Concierto
Como género musical se entiende por Concierto una composición para uno o varios instrumentos que actúan como solistas con acompañamiento orquestal. La palabra concertare (de la que procede el término “Concierto”) en latín significaba tanto “actuar conjuntamente” (como en el español “concertar una cita”, por ejemplo) como “mantener una contienda”, “discutir entre sí”.
La idea de
competición, oposición y antítesis está implícita en la palabra debido a su
derivación de la latina certare (luchar), pero es igualmente notable la
implicación de otra palabra cuya raíz sólo se distingue de aquélla gracias a
una consonante: concentus (cantar en grupo). De esta forma, y aunque antes de
la invención de la orquesta (en el siglo XVII) hubo composiciones denominadas “Concierto”,
modernamente hablamos de Concierto en relación a una
composición musical en tres movimientos (rápido-lento-rápido) que establece
tanto un consenso como una contraposición entre dos sujetos: el instrumento
solista (o menos frecuentemente, el grupo de instrumentos solistas) y la
orquesta. El género nació durante la época barroca. Su predecesor fue el Concerto
Grosso, nacido a finales del Siglo XVII, una composición para orquesta
en la cual un grupo mayoritario denominado tutti o ripieno intercambia material
musical con un grupo de solistas llamado concertino. En el siglo XVIII, compositores
como Vivaldi
y Bach
fueron pioneros en esta forma, siendo el primero el autor de más de 500
conciertos para diversos instrumentos. Estas primeras obras sentaron las bases
para el diálogo musical entre el solista y la orquesta, consolidando el
concierto para solista o concerto per soli. Tradicionalmente adoptó la forma de
estar dividido en tres movimientos, el primero rápido, el segundo lento y el
tercero rápido. Así, los dos tipos principales de concierto son: El Concerto
Solista (un solo instrumento solista, como en el ejemplo de arriba) y
el Concerto
Grosso (para un grupo de instrumentos solistas, como en el caso de los
famosos “Conciertos de Brandemburgo” de Johann Sebastian Bach). El
papel del solista en un Concierto para orquesta y un
instrumento solista es fundamental y multifacético. Primero, el solista actúa
como el punto focal de la obra, demostrando no solo habilidades técnicas
excepcionales sino también una profunda interpretación musical del repertorio.
A través de su instrumento, el solista dialoga con la orquesta, alternando
entre liderar y colaborar con la expresión de la composición. Este papel
requiere una combinación de virtuosismo, sensibilidad musical y una conexión
íntima con la partitura y el director, para equilibrar la dinámica con la
orquesta y destacar tanto el brillo individual como la cohesión con el
conjunto. En esencia, el solista es el vehículo a través del cual se transmite
la visión del compositor, convirtiendo la partitura en una experiencia viva y
emocionante para el público. El papel de la orquesta es esencialmente
colaborativo, proporcionando un rico telón de fondo sonoro que realza y
complementa la actuación del solista. La orquesta no solo acompaña al solista,
sino que también participa activamente en el diálogo musical, respondiendo,
anticipando y, en ocasiones, retando las líneas melódicas y expresivas del
solista. Su función varía desde proporcionar armonías y texturas que enmarcan
la interpretación del solista hasta asumir un papel más protagonista en
secciones específicas de la obra, creando así un equilibrio dinámico y un
contraste entre el conjunto y el individuo. La orquesta, dirigida con maestría,
asegura que el flujo con el solista se mantenga fluido y cohesivo,
enriqueciendo la experiencia auditiva y destacando la unidad dentro de la
diversidad de voces musicales. Una de las características distintivas de los Conciertos
para solista es el diálogo entre el solista y la orquesta. Esta buena
relación es esencial para que la obra muestre equilibrio y unidad, creando un
tejido musical donde el solista y la orquesta se entrelazan, alternando
momentos de protagonismo y colaboración. Ese diálogo refleja la esencia del Concierto
como género, donde la tensión y la armonía entre el individuo y el conjunto se
exploran y resuelven a través de la música.
