Muchas veces, al surgir un nuevo movimiento social o cultural, se tiende
a pensar en los sitios más comunes: grandes urbes ubicadas en poderosas e
influyentes naciones como sus puntos detonantes. Sin embargo, no siempre es
así, y a veces la inspiración llega de los lugares más inesperados.
Este es el
caso de cómo un país de apenas cuatro millones de habitantes se convirtió en el
vivero perenne del Pop. En Nueva Zelanda y el Pop es una relación de amor
eterno, un canto a las virtudes inmortales de la música más pegadiza, simple e
imperfecta que existe. Durante la recta final de los 80 y los primeros compases
de los 90, una ciudad se convirtió en el epicentro de un movimiento que, más
tarde, fue reconocido universalmente como Dunedin Sound. En ese tiempo, el
mundo del Indie Pop tuvo a Nueva Zelanda como referente. La revista Uncut
afirmaba en 2009, que los tres ejes de la comunidad internacional Indie
Pop en los 80 fueron Olympia (EEUU), Glasgow (Escocia) y Dunedin. La
responsable fue la ahora mítica discográfica Flying Nun. Creada en
1981 por Roger Sheperd, en plena vorágine Post-Punk y con el DIY (Do it
yourself) como estandarte, las modestas intenciones del sello, servir de
plataforma a las bandas del ámbito local, muy pronto se vieron superadas por la
emergencia de grupos como The Clean, Sneaky Feelings, The
Chills, The Stones, The Verlaines, Straitjacket Fits, The
Bats, etc., convirtiendo a la discográfica en la más importante del
país, y el paraguas bajo el que se desarrolló el llamado Dunedin Sound, que
durante la década de los 80 aupó a varios de estos grupos al éxito y prestigio
nacional e internacional. Dunedin es una ciudad de estudiantes, llena de gente
creativa e inteligente, que tiene a crear expresiones radicales y diferentes.
La mayoría de los grupos tuvo un contacto más o menos cercano con la
Universidad de Otago, pero las gotas del Pop neozelandés se esparcieron por
todo el archipiélago. En esos días, de un momento a otro había muchos
conciertos en vivo, dueños de locales y salones de baile estaban contratando y
organizando eventos por doquier.
Acordes abiertos tocados en ”Jingly Jangle” al estilo de Beatles
(por lo general, con guitarras de doce cuerdas), líneas de bajo constantes y
muchos, pero muchos sintetizadores, fueron la base en la que el Dunedin
Sound asentó su estructura. Vocalmente, la interpretación siguió la
tendencia Punk, al estilo The Stooges, con cantantes más
enfocados en la fuerza de la interpretación que en su entonación. Como todas
las etiquetas, el Dunedin Sound agrupó bandas e idiosincrasias muy diferentes,
pero con algunas características comunes: un estilo propio, lo-fi, abierto a
miras y expansivo, fomentado por la insularidad y proximidad de las bandas,
donde la guitarra era el eje de los temas, con el Punk-Rock de los Stooges
como germen pero rápidamente conviviendo con la Velvet Underground, el Jngle
y la Psicodelia
sesentera tipo Byrds. La interrelación entre los miembros de las bandas era
máxima: compartían estudios, equipos y escenarios, e intercambiaban sus
miembros en un ejemplo de promiscuidad artística difícil de superar. La
búsqueda de un estilo propio no sólo se limitó a la música, sino que también a
la moda. “Dunedin está fuera del resto de Nueva Zelanda y Nueva Zelanda está fuera
del mundo”, se cita en el documental ”La escena musical de Dunedin” (1988). Si
Nueva York tuvo su CBGB, Dunedin tuvo The Pitz, una taberna en donde todas
las bandas con música original encontraron un foro para expresar su arte.
Chicos de escuela, que aún ni podían entrar a esos lugares conformaban las
agrupaciones que noche tras noche abarrotaban el lugar. No todos los grupos
eran oriundos de la ciudad, pero prácticamente todos tenían fuertes lazos con
esta. Hacia mediados de los 90, la estela de Flying Nun, comenzó a
apagarse hasta su resurrección en 2009. Pero el legado de sus grupos sigue
vigente, así como su filosofía. Se manera irónica, el paso del tiempo, la falta
de apoyo y la indiferencia del público, que se volcó a otros nuevos estilos,
terminó por apagar la llama del movimiento. En los últimos años aparecieron
nuevas bandas que comenzaron a llamar la atención dentro y fuera de Nueva
Zelanda. La mayoría de ellas son muy jóvenes, apoyadas en una pequeña pero
apasionada red de locales, colectivos artísticos y sellos discográficos.
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