Leyendas del folklore argentino (Parte 3)

 


Las leyendas argentinas son relatos orales o escritos que narran historias inventadas, que pueden tener algún componente real, y que se transmiten en Argentina. Estas narraciones siempre incluyen personajes o sucesos fantásticos. Existen leyendas argentinas antiguas, que en su mayoría son de pueblos originarios. Pero también hay leyendas contemporáneas o urbanas, es decir, que se originaron hace poco y suelen hacer referencia a creencias que tienen en el presente determinadas comunidades.

• Amovindo Nos cuenta Félix Coluccio que este personaje de las costas del río Salado, en Santiago del Estero, debió vivir alrededor de 1785. Este shalaco tenía campos y gran fortuna, con tesoros guardados en tinajones y ataúdes, los cuales, enterrados, ocultaban oro, plata y demás bienes de valor incalculables. Se cuenta que lo visitaba un ser que vivía en la selva con varias formas, a veces como hombre, otras como toro con crines brillosas y astas doradas, y que se paseaba por todo el pago que formaban parte de Bandera Vieja, balando de una forma muy particular. Cuando muere Amovindo, el millonario estanciero, el toro llegó y reuniendo en un santiamén los animales del lugar, se alejó llevándoselos hacia el monte.

• Atajacaminos Esta extraña ave, de hábitos nocturnos y de canto muy monótono, hacia la hora del crepúsculo se sitúa en los caminos para salirle de repente a los transeúntes.El Yanarca. Cuenta Félix Coluccio que en algunas regiones traducen el canto del atajacaminos como "chorizo gordo" o "clarito había sido", en alusión a la añapa de algarrobo que gusta y que no es suficientemente espeso como a él le gusta. Nos dice también que sobre los huevos de este animal existe la creencia de que al que los saca de su nido les produce un adormecimiento casi cataléptico. En otros lados se cuenta que el atajacaminos era un gaucho bandido, que asaltaba caminos y que fue condenado a vivir así, a la vera del camino y perpetuo sobresalto.

• Las Aguas del Bermejo Hubo un tiempo en que las aguas del Bermejo fueron claras como las de sus vecinos, los ríos Pilcomayo y Uruguay. Un tiempo en que a sus orillas no se asomaban, como hoy, las casas de los pueblos formoseños, ni eran surcadas por las embarcaciones de los argentinos descendientes de europeos. Las tierras que recorría el Bermejo eran disputadas por dos tribus enemigas: los tobas y los matacos. Unos y otros atrapaban los peces de su cauce, se sumergían en su frescura en las tardes calurosas, deslizaban las canoas por su corriente y se sentaban a sus orillas en las noches de luna. La mayor afrenta que sufrieron los tobas durante esa larga guerra fue la captura de la hija del cacique, una joven hermosa y decidida, que pasó de vivir en sus chozas a las de los matacos. Aunque extrañaba a los suyos, poco a poco sus captores se le hicieron menos extraños, sobre todo desde que conoció al hijo del cacique y comenzaron a pasar largas horas juntos. Se enamoraron mientras conversaban a la sombra de un urunday, mientras nadaban en el río, mientras caminaban en silencio siguiendo al ciervo de los pantanos... Pero sus relaciones eran imperdonables. La unión entre una toba y un mataco estaba prohibida por los hombres y maldita por los dioses. Cuando el consejo de la tribu dio órdenes estrictas para prohibir los encuentros entre los jóvenes, ellos establecieron citas secretas y se amaron más todavía a la sombra de su sigilo. Y llegó el día en que, reunido nuevamente el consejo de la tribu, debieron comparecer ante él. Los jefes, que ya habían deliberado, los miraban en silencio. Los corazones de los jóvenes se aceleraron ante esos rostros severos e imperturbables. El cacique habló con voz suave y firme.

Era preciso que todos respetaran las tradiciones de la tribu, con más razón tratándose del heredero de la autoridad: se les exigía la separación inmediata y definitiva. Ante la decidida oposición de los jóvenes príncipes, que se sabían unidos por los lazos indestructibles urdido por palabras, miradas y gestos recientemente descubiertos, alma con alma y cuerpo con cuerpo, el consejo emitió el fallo final: los amantes serían sacrificados, se les arrancarían los corazones y éstos serían arrojados al río, como lección y advertencia para quienes se atrevieran a contrariar las leyes de los hombres y las disposiciones divinas. El sol del mediodía brillaba en lo alto del cielo mientras la tribu se reunía pra presenciar la ejecución. Si algo de viento agitó las ramas de los arbustos, si las cigarras cantaban su canción filosa y monocorde, si el río dejó oír su rumor, nadie lo supo cuando los jóvenes fueron llevados a lo alto del barranco y muertos por el haiawú (hechicero de la tribu), cuando el agua aceptó sus corazones sangrantes y se tiñó de rojo para siempre.

