circulación juicios de ese tipo y a grabar versiones de sus temas: fruto de la fascinación de Keith Richards, los Rolling Stones incorporaron a su repertorio "Love in Vain", pero el guitarrista se negó a interpretarla como un blues "para evitar el sacrilegio". Y Eric Clapton grabó "Crossroads", su adaptación para Cream de "Cross Road Blues", una de las canciones más emblemáticas y sugestivas de Johnson, la que dio pie a las teorías más aventuradas sobre su muerte ("Fui a la encrucijada y caí de rodillas, pedí al Señor, ten piedad, salva, por favor, al pobre Bob"). Se supone que el músico murió en el cruce de las carreteras 61 y 49 de Clarksdale (Mississippi), exactamente donde el Diablo habría afinado para siempre su guitarra y sitio de permanente peregrinación de fans y curiosos desde hace años. En "Me and the Devils Blues", Johnson canta con un tono que cruza el terror con un sentido del humor oscuro: "Entierren mi cuerpo junto a la carretera, para que mi viejo y malvado espíritu pueda subirse a un autobús de la Greyhound y viajar". Un verso servido en bandeja para los que gustan de alimentar las especulaciones. La voz de Johnson es muchas veces sombría, tal como la define con sagacidad Richards en el documental, donde en un arrebato de entusiasmo también lo compara con Bach. Ese temperamento estaba seguramente relacionado con su traumática historia personal. Recién en 1967, casi treinta años después de muerte, se encontró su acta de defunción y se pudo reconstruir parte de su vida con algunos datos más concretos que complementaron la enorme tradición oral que lo mantiene presente hasta hoy.
Nacido en Hazlehurst (Mississippi), supuestamente el 8 de mayo de 1911, el pequeño Robert vino al mundo fruto de una relación esporádica entre un trabajador temporero de paso por el pueblo y la hija de unos esclavos, separada de su marido por un tiempo. El matrimonio se juntó y se separó de nuevo, y aquel jornalero se convirtió en el padre que crio a Robert, aunque Robert pensó que era su padrastro hasta que su madre le dijo la verdad y se cambió su apellido –Spencer– por el de su padre: Johnson. El Mississippi de la época era; seguramente, el lugar más inhóspito para los negros de Estados Unidos, ya que allí es donde se produjeron más palizas y muertes, por parte de grupos supremacistas como el Ku Klux Klan. En este contexto nació el blues como una forma de enfrentarse contra la esclavitud. Pero además de luchar contra el odio y el racismo de los blancos, los negros también eran “esclavos” del vudú. Y por eso, la población negra más conservadora consideraba que el blues llevaba a los hombres al mundo del alcohol, y a unos bailes que “corrompían almas”. La pareja que lo crio debió migrar a Memphis por la persecución de un grupo de racistas incapaces de tolerar que una familia negra fuera independiente y exitosa. En el curso de ese viaje, su madre tuvo un amorío furtivo con el padre biológico de Robert, un hombre que desapareció muy pronto. Johnson no creció en un entorno estable y de hecho fue durante toda su vida un verdadero errante. Tuvo una relación muy conflictiva con su padrastro, que pretendía obligarlo a trabajar en el campo, algo que Robert rechazó abiertamente aun cuando el único empleo posible para un negro en aquellos años era uno de ese tipo. Las personas negras trabajaban en la servidumbre y el campo o no trabajaban.
