Tafelmusik
La música al finalizar un banquete de boda es casi tan importante como el menú. Y eso no sucede solo en la celebración de un enlace matrimonial. La lista de restaurantes y cafés en los que uno o más intérpretes desgranan piezas de ritmos diferentes es muy larga en cualquier ciudad.
Continúan así con una de las tradiciones más antiguas de
la historia de la cultura, porque la música no solo se ha utilizado desde la
antigüedad para oficios religiosos, funerales, fiestas y causas políticas. Ya
en el viejo Egipto los faraones y sus allegados contrataban a grupos de
intérpretes para amenizar sus comidas. Esta costumbre se mantuvo entre los
hebreos, en Grecia y en Roma. La tradición perduró en el medioevo y tomó nuevo
vigor en el siglo XV. En las comidas solemnes, comenzando por los banquetes de
boda, la presencia de cantores y músicos era habitual y casi obligada: lo mismo
ocurría en los banquetes oficiales de la corte y de las magistraturas
municipales. Al intérprete de laúd y al arpista del Concerto Palatino de
Bolonia, por ejemplo, se les asignaba la función de “deleitar, con delicadas
danzas instrumentales, el oído de los ilustres comensales durante el almuerzo o
la cena”. En los almuerzos dominicales o en las ocasiones especiales se sumaban
a estos las trompetas, los cornos y los pífanos. Seguramente es innecesario
aclarar que uno de los dos grandes contratadores de música hasta la llegada del
Romanticismo, la Iglesia (sería más exacto decir “las iglesias”) nunca tuvo un
interés excesivo en este tipo de obras. Por ello, los promotores de partituras
para acompañar los banquetes se encontraron en la casi totalidad de los casos
en la corte. En el primer barroco, la Tafelmusik o “Música de Mesa”, tuvo una
gran etapa de esplendor. Muchos compositores recibieron encargos de piezas
destinadas a ser interpretadas mientras se servían los primeros platos o a los
postres. Nada comparable a la solemnidad de un réquiem o el brillo de una
ceremonia de coronación, y de ahí que la lista de autores que se dedicaron a
ello sea bastante más breve.
Durante los siglos XVII y XVIII, sobre todo en
Alemania y Francia, el estilo sedujo a los compositores hasta caracterizarse
como verdadero género musical, con la forma de una suite de danzas. Entre los
autores que compusieron obras de este tipo puede mencionarse a Johann
Hermann Schein (“Banquete musical”, 1617), Alexander
Avenarius, Andreas Hammerschmidt, Heinrich Ignaz Franz von Biber y Werner
Ehrhardt en Alemania; Jean-Baptiste Lully y Michel-Richard
Delalande, en Francia, pero sin duda la obra barroca más célebre es la
llamada precisamente “Tafelmusik”, escrita por Georg
Philipp Telemann, una pieza de enormes dimensiones y brillante
orquestación, que se estructura mediante una obertura, un cuarteto, un
concierto, un trío, una pieza solista y un final en la misma tonalidad. Publicada
en 1733, la colección de piezas de Telemann fue titulada “Musique
de table” o “música para banquetes”. El Diccionario de Música de Oxford
dice que el término Tafelmusik comenzó a utilizarse en el siglo XVI y que describe
música que se ejecutaba en banquetes ofrecidos por la nobleza o por la
incipiente clase media. Como si se tratara de la adquisición de un mueble o de
una escultura, los melómanos con suficientes recursos podían adquirir “el juego
completo” de las canciones de Telemann, el cual se empastaba en
cobre. En esta escenificación de poder y refinamiento, la música pasaba a
formar parte de un ambiente espacial: una comida en el salón de un palacio.
No
desdeñaron dedicarse a la Tafelmusik el mismo Beethoven,
quien compuso el Octeto para vientos op.103 en 1792 para alegrar la mesa del
elector de Bonn y -en tiempos más recientes- Paul Hindemith, Gerhard
Maasz o JenoTakács. Gioachino Rossini solo regresó a la
composición, tras su temprano retiro, para firmar un par de piezas destinadas a
este fin, tituladas “antipasto” y “postre”, únicas piezas que escribió luego de
su decisión de abandonar la composición musical en 1829. Algo que no puede
extrañar en un autor que durante sus últimos cuarenta años de vida se dedicó a
cultivar su pasión por la gastronomía. Paul Hindemith también publicó una
pieza de mesa, pero la obra “moderna” más célebre de este género la firmó Paul
Schoenfield y se titula “Cafe Music”. Su génesis es por lo
menos curiosa: el autor concibió la pieza mientras tocaba el piano en una
parrilla de Minneapolis. La partitura, repleta de melodías que se han utilizado
con mucha frecuencia en el cine y la publicidad, combina elementos de la Opereta
vienesa, el gipsy, la música de cámara más tradicional y hasta utiliza algunas
melodías hasídicas. En origen, escribió un trío, pero luego la St.
Paul Chamber Orchestra le encargó una pieza de cámara a partir de la
partitura original. Y aquí está: primer plato, segundo, postre y “Cafe
Music”. La Música de Mesa fue desplazada a fines del siglo XVIII por el
divertimento, y su importancia pronto disminuyó, pero fue revivida y
parcialmente restaurada en el género vocal de Liedertafel por Carl
Friedrich Zelter a partir de 1809, y las sociedades corales de voces
masculinas que se describen a sí mismas por este nombre continuó la práctica
hasta mediados del siglo XX.
Fuentes:
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