Las raíces judías del Tango (Argentina)

 


Entre 1880 y 1930 en nuestro país ocurrió un fenómeno que se dio en llamar, despectivamente, “aluvión inmigratorio”: miles de personas llegaron al puerto de Buenos Aires conformando esa torre de babel que conviviría primero en el Hotel de Inmigrantes y luego, un gran porcentaje, en los conventillos de la capital. Italianos, españoles, rusos (en su gran mayoría de origen judío), turcos, alemanes y, en menor cantidad, portugueses, holandeses, belgas y suizos, abandonaban sus tierras para venir a “hacerse la América” o encontrar paz espiritual.

Sus profesiones oscilaban entre el herrero siciliano, el ebanista florentino, el director de banda alemán y el violinista de Kiev. Paralelamente se producía una migración interna: el hombre de campo, el gaucho, buscando nuevos horizontes, se instala en la gran aldea. En un proceso bastante doloroso de desprendimiento y de adaptación, se fundirían las diferentes idiosincrasias hasta llegar a una integración con el criollo que daría como resultado el porteño del siglo XX. Ellos encontrarían en el Tango un lenguaje común que les permitiría cruzar las barreras del idioma, de las costumbres, de las diferencias sociales. Es innegable el aporte que le brindaron hombres y mujeres de diferentes procedencias, ya sean italianos, españoles, alemanes, franceses o judíos. En agosto de 1889 llegó al puerto de Buenos Aires el barco a vapor Wesser, con 824 personas, todas de origen judío, provenientes de diferentes ciudades de la Rusia de aquel entonces. La mayoría de los inmigrantes que llegaban a América lo hacían para trabajar, ganar dinero, también pasar la guerra y volver a su país de origen, pero en el caso de los judíos, ellos llegaron para quedarse, porque no tenían donde regresar, además llegaban a un país donde no eran perseguidos y donde la sociedad los aceptaba amistosamente. Nuestro vocabulario porteño, lunfardo, está formado por el aporte que le dio cada sociedad de inmigrantes que llegaban. Los judíos aportaron muchas palabras a este vocabulario. Dicen que las primeras mujeres que fumaron en público fueron las jóvenes judías que trabajaban en los cabarets de Buenos Aires, las que para pedir un cigarrillo, usaban la palabra en ídish papirosen, con el tiempo, esta palabra derivó en una bella palabra en nuestro lunfardo, muy usada y que fue papirusa, mujer bella. Poco se ha escrito sobre el papel de los judíos en el Tango (por nombrar dos obras serias: “Tango Judío”, de Julio Nudler, y “El Tango, una historia con judíos”, de José Judkovski). Ya a principios del siglo XX las bandas incluyeron Tangos en su repertorio. Los interpretaban las rondallas, sonaban en el organito que recorría los barrios, se escuchaban en los salones, subían al escenario como parte de los sainetes o recorrían el teclado del piano de la mano de la niña de la casa. Pocos estaban ajenos al fenómeno incluidos músicos de excelente preparación académica: hombres y mujeres, blancos y negros, criollos y extranjeros.
Los judíos y el Tango tuvieron su primer encuentro en estos conventillos y también en los burdeles, en aquellas primeras décadas del siglo XX en que La Varsovia (luego rebautizada Zwi Migdal) se erigió en la mayor organización rioplatense de rufianes. Zwi Migdal fue una red de trata de personas que operó entre 1900-1930 con sede en la ciudad de Buenos Aires, especializada en la prostitución forzada de mujeres judías, entre otras. Los rufianes reclutaban a niñas de 13 a 16 años de edad de las pequeñas aldeas de Rusia y Polonia para emigrar a América con falsas promesas de trabajar como empleadas domésticas de ricas familias judías, e incluso con promesas de casamiento. Pero nada era como ellos decían. Las mujeres eran vendidas en Buenos Aires para trabajar en los burdeles. El fin de la organización llegó en 1929 cuando Raquel Liberman, una de las miles de inmigrantes polacas (natural de Łódź) denuncio a la Zwi Migdal ante la justicia. La inmigración seguía trayendo entretanto violinistas judíos de Polonia, Rusia o Rumania, que encontraban un camino natural de ingreso al Tango como medio de vida y como incorporación al nuevo entorno social. Paradójicamente, los barrios judíos de Balvanera, Abasto, Villa Crespo, Paternal, Almagro, fueron los barrios de Tango por excelencia. Los padres judíos de estos músicos, habían soñado con que sus hijos, algún día iban a ser alguno de estos famosos de la música clásica, y sintieron decepción y bronca al verlos convertidos en músicos de una humilde orquesta de Tango, tocando en algún cabaret del pecaminoso bajo porteño. Así pasa el Tango sus comienzos, como prohibido en casas de gente culta. El Tango significaba además una amenaza de dilución de la identidad judía, aunque la mayoría de los judíos dedicados al Tango, conservaron sus rasgos distintivos de identidad, incluido el ídish. La historia del Tango no hubiera sida la misma sin el aporte judío. Uno de ellos era Peregrino Paulos cuyo tango “6º del Regimiento 2” (1916), Luis Rubistein enriquecerá con sus versos y que se conoció con el nombre de “Inspiración”.