Pero Johnson tomó una decisión: sabía que quería vivir de la música y se rebeló en aras de cambiar un destino al que parecía condenado. Empezó tocando para la gente de las plantaciones de algodón en sus breves períodos de descanso y luego empezó a probar suerte en la vida nocturna de los bares. "No había radio ni ningún tipo de entretenimiento para la gente que trabajaba ahí. Solo los músicos como Robert Johnson, que se acercaban los fines de semana, tocaban para ellos y se llevaban algunas monedas. Fue muy valiente de su parte. Mississippi era por entonces uno de los lugares más peligrosos del mundo para un negro". Cazador de ideas Johnson parece haber sido uno más entre un grupo de artistas que no llegaron a tener su misma relevancia en el futuro. Un formidable cazador de ideas que flotaban en el aire. El blues era en ese tiempo una música minoritaria, consumida por negros situados en la base de la pirámide social, lo que evitaba los problemas de copyright. Los temas eran, de algún modo, el producto del proceso de la evolución de la música popular. Y lo importante era, sobre todo, la personalidad en la interpretación. El cambio se produjo cuando esos temas empezaron a aparecer en discos que vendían millones de ejemplares, a partir de la década del 60. Reconstruyendo su historia -con mitos y datos más o menos certificados- queda bastante claro que había un repertorio más o menos común entre los músicos negros de la década del 30 y que el tiempo posterior a la desaparición repentina de Robert estuvo dedicado casi enteramente a la escucha obsesiva de discos de pasta que giraban a 78 rpm. y a una práctica intensiva con la guitarra que tuvo resultados asombrosos. De tocar muy rudimentariamente, Johnson pasó a volar por el espacio con un estilo que incorporaba frases de piano, sugería el pulso del contrabajo y sonaba como si tuviera más de dos manos. Sin dudas, anticipó la gran metamorfosis del blues de la década siguiente en Chicago, cuando algunos de sus coetáneos de Mississippi electrificaron las guitarras y formaron bandas para potenciar el sonido de un género que empezó a expandirse.
El productor Don Law percibió precozmente ese perfil de precursor de Johnson: aprovechó uno de sus viajes a Dallas para pedirle que grabara veintinueve canciones en solo cinco días. Muchos años más tarde, Steve LaVere, un especialista en reediciones, encontró a una hermanastra de Robert que tenía dos fotos del difunto (hasta entonces, un artista sin rostro) y tuvo la habilidad comercial de ocuparse del registro de las creaciones de Johnson a nombre de sus descendientes. Quiso quedarse con el 50% de los ingresos por su rol como gestor y desató una ola de disputas judiciales. Pero logró convencer a Columbia Records, propietaria del archivo del sello original, para que publicara, en 1990, The Complete Recordings, una lujosa caja con dos CDs con las veintinueve únicas canciones de Johnson grabadas más algunas tomas alternativas. Se vendieron más de dos millones de copias. La explicación de ese suceso y de todo el interés persistente en este músico tiene que ver en parte con su música áspera y conmovedora y también con la magnífica fábula que él mismo se ocupó de propiciar con su conducta extravagante y deliberadamente misteriosa. Ni siquiera está del todo clara la causa de la muerte de Robert Johnson. Se supone que este hombre huidizo y sin amigos, según advierten testimonios de quienes dicen haberlo conocido, murió envenenado por un marido celoso que descubrió un amorío con su mujer y le pasó una botella con whisky y estricnina una noche de borrachera en un bar recargado de humo y alcohol. Hay tres lápidas dedicadas a Johnson sobre tres supuestas tumbas. Muchos dicen que ninguna es auténtica. Se sabe que se casó en 1929, cuando tenía 18 años, con Virginia Travis, una joven que murió al año siguiente mientras paría y él se había ido de viaje para tocar y ganarse unos dólares. La desgracia de no haber estado presente en esa situación clave lo atormentó toda su existencia. Uno de sus fanáticos más famosos, Martin Scorsese, decretó en una sola frase de qué se trató todo en su mágico caso: "Robert Johnson solo existió en sus discos, fue pura leyenda". Esther Lockwood fue la segunda mujer de Robert, con la que tuvo a Robert Lockwood Jr. –también bluesman como su padre–. Así en ‘La Encrucijada Del Diablo’, varios historiadores (y los propios nietos del músico) aseguran que Robert decidió dedicarse a la música, tras la muerte de su primera esposa y su hijo. Hasta entonces, había tocado el arpa y la armónica. Robert Johnson sólo grabó 29 canciones en vida en dos sesiones de grabación entre 1936 y 1937, todas y cada una de ellas tendría continuidad en el tiempo con versiones en los primeros discos de Cream, Led Zeppelin, los Rolling Stones o Fleetwood Mac, miembros destacados de una lista interminable que contribuyó a que la revista Rolling Stone situase al bluesman en el quinto puesto de los mejores guitarristas del siglo XX.














































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