Suite
Suite designa esencialmente una forma de música instrumental, constituida mediante simple sucesión de piezas. El vocablo, universalmente aceptado, es de origen francés y significa precisamente sucesión, secuencia.
La Suite empieza a ser
cuando está muy avanzado el período renacentista, es decir, cuando la música
instrumental empieza a pedir paso, independizándose de la música vocal, a la
que venía sirviendo compañía, y reclamando para sí vida propia. Tiene su edad de
oro durante todo el período barroco, es decir, desde que alborea el siglo XVII
y hasta la muerte de Bach (1750). La música instrumental,
antes, había empezado a manifestarse en manos de vihuelistas, laudistas y tecladistas,
a través de páginas breves que, muy a menudo, eran piezas de danza. Poco a
poco, en pos de música de mayor cuerpo formal, se fueron presentando grupos de
dos danzas encadenadas, buscando siempre el contraste (una lenta, otra rápida;
una en compás binario, otra en compás ternario…). A veces se practicaba la
inclusión de una breve pieza introductoria, que prepare ese díptico; luego
empezaron a encadenarse no dos sino cuatro piezas de danza, siempre en la
sucesión lento-rápido-lento-rápido que evita la monotonía y da coherencia al
discurso musical. Con ello había estallado definitivamente la Suite,
la forma más propia de la música instrumental en la plenitud del Barroco, un
período en el que, en realidad, la Suite no es sino una cadena de
piezas en su origen destinadas a ser bailadas. A mediados del siglo XVII, Froberger
propuso la sucesión de Allemande – Courante – Sarabande
– Gigue
como una especie de esquema fijo para la Suite, cosa que se adoptó con
naturalidad durante un siglo y que sancionó con su autoridad inmensa el
mismísimo Johann Sebastian Bach. Sobre este esquema de la Suite,
las variantes que impone la práctica son tan abundantes como se puede imaginar:
se cambian unos tipos de danzas por otros, se prescinde de alguno, se añaden
muchos otros…
Entre los añadidos que aparecen con frecuencia está un movimiento
introductorio, coherentemente denominado Preludio, preámbulo o, con mayor
frecuencia, Obertura, como sucede en las Suites orquestales de Bach.
Como danzas que con frecuencia se ven insertas en el esquema esencial de la Suite
se puede citar la Pavana, la Gallarda, el Rondeau, la Gavotte,
la Musette,
la Bourrée,
el Saltarello,
la Siciliana,
el Rigaudon,
el Minuetto
o Ménuet,
el Branle,
el Passepied…
Y, sin ser danzas, a la Suite se incorporan a menudo páginas
no solo del carácter introductorio ya comentado, sino insertas en cualquier
punto, a modo de pausa entre danzas: pueden ser Toccatas, Fantasías,
Arias,
Pastorales…
o, en casos bien notables, la Passacaglia o la Chacona.
La libertad de los compositores, y su imaginación, enriqueció la trayectoria de
la Suite
barroca por los distintos países europeos y, así por ejemplo, Francia encontró
en Couperin
a un magnífico representante que llenó sus Suites de títulos alusivos a cosas y
a situaciones, a sentimientos, incluso a nombres propios o seudónimos de gente
concreta, y todo ello recreando personalmente los tradicionales movimientos de
danza que se integraban en las Suites de cualquier latitud, a la
vez que incorporaba otros inusuales. Las Suites de Couperin, para teclado,
fueron tituladas por él como órdenes (ordres), lo que da pie para recordar
otras denominaciones que en el Barroco se utilizaron para designar al mismo
género de música instrumental: en Alemania, además de la Obertura, se encuentran
abundantes partitas (en el mismo Bach) que no son sino Suites;
en Italia, a la más abstracta y reflexiva Sonata da Chiesa se opone la Sonata
da Camera que suele ser una secuencia de danzas, esto es, una Suite;
en Inglaterra (Purcell) se publican Lessons, es decir, obras de
orientación didáctica que, para integrarse de pleno en la corriente de moda de
la música instrumental, se atienen al esquema de la Suite.
Al llegar el
período clásico –el medio siglo que va desde la muerte de Bach a la eclosión de la
segunda etapa beethoveniana, hacia 1800– y la música instrumental evolucionó
desde la expresión galante hasta la expresión dramática. La cadena o libre
sucesión de piezas contrastadas se sustituyó por un esquema formal fijo en tres
o cuatro movimientos; la danza. En resumen, la Sonata va a sustituyó a
la Suite
como soporte formal predilecto de los compositores. Naturalmente, en la Sonata
no deja de haber vestigios de la vieja Suite. El más explícito es el de la
presencia del Minuetto, que poco a poco sería sustituido por el Scherzo.
En efecto, el Minuetto no solamente es una danza, sino que su esquema formal
deriva directamente de un procedimiento habitual en las Suites que incluían esta
danza, consistente en manejar no uno sino dos Minuettos de manera que
el segundo se interpretaba entre dos lecturas del primero. La Sonata
imperó con tal fuerza en el Romanticismo que la Suite prácticamente
desapareció del mapa durante un siglo. Solo algunos compositores
tardorrománticos titulaban como Suites obras de considerable envergadura,
pero cuando lo hacían es bien porque las páginas agrupadas son de carácter
menos unitario y más liviano que las propias de la forma sonata (es el caso de las
suites orquestales de Chaikovski) o bien porque quieren
rememorar un pasado histórico (como sucede en la “Suite Holberg” de Grieg).
Sin embargo, en el mismo siglo XIX se empieza a utilizar con fuerza el término Suite
con otro criterio formal: es la Suite como agrupamiento de páginas
seleccionadas de una obra musical en origen mucho más amplia y, por lo común,
de género teatral, bien sea la Ópera, la música incidental para
ilustrar o subrayar escenas teatrales o el ballet. Lo que caracteriza a este
tipo de Suite no es únicamente el ser una “selección” de momentos
especialmente logrados, sino el de ser una sucesión de páginas musicales sin la
profunda interrelación, sin el pensamiento unitario de la más trascendente
forma Sonata: en efecto, al faltar la acción teatral subrayada por
cada una de las páginas, o el argumento del ballet al que sirven, lo normal es
que falte ilación y que se trate, por lo tanto, de una simple yuxtaposición o
sucesión de fragmentos musicales, o sea, una Suite. Las Suites
de “La
Arlesiana”, de Bizet, o de “Peer Gynt”, de Grieg,
son prototipos de sucesión de páginas selectas de una partitura mucho más
amplia nacida como música incidental; las Suites de “El cascanueces”, “El
lago de los cisnes” y “La bella durmiente”, de Chaikovski,
son ejemplos célebres de “resúmenes” de grandes ballets. En uno y otro caso,
con las suites se trata de proporcionar una obra que, por sus
dimensiones y lógica estructural, pueda incluirse con éxito en los programas de
conciertos. En el siglo XX hemos vivido la aceleración de los procesos
evolutivos, la multidireccionalidad estética y la asunción definitiva de la
libertad del creador para manifestarse con su lenguaje y en sus formas. La Suite
no sólo no ha dejado de existir, sino que en este siglo recobró presencia,
después del abrumador dominio de las formas “superiores” de la música
instrumental (la Sonata y la Sinfonía) en el Romanticismo.
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