Para ese entonces, las diferentes comunidades organizaban bailes integrándose, por medio de la música y la danza, a esa sociedad que todavía sostenía una mirada atónita ante el recién llegado, desestimado por parte de la intelectualidad de la época. La Unión Obrera Israelita fue, a fines del 1800, una de las tantas sociedades que abrió sus puertas facilitando el escenario a las orquestas y dando pista a los bailarines. Pieza fundamental sería Max Glücksmann, pionero del cine nacional, de la industria discográfica y de los concursos de Tango, responsable de las grabaciones y giras realizadas por Carlos Gardel. Si don Max fue un gran amigo del Zorzal, no hay que olvidar a otros judíos que también gozaron de la amistad de Gardel: Elías Alippi y Marcel Lattés. El primero, nacido en Buenos Aires como Isaías, fue bailarín, actor, autor y director, integrando la famosa y exitosa dupla Muiño-Alippi. En cuanto al segundo, que fue coautor con Gardel, Alfredo Lepera y Mario Battistella de la canción “Cuando tú no estás”. De origen francés, murió en Auschwitz, Polonia. Otros responsables de la difusión de la música ciudadana fueron hombres de la colectividad judía, como José Schnaider, que allá por los años 1920 estableció su editorial de música; Julio Korn, quien editó títulos trascendentes como también la revista “La Canción” que devendría en “La Canción Moderna” y, posteriormente en la conocida “Radiolandia”; los hermanos Rubistein (Luis Rubistein, Elias Randal y Oscar Rubens), que además de ser excelentes creadores, fundaron la Editorial Select y, en el caso de Luis, PAADI (Primera Academia Argentina de Intérpretes); Enrique Lebendiger con su Editorial Fermata, a la que se integraría el multifacético Ben Molar (Moisés “Poroto” Smolarchik Brenner). En cuanto a los instrumentistas, ya en las primeras décadas del siglo XX, el músico de origen judío se compenetra con el nuevo género y cambia a Beethoven por Arolas. Uno de ellos fue el bandoneonista Antonio Gutman, “El Ruso de la Galera” que allá por 1914 formó su cuarteto: Orquesta Típica “El Rusito”. Un nombre emblemático en la escena del Tango fue Arturo Bernstein, apodado “el alemán”, considerado el mejor bandoneonista de la época, pero su mayor obra fue la creación de la escuela “sistemática y nacional de bandoneón”. De su mano y de su escuela, surgieron varios bandoneonistas famosos entre los 20 y 30. A las diversas formaciones dirigidas por innovadores como Juan Maglio “Pacho”, se fueron incorporando hombres como el joven pianista Alberto Soifer, en la década de 1920. Junto a Roberto Firpo, Julio De Caro, Pedro Maffia y Pedro Laurenz, tocó el violín José Nieso (José Niezow) quien, en la década de 1930, ya como empresario, contrató al pianista Miguel Nijensohn para que se haga cargo de la dirección de la orquesta estable del dancing “Lucerna” fundado precisamente por Nieso. Y también los violinistas, Szymsia Bajour (maestro de maestros), Mario Abramovich, Raúl Kaplun (Israel Kaflun) o Samuel “Milo” Dojman; el bandoneonista, director, compositor y arreglador Ismael Spitalnik o el pianista Jaime Gosis. Por supuesto que hubo y hay cantantes de Tango judíos, como Roberto Beltrán (León Zucker) o su hermano, el recordado Marquitos Zucker; Rosita Montemar (Rosa Spruk) que grabó por primera vez “Recuerdo”, de Osvaldo Pugliese y Eduardo Moreno, en 1927; Walter Yonsky (Isaac Wrzacki), Chico Novarro (Bernardo Mitnik), Guillermo Galvé (Marcos Guillermo Piker) o Susana Blaszko (Blaszkowski).
Cuando los músicos argentinos cruzaron el mar con el Tango a las salas de conciertos de Europa, a principios de siglo XX, este baile envolvió a la sociedad europea. Pronto, músicos y letristas estaban escribiendo Tangos en todas las lenguas europeas, entre ellas el yiddish. Más adelante, se podían escuchar Tangos yiddish en cabarets de los guetos durante la Segunda Guerra Mundial, y después en los teatros yiddish sobre la 2° avenida, pero algunos de los mejores Tangos yiddish ni siquiera dejaron Argentina. Jevel Katz era un maestro de la parodia de la vida judía argentina. Más nombres relacionados con el Tango: Manuel Sofovich, periodista y hombre de teatro; León Benarós, periodista, poeta, ensayista y autor de Tangos; César Tiempo (Israel Zeitlin) brillante escritor y defensor de nuestra cultura popular; los autores Samuel Eichelbaum y Alberto Gerchunoff; Luis Simón Saslavsky, director de películas trascendentales como “La Fuga”, donde actuaba Amelia Bence (Amelia Botwinik); Leo Lipesker, director del Primer Cuarteto de Cámara de Tango; Julio Rosenberg, arreglador de las orquestas de Julio De Caro y Pedro Laurenz; Santos Lipesker, a cargo de la dirección artística de Philips; el juez Víctor Sasson, creador de “La Gardeliana”; el inolvidable fileteador León Untroib… Y el baterista Enrique “Zurdo” Roizner; y la nueva generación de bandoneonistas, arregladores y compositores como Marcelo Jaime Nisinman y Luciano Jungman, o el contrabajista Ignacio Varchausky. Y más, y más... Imposible resumir en pocas palabras el aporte de los judíos al Tango. Pero queda algo por destacar: estos compositores no modificaron el Tango con escalas exóticas. Como consecuencia, el oyente no distingue si la música o la letra fueron escritas por un criollo, un italiano o un judío. Esto confirma lo que dice el psicólogo austríaco Viktor E.Frankl: “hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la “raza” de los hombres decentes y la “raza” de los indecentes”. Lo demás…es pura historia.

 

 

Fuentes:

 

• Delacole.com

• Meer.com

• Pagina12.com.ar

 


 

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