Música en las Reducciones Jesuíticas (Bolivia)
El llamado “Barroco Misional” es el repertorio que se interpretaba en los
siglos XVII y XVIII en las antiguas reducciones jesuíticas que se extendían por
Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia. En este conjunto son destacables, tanto
por la cantidad como por la calidad, las obras que se han conservado en las
regiones bolivianas de Chiquitos y Moxos, que hoy se conoce como Barroco
Boliviano. Este repertorio tiene una historia sorprendentemente
reciente.
De hecho, a pesar de ser tan antiguo, empezó a ser rescatado hace
apenas 50 años, cuando algunos musicólogos comenzaron a prestar especial
atención a las obras producidas en el ámbito de las Reducciones Jesuíticas,
entre los siglos XVII y la segunda mitad del XVIII, concretamente hasta 1767,
año en que los misioneros fueron expulsados de América, tras la abrupta
supresión de la Compañía de Jesús por parte del Papa Clemente XIII. El
despertar definitivo de esta música, que durmió un sueño de siglos, se debió a
la perspicacia de un arquitecto jesuita, Hans Roth, que en los años 70 se
encontraba trabajando en la reconstrucción de la iglesia de San Rafael, de
Chiquitos. Al trazar un plano general de la planta de la iglesia y sus
edificaciones contiguas, intrigado por una falta de concordancia en las
mediciones, Roth logró descubrir una recámara secreta disimulada tras una
gruesa pared de adobe, que había permanecido sellada por casi tres siglos. Al
entrar al recinto, se encontró ante un impresionante tesoro artístico: más de
cinco mil partituras y decenas de instrumentos musicales, muchos de ellos
construidos por los miembros de las comunidades chiquitanas (violines, arpas,
violonchelos, flautas, oboes, clarines y diversos tipos de trompetas, entre
ellas, una de casi dos metros de largo). La espectacularidad del descubrimiento
incentivó a nuevas investigaciones en pueblos y templos cercanos, que
condujeron a otros importantes hallazgos.
Al año siguiente, en Moxos fueron encontradas cerca de cuatro mil
partituras más, muchas de ellas compuestas por músicos nativos que habían
aprendido instrumentación con los jesuitas. Otras, pertenecientes al italiano Domenico
Zipoli. Las partituras encontradas permitieron conocer a fondo la
música de aquellos músicos jesuitas, a quienes mérito de trasladar el esplendor
del Barroco de la opulenta Europa a la sencillez de los habitantes de las
selvas sudamericanas. Al poco tiempo de empezar su labor, los jesuitas se
sorprendieron de la facilidad con que los nativos asimilaban las complejas
obras del Barroco. No sólo contaron enseguida con músicos, sino también con
compositores. Pronto estos pobladores ocuparon sus lugares en el coro, como
solistas, instrumentistas, copistas, constructores de instrumentos, e incluso
maestros de capilla. Muchos no sabían ni leer ni escribir, y sin embargo,
dominaban la lectura musical. Para los jesuitas, la música tenía una función
esencialmente religiosa, por esa razón, la mayoría de las obras conservadas en
los archivos están destinadas a la liturgia. Los indígenas heredaron este valor
de la música y conservaron con celo las partituras, copiándolas una y otra vez
a medida que se deterioraban. En las obras destinadas a la liturgia era norma
no dejar registro del nombre del autor, pero los jesuitas, desafiando el rigor
de las prohibiciones eclesiásticas, solían permitir a los músicos nóveles que
firmaran sus obras, asentando determinados signos al pie de la partitura a modo
de código secreto. Gracias a este recurso, quedó un cierto registro de toda la
dinastía de músicos autóctonos. El repertorio instrumental que se conserva en
el Archivo Musical de Chiquitos consiste en dos grandes colecciones: música
para conjunto instrumental y música para tecla. En 1990 la UNESCO declaró
Patrimonio Cultural de la Humanidad a Chiquitos, junto a seis pueblos aledaños
más, dejando expresa constancia de que la recuperación de semejantes tesoros
musicales, debía ser considerado como uno de los descubrimientos culturales más
trascendentes del siglo XX.
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