Día del Blues argentino
En muchos diarios y revistas –en casi todos– los críticos decían que cantar Blues en castellano era lo mismo que cantar Tango en tailandés. El hecho es que el 12 de noviembre de 1968 (hace exactamente 57 años) el sacrilegio se hizo realidad: tres pibitos con aires de bohemios subieron a un escenario con una batería, una viola y un bajo, y ante un público de jóvenes artistas e intelectuales tocaron en vivo los primeros bluses cantados en castellano en la historia.
Lo importante es lo siguiente: el Blues dejaba de ser de exclusividad norteamericana y rural para convertirse en música urbana y rioplatense. Es que el Blues, como género musical, nace de la convergencia de creencias religiosas y ritmos afro americanos al sur de los Estados Unidos.
Los esclavos negros que dejaban sus vidas en los campos de algodón o en las minas de carbón comenzaron a relacionarse, más allá del ardoroso trabajo, de manera artística.
Fusionaron los ritmos heredados del África con el Folk norteamericano y los adornaron con letras de dolor y melancolía, fruto de saberse mano de obra descartable de los políticos y terratenientes yanquis. El Blues es eso, melancolía, un dolor amargo que se transforma en dulzura al ser cantado, al ser ejecutado. La característica principal es que el Blues en Norteamérica es originalmente de temática rural.
Los tres pibes que hace 57 años dejaban sus instrumentos para bajarse del escenario y saludar a sus padres y amigos estaban haciendo una revolución. Mientras muchos músicos imitaban a Elvis con letras pedorras, trajes brillantes y movimientos pélvicos, otra camada de jóvenes músicos decidían ponerle al Rock una importante cuota de calidad literaria en el idioma de los argentinos; decidían romper con los clásicos esquemas de la música comercial e invitaban a los otros pibes y chicas a escuchar canciones con letras que hablaran de ellos, de sus problemas, de sus amores y de sus locuras mientras la cana les repartía palos.
El coqueteo con otras bandas estaba bien visto, era parte del naufragio, de la camaradería. Mientras ensayaba con Manal, el guitarrista Claudio Gabis participó de la grabación del primer álbum de Los Abuelos de la Nada, un reciente experimento musical que había nacido de las geniales mentes de Miguel Abuelo y del poeta Pipo Lernoud, allá por 1968. Es que los pibes estaban revolucionados, hacía poco había sido el Mayo Francés y la comunidad artística e intelectual se reunía en bodegones a discutir de arte, de política y a planear los cambios de las mentes con asidero en el amor y en la paz. Desde afuera llegaban discos de The Beatles de los Stones, y sonaban nombres como los de Eric Clapton, BB King y John Mayall.
Manal, a fines de 1968, grabó su primer simple con los temas “Qué pena me das” y “Para ser un hombre más”, logrando una ascendente carrera consagratoria que tuviera su clímax con la aparición de Manal, su primer long play en el año 1970, bajo el sello Mandioca. Pero ya en 1971 –casi después de la separación de los Beatles– el amor en los Manal se había acabado, y junto a ellos se separaron también Almendra y Los Gatos, las primeras bandas del rock argentino. Luego de eso, nacería lo que la crítica dio a llamar la segunda generación del Rock Nacional. Para ese entonces, el Blues ya estaba duro como el cemento. Callejuelas embarradas, trenes, subtes, fábricas, bares y plazas.
Así es el paisaje que nos regala Manal en las letras de sus canciones, temas que han atravesado el tiempo como una flecha salvaje creando las bases para una cultura que aún hoy no termina de expandirse.
Esta conmemoración se eligió para coincidir con el natalicio de Javier Martínez (1946-2023), una figura canónica, la mente lírica y el líder ineludible de Manal, la banda que se embarcó en la audaz tarea de fusionar la estructura musical del Blues con la sensibilidad y la idiosincrasia del idioma castellano. La trascendencia de esta fecha se funda en el hecho de que el Blues Argentino no es una mera copia o un pastiche; es una resignificación cultural que tomó la forma del lamento, el descontento y la resiliencia nacida en el Delta del Misisipi para narrar la complejidad emocional de la modernidad rioplatense.
La llegada del Blues a la escena musical argentina a finales de los años sesenta se produjo en un contexto de búsqueda de identidad dentro del incipiente Rock Nacional. Mientras muchos músicos se debatían entre la imitación del idioma y los códigos anglosajones, Martínez, junto a Claudio Gabis en la guitarra y Alejandro Medina en el bajo, demostraron que el feeling esencial del Blues podía ser traducido y amplificado por el acento, la jerga y la poética tanguera. Manal fue pionera en este proceso, creando el “Rock-Blues en castellano”, un híbrido que se alimentaba de la soledad urbana, la marginalidad y la crítica social. Su música se convirtió en una crónica sociológica de la época, utilizando el paisaje gris y fabril de la ciudad y sus alrededores como telón de fondo para las narrativas de la desesperanza y la búsqueda de autenticidad. Canciones como “Avellaneda Blues” no eran solo composiciones; eran himnos que olían a humedad, a trenes que nunca llegaban a tiempo y a la filosofía callejera, estableciendo un legado lírico y temático que resultaría ineludible para todas las generaciones posteriores de músicos de Rock y Blues en el país.
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