Anti-Folk (EEUU)
El término Anti-Folk es, a pesar de su cuarto de siglo de andanzas, todavía nebuloso. Tanto sus definiciones como características tienen tal cantidad de matices como el número de sus intérpretes.
Sin embargo, hay algunos
rasgos comunes: en sus letras hay sustento de política social, en la
observación o en la acidez crítica (cuyas raíces pueden llegar hasta los 60);
en lo emotivo, tiende a evitar el drama en seco (como en el Folk
mainstream) y hay seriedad en los tratamientos temáticos por mucho humor que se
maneje, es decir, se toma al humor en serio; en lo musical, sus representantes
no son afectos a la sofisticación (prefieren mayormente el lo-fi) y sí a la
experimentación indie (con sus mezclas genéricas e instrumentales). Son amantes
del Folk,
pero sin las pretensiones (solemnes, nostálgicas y dogmáticas o el halo trágico
que han mostrado a lo largo de la historia sus exégetas). En una palabra, son Anti-Folk.
Este movimiento nació, como muchas otras músicas, en Nueva York. Lo hizo
durante los años 80 (1984, para ser preciso) y nutrió del reciente Punk
sus novedosas actitudes y hechuras. Por lo mismo, se ubicó en los clubes más
off de la escena Folk del Greenwich Village. Lugares como “The Speakeasy” o “The
Fort” son sus referentes iniciales y personajes como Darryl Cherney o Roger
Manning, sus padrinos de bautismo. The Big Bang fue el primer colectivo
que aglutinó a los músicos seguidores de la corriente. En los siguientes años,
se creó el New York Antifolk Festival en respuesta al Folk establecido y
comenzó su andar por el mundo. Resulta contradictorio por el epíteto, pero al
gran listado de músicos inscritos hoy en el aún joven subgénero lo que le
sienta a todas luces y en primera instancia es el Folk. Pero no ese Folk
íntimo y minimalista (tan tradicional como aburrido en muchas ocasiones) que
tantas bandas estadounidenses han presentado a lo largo de los últimos años.
En
general, los hacedores del Anti-Folk son más proclives a
escribir torch songs, no necesariamente en la ruta preferente de las baladas
acústicas, sino que las suyas se pueden (o se deben) corear en voz alta y sobre
todo en colectividad. En lo esencial (y por lo general con sus grandes
excepciones) miran hacia el primer Rockabilly o el Doo-Wop más clásico y
acústico, pero poniéndole una intensidad y un nervio más propios del Indie
y sus alternatividades. Tienen también ese descaro y ese punto amateur que los
emparenta con muchos solistas y grupos olvidados o ignorados en su momento como
Phranc,
Uncle
Tupelo o Son Volt, por ejemplo, aunque si bien éstos enarbolaban antaño
la bandera del Anti-Folk, en la presente década lo utilizan como reacción a
los caducos estándares de ese género y lo que tradicionalmente simbolizaba en
la Unión Americana. Los Anti-Folk más actuales parecen
querer rendir homenaje a aquellas canciones románticas de amor y desamor, tan
desesperado y desenfrenado el uno como el otro, y con un atropellado homenaje
en baja fidelidad (lo-fi), como emblema estético. Otro elemento fundamental que
subyuga de este subgénero es ese sentido del humor realmente fascinante con el
que observan dichas relaciones humanas. Asimismo, pueden presumir, como
atestiguan muchas de sus canciones, de tener una gran versatilidad y de poder
ser tan progresivos y pomposos con un solo instrumento como Regina
Spektor, si se lo proponen. Es curioso cómo, al partir de una propuesta
teórica opuesta (anti), pueden sonar tan cercanos al Folk de Jeffrey
Lewis o Antsy Pants.
El sonido Anti-Folk es en su mayor parte
deslavado, a menudo caótico y con un profundo amor por los clásicos estadounidenses.
Esos son sus referentes comunes. Sus mayores representantes prefieren detenerse
en un acto de romanticismo que crear un drama de película para decir adiós.
Pero que nadie se equivoque: no hablan en un Folk que adormezca, sino
en un anti (adornado de pop o prog) que hace mover al cuerpo o a algunos de sus
miembros. Si bien el mencionado y arrebatado nervio Indie es el pilar
fundamental de sus obras, es cierto también que en los discos completos hay un
mayor porcentaje de baladas que en los EP. Pero eso no tiene por qué ser
necesariamente malo. La universalidad que hay en la tristeza expresada en sus
canciones más populares, aunada a la tentación de relacionarse con alguien
inconveniente o la devastación tras una ruptura, hacen que esas torch songs
toquen severamente el músculo de las sístoles y las diástoles. El Anti-Folk
ha incluido tantos temas en su temprana historia y los ha hecho tan conocidos
que resulta inevitable que el efecto sorpresa se evapore un tanto para quienes
lo han seguido desde sus orígenes. Pero eso no hace que la escucha de
cualquiera de sus ejemplos sea menos excitante y enriquecedora para la
educación sentimental de cada uno.
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