Lo característico de la forma Concierto
durante el período Barroco es que cada movimiento se basa en lo que en esencia
es un sólo tema, que es enunciado en el ritornello, párrafo musical que -como
su nombre indica- regresa siempre. Sólo se diferencia de la forma Rondó
en que en el Concierto Barroco el ritornello suele aparecer en diferentes
tonalidades mientras que en la forma Rondó son los episodios los que
aparecen en tonalidades contrastantes, no el ritornello, que siempre afianza la
tonalidad principal. Por lo tanto, la forma Concierto durante el
período Barroco es monotemática (como la Fuga o el Tema con variaciones),
derivándose de él, de una manera más o menos exacta, el material del solista.
Dentro de ese período, una obra que destaca son los conciertos para violín de “Las
cuatro estaciones” de Antonio Vivaldi. Compuestos en 1723,
estos conciertos son un ejemplo temprano y vívido de música programática, cada
uno representando una estación del año. Vivaldi utiliza el violín solista
para pintar imágenes sonoras de cada estación, demostrando una extraordinaria
unión entre el instrumento solista y la orquesta. Otro ejemplo es el de Johann
Sebastian Bach, con su “Concierto para dos violines en re menor”.
Bach
exploró profundamente el diálogo entre instrumentos solistas y la orquesta. La
interacción entre los dos violines solistas y la orquesta crea un tejido
contrapuntístico, destacando la habilidad de Bach en el uso de la
forma concierto para explorar complejas relaciones musicales. Durante la época
del Clasicismo (y en parte, también en el Romanticismo) la forma sonata o
esquema de sonata permea todas las formas musicales, y la forma Concierto
no es una excepción.
En este periodo se destaca el “Concierto para piano N.º 21 en do
mayor” de Wolfgang Amadeus Mozart. Compuesto en 1785, este Concierto
es uno de los más célebres de Mozart, particularmente el segundo
movimiento. La obra es un ejemplo sublime entre el piano solista y la orquesta,
con Mozart
integrando el solista no como un mero virtuoso, sino como un participante
íntimo en el diálogo musical. Otro ejemplo de este periodo es el “Concierto
para piano N.º 5 en mi bemol mayor”, “Emperador” de Ludwig
van Beethoven. Este concierto, compuesto entre 1809 y 1811, refleja el
puente entre el Clasicismo y el Romanticismo. Beethoven amplía el papel
del piano solista, dándole una presencia casi orquestal en sí mismo, mientras
mantiene un diálogo intenso y dramático con la orquesta. Durante el Romanticismo,
el “Concierto
para violín en re mayor” de Johannes Brahms, compuesto en 1878, es
un ejemplo magistral de la síntesis entre el virtuosismo del solista y la
profundidad sinfónica, características del Romanticismo. La obra destaca por su
exigente parte solista, rica textura orquestal y el uso de formas folklóricas,
creando un diálogo emocional y técnico entre el violín y la orquesta. Por otro
lado, cabe destacar el “Concierto para violín” de Pryor
Ilyich Tchaikovsky, estrenado en 1878 como uno de los más populares del
compositor. Tchaikovksy combina brillantemente el virtuosismo del violín
con una orquestación rica y dramática, creando momentos de perfecta
colaboración musical y contraste entre el solista y la orquesta. Los
instrumentos solistas empleados en los Conciertos son muy variados. En la
época barroca empezaron con los instrumentos de cuerda, siendo los escritos
para violín unos de los más notables, seguidos por los de violoncelo y viola.
El clave era el primitivo instrumento de teclado que posteriormente derivó
hacia el piano. Entre los instrumentos de viento destacan los de oboe, seguidos
por la flauta y el fagot. La trompeta, la trompa y el trombón, también tienen
sus propias obras. Prácticamente se han escrito Conciertos en los que se
emplean como solistas cualquier los instrumento de la orquesta moderna incluida
la percusión, además de otros instrumentos que no son habituales.
Fuentes:
• Aulademusicamartinsarmiento.wordpress.com
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