• Camalote Chululú, un indiecito guaraní de seis años, vivía con su abuelo, el cacique de la tribu. Le enseñaba a nadar, a manejar el arco, andar en canoa y también solían pescar juntos. Un día, llegó al lugar una familia española con su hermosa hija de quince años, cabellos rubios y ojos azules. Pronto se hizo amiga de Chululú y de todos los indiecitos; les enseñaba su lengua y jugaba con ellos. Cuando llegó el verano todos los chicos indios se bañaban en el río mientras Pilar los miraba desde la orilla. De pronto Chululú se estaba ahogando. La chica, sin pensarlo, se tiró para salvarlo. Pilar intentó tomarlo del cuello, pero el indiecito no lograba mantenerse a flote. La chica continúa tratando de salvarlo, pero todo parece inútil. El cacique, al ver lo que ocurría, nadó para salvarlos. Luchó contra la fuerza del agua, pero sólo pudo salvar a su nieto. A Pilar la arrastraba un remolino. Desesperados, todos buscaban a Pilar que no volvió a aparecer. Pasaron muchas horas, tanto era el dolor que nadie se movía de la orilla. De repente apareció un camalote, la chica se había transformado en una planta acuática.

• Huayrapuca En quechua “viento colorado”. Es la madre de Shulco, el Viento; prima hermana del Remolino y pariente del Rayo. Viene a ser la diosa o espíritu del aire, Vive en las altas cumbres y en los profundos abismos cordilleranos. Es un ser bicéfalo o tricéfalo. En un extremo de su cuerpo tiene una monstruosa cabeza de dragón, y en el otro una cabeza de serpiente. También puede tener cabeza de guanaco en una punta, y de renacuajo en la otra. O ser su cabeza y cuello de guanaco, su cuerpo de avestruz y su cola de serpiente, en cuyo caso toma el nombre de Tanga-tanga. Otras veces predomina lo antropomorfo, pues se dan monstruosas combinaciones con partes de distintos animales. También hay versiones que la pintan como una hermosa mujer de cabellos negros, cubierta con un manto por lo general rojo, hecho con el polvo que recoge en algunos cerros y gargantas.

Según una versión, Huayra Puca puede hacer tanto el bien como el mal. Sus malos sentimientos se manifiestan cuando destruye las cosechas y se afana por prolongar la sequía. Para conseguir esto último se traba en encarnizada lucha contra Puyuspa, el Nublado, su eterno enemigo, creador de la escasa humedad ambiente de esas regiones. Pero otros no ven qué bien puede traer, siendo un ser casi antagónico a la tormenta. Recorre las llanuras absorbiendo la humedad de las plantas y secando la garganta de los animales, que mugen lastimeramente. Vela el sol y barre las nubes. Se trataba de desviar su furia con aterradores gritos. Se dice que le gusta coquear, y su chuspa está llena de hojas que arrebata a los arrieros de la mano mientras preparan el acullico.

Al parecer Pachamama venció, aunque temporariamente, los instintos destructores de Huayra Puca, y por eso recibe ahora las ofrendas que antes se destinaban a ésta, relegándola así al olvido.

• El Kakuy Es un ave de rapiña, nocturna, denominada Kakuy y Túray por los quichuas, Urutaú por los guaraníes, la Vieja y Mae da luna por los brasileños. Según Alberto Vúletin en “Zoonimia Andina” la pronunciación correcta es cácuy porque es onomatopeya del canto de esta ave de la familia de las Caprimulgidae. Cuenta la historia que dos hermanos vivían en el monte. La hermana era mala y el hermano era bueno. Él le traía frutos silvestres y regalos, pero ella le correspondía con desaires y maldades. Un día él regresó de la selva cansado y hambriento, y pidió a su hermana que le alcanzara un poco de hidromiel. La mala hermana trajo el fresco líquido, pero antes de dárselo lo derramó en su presencia. Lo mismo hizo al siguiente día con la comida. El hermano decidió castigar su maldad. La invitó una tarde a recoger miel de un árbol que estaba en la selva. Fueron allí y el hermano logró que ella trepara a lo más alto de la copa de un quebracho enorme. Él, que subió por detrás, descendió desgajando el árbol de modo tal que su hermana no pudiera bajar. El muchacho se alejó. Allí quedó la joven, en lo alto, llena de miedo. Cuando llegó la noche, su miedo se convirtió en terror. A medida que pasaban las horas, comenzó a ver, horrorizada, que sus pies se transformaban en garras, sus manos en alas y su cuerpo todo se cubría de plumas. Desde entonces, un pájaro de vuelo aplumado, que sólo sale de noche, estraga el silencio con su grito desgarrador – “¡Turay, Turay!” – “¡Hermano, Hermano!”.

