Literatura y Música - Idea Vilariño en canciones

 

“Yo no te pido nada, yo no te acepto nada. Alcanza con que estés en el mundo, con que sepas que estoy en el mundo, con que seas, me seas testigo, juez y dios. Si no, para qué todo”. ¿Hay modo de permanecer indiferente a versos como ése? El poema se llama “Testigo”, y es uno de los más emblemáticos de Poemas de amor, el libro que la poetisa uruguaya Idea Vilariño (1920-2009) le dedicó al escritor Juan Carlos Onetti en 1962.

El mote de popular nunca le cupo a Idea Vilariño. Si bien gozó de prestigio entre pares y enterados, sus versos, por ejemplo, no llegaron jamás a las tazas, marcalibros, posavasos y demás chucherías que se consiguen en el Mercado de los Artesanos. En cambio, los de su amigo y compañero de generación Mario Benedetti aún se venden por toneladas.

Sin embargo, el 18 de mayo de 1984, algunas de sus palabras, en boca de José Pepe Guerra y Braulio López, las repitieron miles de voces.

“Mi previa indiferencia por comunicar, mi larga vergüenza de publicar lo escrito, dejaron lugar a la alegría de escuchar esos textos tan bien musicalizados, tan bien cantados, que daban cuerpo a sentimientos e ideas que tantos compartían. A la alegría de oírlos difundidos en un acto público, en las radios (bueno, en algunas radios, y nunca en TV), difundidos de manera casi anónima, porque nadie recordaba, por ejemplo, quién había escrito la letra de “Los orientales”, pero con qué compartida emoción, a la vuelta de Los Olimareños al país, lo cantó el Estadio entero, y yo, nadie, entre ellos”. Nadie, decía de sí misma la autora de esa canción. “Entonces no soy nadie”.

En el hogar de Idea Vilariño había música. Se escuchaba y se tocaba. Así, cada uno de los hermanos incursionó en la práctica de algún instrumento. Idea tocó el piano y el violín con pericia, y cantaba muy bien, aunque para ella nunca fue suficiente. Estaba la música culta, sí, pero también el Tango, que disfrutó como escucha y que también bailó. Y que estudió con singular lucidez: su consumo no era inocente. Sobre el género escribió Las letras de “Tango” (1965) y “El tango cantado” (1981), obras todavía de referencia, no solo para comprender el tema, sino para echar luz sobre las controversias que tan solo su consumo generaba en ámbitos intelectuales.

De las letras del Tango, Idea valoraba que asumían el lenguaje común; “es popular porque alcanza a todos”, decía de Homero Manzi. E Idea amaba el ritmo. “La poesía es, sobre todo, canto”, escribió a Humberto Megget, y aseguraba que “puede haber poesía sin metro fijo, sin acentos fijos, sin rimas, pero no puede haberla sin ritmo. Le es esencial”.

Cuando Idea Vilariño compuso algunas canciones buscó, entonces, que tuvieran ese ritmo que habitaba en sus poemas, y que conectara con el lenguaje llano de la música popular. Y si su obra poética transita, a grandes rasgos, los ejes del amor (o más bien desamor) existencialista y la denuncia política y “compromiso”, tan caros en las décadas 1960 y 1970, su escaso pero intenso cancionero no escapa a esa regla.

“Las canciones no son como los poemas que salen como quieren, sino que uno, deliberadamente, hace algo. En general me pedían las canciones con determinado tema, con determinada forma. Nunca conseguía que me pidieran una Milonga o un Tango, siempre terminaban con otro tipo de cosas”.

Así, sus letras se vistieron, de acuerdo al cariz, de Milonga, de Guajira, de Vidala, de Triunfo.

“Una noche cayó Zitarrosa en mi casa de Las Toscas, allá a medianoche a pedirme la canción que él tituló malamente “La canción y el poema”. Se llamaba “La canción› y punto”.

La canción y el poema” es, tal vez, su canción más universal e imperecedera. Alfredo Zitarrosa, quien, además de la música, en forma de Milonga agregó partes de la letra, imprimió en su interpretación su sello canónico (por más de que haya sido interpretada, luego, por decenas de artistas, hombres y mujeres), los versos “Quisiera morir ahora de amor, para que supieras cómo y cuánto te quería” son inseparables de su oscuro vozarrón. Allí la pena, el vacío del amor no correspondido, el vivir “cada día pensando en la muerte”.

Con Zitarrosa, que no pertenecía a su generación, compartía el amor por el Tango, la Milonga, la canción criolla y latinoamericana, y el respeto por el qué decir. Ambos, porque el cantor cultivó el oficio de poeta, hallaban, también, su inspiración en la hondura de la existencia, en el valor del héroe caído, en la épica del derrotado. Los dos se nutren del dolor para crear belleza.

Otras canciones, en cambio, apuntan sus flechas al fervor revolucionario, en el marco de incandescencia de la época.

No es casual que la Idea Vilariño autora de canciones sea contemporánea de la que, en 1966, publicara Pobre mundo, una obra distinta, por su contenido, a su producción anterior, en la que escribía: “Aquí en el Uruguay los venerados héroes anduvieron también por las cuchillas y dejaron sus huesos por ahí”.

Sobre esas preocupaciones construiría un cancionero comprometido, llano y revulsivo, con la misma ética con la que edificó sus poemas: sin concesiones a la vulgaridad, minimizando la metáfora, tendiendo puentes con el habla de la calle y de su tiempo.

“Crecé tus alitas, vidalitá, crecé el corazón, crecé, palomita, vidalitá, y volvete halcón”, escribió en “A una paloma”, versos que calzaban justo en el repertorio levantisco y fogonero del joven Daniel Viglietti.

En esos casos, Vilariño se exigía el mismo rigor ético y estético que en sus poemas, buscando la palabra correcta para decir lo que había que decir, incluso cuando la canción tuviera un significado más o menos oculto.

Las canciones de Idea han dado lugar a diversas interpretaciones. A la primera versión de “La canción y el poema”, grabada por Alfredo Zitarrosa en 1978, se suma una registrada por Cristina Fernández junto a la Filarmónica de Montevideo. La actriz y cantante argentina Soledad Villamil grabó también la canción, con arreglos más contemporáneos pero el mismo espíritu.

A estas canciones hay que sumar las que grabaron Los Olimareños: “Cada vez” (1974), musicalizadas por Pepe Guerra, “Cuando estábamos lejos” (1988), con música de Braulio López, y “Ya me voy pa’ la guerrilla” (1971), sobre la “Guantanamera” de Joseíto Fernández. A la vez, Pepe Guerra incluyó “Tendrías que llegar” en su álbum en solitario La voz de Pepe Guerra (1991).

Esas canciones acompañaron el cancionero de los artistas durante largo tiempo, pero la poesía de Vilariño también inspiró a otros artistas.

El músico argentino Miguel Wahren musicalizó varios de sus poemas para la obra “En lo más implacable de la noche”, y el grupo uruguayo Mansalva hizo una versión de “Una vez” en su álbum “Invocar”. Y Gabriel Peluffo, cantante y compositor de Buitres, homenajeó a la poeta en “Es decir” (2003), una canción de admiración; “un homenaje en vida a alguien a quien desde hace muchos años le robamos muchas cosas”, dijo el músico.

 

 

Fuente:

 

• Issuu.com

 



 




































 





















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