Concerto Grosso
El término “concierto”, antes de cobrar los distintos y ricos significados musicales que hoy se le reconocen, empezó a ser utilizado en el medio artístico para expresar con toda propiedad lingüística un procedimiento, una manera de hacer música que implicaba conducir concertadamente a varias voces o fuentes sonoras diversas para recorrer un mismo camino.
En la Italia
del paso entre los siglos XVI y XVII, la de los Gabrieli, por ejemplo, se
denominaban Concerti Ecclesiastici a algunos Motetes corales con
acompañamiento de órgano; poco después, en Alemania, Heinrich Schütz publicó
(1636) sus Kleine Geistliche Concerten (Pequeños conciertos espirituales),
bajo la misma idea de música coral religiosa con un papel previsto para el
órgano. He ahí la “concertación”: lucha o contraste entre las voces por un lado
y el órgano por otro. Pronto el concepto “concierto” haría fortuna dentro de la
música puramente instrumental, entonces en auge, hasta el punto de que se lo
apropiaría en exclusiva. Son los finales del siglo XVII y, en paralelo a las
Sonate da Chiesa y da Camera, florecieron los Concerti
da Chiesa (con formas musicales abstractas y procedimientos
contrapuntísticos) y da Camera (cuyos movimientos se
basan en danzas, como en la Suite). El Concerto Grosso nació en
la esplendorosa Italia barroca de finales del siglo XVII: Alessandro Stradella y Giovanni
Lorenzo Gregori son los pioneros en la propuesta formal. En efecto, las
obras que integran la interesante colección de Sinfonías-Sonatas de Stradella
no son, en rigor, ni Sinfonías ni Sonatas, sino tempranos Concertos
Grossos. Y Gregori fue, al parecer, quien primeramente utilizó la
denominación al publicar, en 1698, su conjunto de Concerti Grossi a più stromenti.
Unos años más y los admirables 12 Concerti Grossi, opus 6 de Arcangelo
Corelli, publicados en 1714, vendrían a fijar definitivamente el
término, el dispositivo instrumental y la forma musical, esto es, el género. El
Concerto
Grosso es, en lo instrumental, la oposición, contraste o incluso lucha
a que alude el título viene dada por la utilización de un grupo instrumental
con papel especialmente destacado que se “enfrenta” al grueso instrumental (el
tutti o ripieno, es decir, “relleno”).
En lo formal, el Concerto Grosso
se desmarca de la Suite y de la Sonata da camera, o sea, de los
movimientos de danza, para optar por páginas de lo que se podría denominar “música
pura”, sin otras connotaciones o funcionalidades ajenas a la mera especulación
sonora y organizativa, y se establece muy habitualmente en tres movimientos,
con la consabida sucesión allegro – lento – allegro que es contrastante y, por
lo tanto, variada, “entretenida”. El modelo de la opus 6 corelliana fue
ampliamente compartido y seguido en Italia: Torelli, Albinoni,
Manfredini,
Geminiani,
Locatelli,
A.
Scarlatti, etc., y alcanza una cumbre de perfección y belleza en las
colecciones “L'estro armonico”, “La stravaganza”, “Il
cimento dell'armonia e dell'inventione” y “La cetra” de Antonio
Vivaldi. Frente a los inspirados y exuberantes italianos, ejemplos
ingleses como el de Avison o franceses como el de Leclair palidecen un
tanto. Solamente Alemania resiste el tirón y aporta la “versione tedesca” del Concerto
Grosso por medio de sus más gloriosos compositores de este momento del
Barroco tardío: no otra cosa son buena parte de los Concertos de Telemann,
los de Haendel —singularmente los conciertos para órgano, cuerdas y
continuo y los bellísimos que integran su colección de Grand Concertos, opus 6—
y los de Bach, sobre todo los abrumadoramente magistrales “Conciertos
de Brandemburgo”, BWV 1046-1051 de 1721, los cuales, además de ilustrar
a la perfección sobre la idea esencial del Concerto Grosso, constituyen un rico
ejemplo de variedad instrumental, pues cada uno de ellos plantea una peculiar
combinación para el concertino o grupo solista. Cada compositor importante deja
su impronta en la forma, y hasta se diría que hay un color sonoro diferencial
para las distintas áreas geográficas europeas, pero los caracteres “genéricos”
son reconocibles y entre ellos resulta especialmente notable el del tratamiento
de los dos grupos instrumentales puestos en juego, que es individualizado, sin
tendencia a la trabazón dialogante ni a la fusión tímbrica. La edad de oro del Concerto
Grosso es corta o, dicho de otro modo, su evolución hacia el Concierto
clásico, para solista y orquesta (sellado por Mozart) es rápida: el
concertino o soli, pasará de ser un “grupo escogido” a ser un único solista
para el que se escribe con acendrado virtuosismo.
El tutti dejará de ser un
ripieno para progresar hacia un papel coprotagonista, de contertulio, pues el
concepto de “oposición” instrumental irá progresivamente cediendo ante el de “diálogo”.
La forma se extenderá, a lo largo y a lo hondo –como la de la Sonata–
y, así, el procedimiento de “desarrollo”, prácticamente ausente en el
repertorio del Concerto Grosso, será característico del modernísimo Concierto,
pero, como tantas otras cosas, el modelo y sobre todo el espíritu del Concerto
Grosso reaparecieron en pleno siglo XX, naturalmente en la etapa de los
retornos o Neoclasicismo. Obras de Stravinski y de Bartók se hicieron eco
del Concerto
Grosso, forma que reapareció, incluso a veces como título, en
partituras de Krenek, Copland, Piston, Barber,
Vaughan
Williams, Bloch… En la etapa Neoclasicista de la música española,
presidida por el “Concerto” de Falla –que no se atiene al juego
instrumental prototípico del Concerto Grosso– se encuentra mucha
proximidad a esta concepción instrumental y formal en la tempranísima “Sinfonietta”
de Ernesto
Halffter, tras la que compositores como Bacarisse o Bal Y
Gay escribieron Concertos Grossos, como más tarde lo
haría Julián Orbón y, ya en nuestros días, Cervelló o Villa-Rojo,
entre otros.
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