• Isondú Dicen que dicen....que de todas las especies animales los insectos, son los más numerosos, pero el isondú no es un insecto común porque este goza de luz propia. Isondú en guaraní significa gusano de luz, este pequeño insecto tiene la cabeza brillante y el resto del cuerpo salpicado por una cadena de veintidós lucecitas brillantes. Dicen que hace muchas pero muchas lunas los guaraníes que habitaban la tierra roja, entre los ríos Paraná y Uruguay vieron crecer un joven hermoso en toda la amplitud de la palabra. Él no solo poseía una singular belleza física, sino que era alegre, solicito, trabajador, amable y por sobre todas las cosas un muy buen hijo y mejor vecino.

Todas las mujeres querían ser merecedoras de su cariño y se deshacían en muestras de afecto hacia él. Demás está decir que los varones de la comunidad, hartos de comparaciones, desplantes y desprecios por parte de las mujeres, decidieron vengarse, ya no soportarían ser el hazme reír de las mujeres. Los veintidós jóvenes casaderos se pusieron de acuerdo dejando aflorar los peores instintos, debían eliminar al muchacho...y tramaron un plan. Cada uno de ellos le propinaría un puntazo mortal con su lanza y de ese modo todos serían culpables, pero ninguno delataría al otro. Así fue como una noche de luna llena, cuando el joven volvía del río, lo esperaron agazapados entre los matorrales y cegaron la vida del joven. Sin embargo, para sorpresa de sus asesinos, ante el último puntazo y con el postrer suspiro, el joven se convirtió en un isondú brillante y por cada una de las heridas propinadas se fue encendiendo una lucecita. Tupá castigó severamente a los veintidós asesinos. Las mujeres y demás miembros de la comunidad lloraron largo tiempo la pérdida del joven, más luego encontraron consuelo en aquel bichito lucífero.

• Mayuato Del quichua mayu, río, y atoj, zorro. Animal misterioso que parece limitar sus dominios a una ciénaga próxima a Animaná, provincia de Salta (Adolfo Colombres), pero su influencia se extiende a todo el Norte Argentino y algunos sectores del Litoral. Se asemeja al zorro del agua, del que toma su nombre, pero tiene manos de guagua (niño pequeño) y patas como de perro. Llora como criatura. Es muy común oír a la gente hablar de este ser, pero sin saber exactamente cuál es el peligro real que encierra. Muchas veces se encontraron sus huellas en zonas cenagosas y a pesar de que es muy difundida su existencia, son pocos los datos que se tienen al respecto.

• Laguna de Brealito La provincia de Salta es una región bastante misteriosa, repleta de relatos y leyendas como la de la laguna Brealito. En una ocasión, un fanático de la pesca que iba muy seguido a la laguna, se acomodó para dormir esa noche a la orilla de la represa que tiene una forma tornadiza y está rodeada de montañas minerales; además, en su extremo sur se constriñe en medio de un callejón de rocas. El hombre prendió su lámpara y se situó debajo de un imponente algarrobo negro, tiró la cuerda y sorprendentemente las aguas se sacudieron, apreció un chapoteo; algo enorme se movía. La curiosidad pudo más y fue a mirar en qué consistía, precisamente en el límite entre la luz de la linterna y la penumbra, le pareció ver una imagen sombría gigante, la cual fue efímera. Como no consiguió comprender lo que había ocurrido, resolvió tranquilizarse. Después de un muy buen rato, se dispuso a lanzar el sedal otra vez, de pronto las aguas se sacudieron agrestemente. En plena oscuridad divisó una figura monumental que había prorrumpido a escasos metros de él; ése monstruo era un tipo de reptil o un inmenso pejerrey, con dorso escamado. Atemorizado, el pescador desapareció corriendo. En varias oportunidades trató de calmarse y pudo regresar a recoger sus posesiones, que estaban absolutamente mojadas, se veían como si una ola gigantesca las hubiera tapado.

