Bailes de Candil (España)

 

Los Bailes de Candil eran antiguas fiestas campesinas andaluzas y extremeñas, de baile en las que, aunque participaba principalmente la juventud, se hacía presente la comunidad, bien a través de las madres de las chicas que acudían, o bien –en el caso de las fiestas importantes- a través de algún personaje principal del pueblo o barrio, quien asumía el papel de autoridad para dirimir posibles conflictos de orden.

A principios del siglo XVIII se empezó a denominar a estas fiestas especialmente ritualizadas, ya que tenían una serie de características que, salvando variaciones de época y lugar, se repetían una y otra vez. Las “constantes” de dichas fiestas eran: * La ocasión en que tenían lugar, las celebraciones festivas de la localidad (santos patronos, navidad, etc.), o bien las largas noches de invierno, cuando la faena de trabajo en el campo era poca y la diversión escasa; * El lugar de la reunión: cuando la fiesta se celebraba con ocasión de una festividad local, el lugar solía ser al aire libre, en una plaza o en un patio de algún vecino que diera cabida a toda la comunidad que participaba. En el caso de las fiestas más seguidas y menos ritualizadas (las de fin de semana o las ocasionales de las noches de invierno), se disponía de una habitación muy espaciosa de una casa particular. Si las tardes eran de clima benigno, tenían lugar en los emparrados de las casas o cortijos; * La autoridad de las fiestas: siempre hacían acto de presencia personas ”respetables”, quienes debían controlar las reuniones de los jóvenes. Al menos se hacían presentes, por lo habitual, las madres de las chicas que acudían, que aunque no llegaran a bailar, vigilaban al tiempo que charlaban entre sí. En las fiestas, especialmente ritualizadas, solía aparecer un personaje como presidente de la fiesta, alguien relevante socialmente, por ejemplo, el alcalde del barrio. A veces el cura acompañaba y jugaba también ese papel. Cuando surgían conflictos (riñas por celos, provocaciones entre jóvenes, conflictos familiares), actuaban como autoridad de apelación y su decisión era respetada por todos. Muchas veces expulsaban a algún joven díscolo y que no respetara las normas no escritas.

* La petición de pareja: la finalidad principal de los Bailes de Candil, admitida por todos, era la de entablar relaciones de amistad entre jóvenes de distintos sexos, junto con la diversión y la relación social. La manera de sacar un hombre a una mujer a bailar, tenía sus convenciones. Una de las más extendida era dirigirse a la chica y pedirle “por favor” que bailara con él. Inicialmente la mujer no podía negarse, pero si el joven no era de su agrado, ella se retiraba una vez bailadas una o dos coplas. Si mientras bailaban, un tercero quería entrar a bailar, debía dirigirse no a la mujer sino al hombre, y este debía acceder y retirarse. * El abrazo ritual: era práctica muy extendida que al final de cada sesión de coplas, cada bailaor tuviera derecho a dar un “abrazo ritual” a la bailaora con la que hubiera bailado. Esto no pasaba de poner los brazos sobre los hombros o algún gesto similar. Cuando el abrazo era más efusivo de lo que la convención mandaba, la “comunidad” le llamaba la atención al chico. * La improvisación de coplas: el trovo o improvisación directa de coplas dentro de los esquemas métricos, rítmicos y musicales más extendidos por la tradición de cada lugar, aunque hoy es práctica residual, estuvo muy extendida en España hasta la primera mitad del siglo XX. Una de las principales ocasiones y momentos en que esta habilidad se ponía en juego, era estas fiestas, puesto que los bailes se ejecutaban al son de coplas cuyas letras jugaba un papel primordial. Cada copla tenía una carga de significado muy precisa. Quien cantaba, pretendía expresar un sentimiento o un mensaje preciso a través de la copla. Debía, o bien elegir una copla improvisada, o aprendida previamente y preparada para cantarla cuando se presentara la ocasión. Cuando dos rivales se enfrentaban trovando coplas durante el baile, la tensión podía ir subiendo al punto de irse a las manos. Lo habitual y deseable era que las coplas no pasaran de expresar requiebros de amor entre los jóvenes y coplas de contenido picaresco, burlesco o humorístico. Por un motivo u otro, el final de estos bailes solía ser un corte de luz provocado: algún hombre daba con un palo al candil, o bien, se hacía que el humo de la chimenea llenara la estancia.
































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