Este pescador no ha sido el único que se vio atemorizado por el gigantesco espanto, una vez unos niños quedaron impresionados con un remolino que se formó en la laguna y se aproximaba fuertemente hacia ellos, la tromba de agua originaba un bramar que se incrementaba por las montañas rocosas que rodean la laguna. Aseveraron que alcanzaron a observar en el centro de ese espécimen salido de la nada una forma prácticamente humana de dimensiones gigantes; tenía características de una dama tapada por un velo de agua. Diferentes expertos han reconocido que en la laguna brealito hay como mínimo una presencia insólita que reside debajo del agua. Generalmente, raros movimientos en la laguna se repiten frecuentemente a la hora del anochecer

• Ansenuza Era hermosita la diosa del agua, que habitaba en su palacio de cristal del Mar de Ansenuza (nombre indígena de la Mar Chiquita). Pero era una deidad cruel y egoísta, pues la única ofrenda que la volvía propicia era el primer amor de los mancebos. Se cuenta que un día vio llegar a la costa del lago, que era entonces de aguas dulces, a un príncipe indio malherido en la guerra. Tristemente le sonrió a la diosa, lamentando no poder sobrevivir para admirarla. Ella quedó suspensa como sacudida por los rayos cósmicos, por vez primera el embeleso del amor conmovió su alma. Pero pronto sucumbió a la desesperación al comprender el destino de su amado. El cristalino espejo del agua se convulsionó. Un trueno como un largo lamento estremeció el cielo y las nubes lloraron con su diosa. El mar se convirtió en un furioso caos durante un día y una noche. Al amanecer, el joven se encontró en la playa. Sus heridas habían sido cicatrizadas y al abrir sus ojos vio la increíble transformación que se había obrado en la naturaleza. La playa era blanca y las aguas se habían vuelto turbias y saladas. Atónito el joven, como en niebla rasgada por un tenue rayo de sol recordó a la hermosa mujer que le acariciaba cuando se le iban cerrando los ojos. Ahora se sentía sano y sus nervios tensos estaban sedientos de algo. Comenzó a avanzar por el agua, alejándose cada vez más de la costa como si un imperativo lo impulsara. Cuando el agua llegó a su cintura comenzó a nadar. ¿A nadar?... No, no nadaba, flotaba simplemente. Era como si unos brazos femeninos, con dulzura, penetrándole por la piel bronceada le acariciara el alma. Y siguió nadando, hasta que un tenue rayo rosado del amanecer lo fue transformando en el frágil flamenco, guardián eterno del amor de la diosa del mar. Desde entonces las aguas de Mar de Ansenuza son curativas. Amorosamente curativas.

• Benteveo Cuentan los abuelos sabios, que en medio del monte vivía una vieja casi centenaria, cuya única compañía eran dos muchachitos huérfanos, que ella había recogido y criado desde su más temprana edad. La anciana era una déspota, dado que por su edad avanzada había quedado desdentada, solo podía ingerir productos tiernos, como frutas, verduras, peces, perdices o tatúes, para lo cual los jovencitos habían sido adiestrados a fin de satisfacer las necesidades de la anciana.

Con el correr del tiempo, los muchachitos fueron creciendo y por el contrario la mujer cada vez envejecía más, leyes de la naturaleza. Como consecuencia de ello, ya casi no podía valerse por sí misma y los jóvenes debían turnarse para servir a la anciana. Ella tenía una existencia monótona, pero alimentaba su desidia despuntando su vicio favorito, se deleitaba fumando un rústico cigarro que los muchachos armaban y encendían. La anciana encorvada y añosa lucía una cabellera blanquecina, sucia y despeinada y sujetaba sus desmechados cabellos con una vincha amarillenta. Solía sentarse bajo una enramada a disfrutar su pitillo, que acariciaba con sus dedos arrugados y corvos. Cada vez que el tabaco dejaba de arder, ella con voz enérgica gritaba: -¡pitogüé!, ¡pitogüé!. Siempre uno de los dos hermanos andaba cerca para servir a quien ellos le decían mamá, pero si por cualquier infortunio no acudían al instante, ella dejaba escapar una tupida sucesión de improperios que solían ser muy mordaces. Su voz chillona había perseguido a los jóvenes desde su más temprana infancia y llegó a ser una verdadera pesadilla. Ese insistente llamado les había coartado definitivamente la libertad, ellos eran incapaces de disfrutar juntos un juego o cazar en el monte. Debían estar continuamente pendientes de los requerimientos que ella les imponía. Ya cansados de servir continuamente de quien nunca habían obtenido una señal amorosa, se sentían totalmente vulnerados por los exigentes requerimientos de la anciana. Un caluroso día de verano, el mayor de ellos le dijo al otro: -¡vámonos!, dejemos sola a esta ingrata madre nuestra y que se arregle como pueda-, -¡no!, ella a pesar de todo nos ha dado cobijo y nos ha criado-, -sí, pero nos vuelve locos y nos trata como si fuésemos sus esclavos, estoy harto de escuchar sus ¡pitogüé!, ¡pitogüé! y tener que dejar todo, para satisfacer su vicio. No tardaron mucho tiempo en decidirse, al caer la tarde, decidieron marcharse definitivamente. Esperaron que ella cayera en un pesado sopor sosteniendo en su mano derecha un pucho que aún humeaba, se llevaron lo puesto, y se internaron en el monte. Cuando la vieja despertó, comenzó a llamarlos a los gritos, al no recibir respuesta, encolerizada se prometió que al morir su alma reencarnaría para perseguir a los desagradecidos. Mientras tanto, los jóvenes sintiéndose libres y felices se internaban más y más en el monte, pero en su conciencia creían seguir escuchando el amenazador llamado de su madre adoptiva. Al llegar el otoño, mientras los hermanos pescaban en un riacho, les pareció oír los gritos desesperados de aquella mujer. Uno de ellos, le dijo al otro: -la vieja nos está llamando-, -estamos muy lejos de ella, eso es imposible- y volvió de nuevo a su deporte favorito. Aparentemente estaban libres y disfrutaban del esparcimiento, sin embargo, el remordimiento los tenía intranquilos y a cada rato les resonaba en sus oídos, el sórdido grito de ¡pitogüé!, ¡pitogüé! Una mañana, mientras recogían unos frutos del monte, ambos pegaron un respingo, claramente ambos oyeron lo mismo, era nítido y cercano, no dudaron en reconocer que la anciana los estaba llamando. Por más que buscaron, solo vieron un ave, que dejaba escapar de su pico el inconfundible ¡pitogüé!, ¡pitogüé!
Los sueños de libertad estaban hechos trizas, y ahora también estaban convencidos que viviendo en el monte, jamás podrían hallar la paz, porque la reencarnación de la vieja los perseguiría por siempre.

• Apacheta De procedencia Inca, las apachetas tuvieron gran difusión en los territorios diaguitas. Indican el término de un espacio y el inicio de otro. Son montículos de piedras, levantados en honor a la Pachamama. Su forma es cónica, van desde monumentos de pocos centímetros de altura, hasta enormes volúmenes rocosos cuya base puede llegar a tener un diámetro aproximado de 10 metros y una altura de tres. Poseen una base amplia debido a los permanentes derrumbes y a que no es costumbre reconstruirlas. Se encuentran ubicadas a los costados de las sendas y caminos de la cordillera, generalmente en las abras, portezuelos, partes altas de una cuesta y escasamente en lugares llanos. Cada vez que se llega a un Apacheta se deposita una o más piedras junto con una ofrenda, que puede ser hojas de coca, en señal de respeto al espíritu que allí habita. El caminante pide entonces permiso para ingresar a un lugar nuevo, y protección y salud para continuar su viaje. Hoy encontramos que algunos de los montículos de piedra se han cristianizado, presentando cruces, velas, fotos y estampitas.

• Algodón Cuenta la leyenda, que en lejanos tiempos, en el Gran Chaco, los indios eran felices, no se conocían las estaciones porque no había cambios de clima, ni fenómenos atmosféricos. En esa armonía y felicidad los indígenas brindaban todos sus tributos a Naktánoón (el bien). Esta actitud puso furioso a Nahuet Cagüen (el Mal) que vivía en las tinieblas, que para vengarse y calmar su ira creo Nomaga (el invierno). Satisfecho de su obra se dirigió al pueblo indígena diciendo: - Ja, ja, ja, morirán de frío. Mi nuevo servidor los hará padecer y se les helará la sangre en las venas. El sol no brillará en el cielo chaqueño. Un perpetuo nublado cubrirá la tierra toba. El invierno será helado y dañino. La naturaleza irá pereciendo. Los indios gritarán y se retorcerán implorando a Naktánoón que les dé calor y castigue a Nahuet Cagüen. Fue entonces cuando cuatro embajadores: El palo borracho; La planta del patito; El picaflor; La viudita; que eran los preferidos y los más escuchados a lo alto suplicaron al Bien, que derrame calor sobre la tierra. Compadeciendo el Bien, los convierte en una flor, la flor del algodón (Gualok) que tiene de cada uno un atributo: El calor: de la planta del patito. El capullo: como el palo borracho. La bandada: del picaflor. La blancura: de la viudita. Despejado el cielo de nubes, la flor (Gualok) llega a la tierra y se abre, mientras siguen resonando los tambores indios y las semillas vuelan y vuelan, y al caer nuevos algodonales nacen... nuevas semillas... y nuevos algodonales hasta que todo el territorio se cubre de blanco. El urundai se hace telar para tejer la hebra suave del algodón convirtiéndose en níveas túnicas que cubren a los indígenas dándoles calor de vida. El canto aborigen se eleva. El bien ha vencido. Ante todo lo acontecido Nahuet Cagüen enfurecido nuevamente y en un último intento, maldiciendo, se convirtió en “Lagarta rosada” plaga del algodón.

Chingolo El manmbre también llamado chingolo… es un pájaro alegre y madrugador… se oye su música al despuntar el día… A veces se oye su canto de noche, anunciando el buen tiempo, dicen en corrientes, que el chingolo, anuncia con su trino, y nunca se equivoca que pronto abra buenas noticias, y este encanto se produce cuando el pajarito canta en el portal de la casa… Cuenta la leyenda que allá en Tepabicua, departamento de Paso de los Libres, en Corrientes, cierta vez en la nada, apareció un muchacho rubio y delgado, nadie supo de donde había venido, ni cuál era su pasado, no tenía amigos, y por las tardes andaba por el pueblo montando a su caballo. Solamente se lo escucha, cuando había una fiesta o una reunión... puesto se sacaba su guitarra, y sin mediar palabras, cantaba valses y chamamés… alejándose con la cabeza gacha, después de cantar, y cierto día… al pueblo llego otro forastero… se sienta en una piedra y junto a su guitarra, se pone a cantar. La gente del pago se fue acercando, atraídos por la voz melodiosa, del misterioso recién llegado… La casualidad hizo que el muchacho rubio también llegue y después de un rato bajó del caballo y con tono desafiante le dijo: “acá no hay más cantor que yo, cierre el pico”, y al notar la indiferencia del forastero sacó un facón y tajeó las cuerdas del Mbarara y ahí noma se armó el duelo. Los facones relinchaban, como único ruido entre tanto silencio y de pronto el forastero cayó muerto justo donde su guitarra estaba apoyada. Y el muchacho rubio fue apresado, lo engrillaron y lo metieron al calabozo. Al otro día, nadie había en la celda solo un pajarito, que al abrir la puerta sale volando, a los montes del lugar. Por eso se dice chamigo que el chingolo es el preso, que antes la gracia de Ñande Yara, se transforma en manimbe, y usted puede ver en el jopo del pajarito, el gorro del presidario, y los grillos en las patas, que no le permiten caminar sino pegar saltos en el pasto…

• Cóndor Don Cóndor había bajado al valle en ocasión de unas chinganas que se celebraban con motivo de Semana Santa. En uno de los bodegones cerca de una plaza, conoció a un compadrito charlatán y pendenciero, conocido con el apodo de Chusclín. Se trataba nada menos que de un vulgar chingolo. Luego de una entretenida charla, en la que don Cóndor y el Chusclín alardeaban de hazañas y chupaderas, como fin de la charla formularon entre síuna singular apuesta: el que chupara (bebiera) más sin curarse (embriagarse), ganaría la apuesta y el perdedor pagaría el vino consumido y la vuelta para todos. Se inició la competencia: don Cóndor, de buena fe, trataba de agotar el vino de una sentada, sin advertir que Chusclín arrojaba al suelo cada sorbo. Pronto don Cóndor comenzó a sentir dolor de cabeza y para atenuarlo se ató un pañuelo a modo de vincha. Cuando advirtió el juego de Chusclín, lo apostrofó y se le fue encima. Chusclín, veterano peleador, lo esperó sereno y confiado y con un certero golpe sangró la nariz de su oponente, que sólo atinaba a defenderse. En la pelea, el pañuelo que don Cóndor tenía atado a la cabeza se le cayó y desde entonces lo lleva allí: es la golilla que lleva en su cuello.

 

 
















 

 




























0 comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...