Danza del Gran Diablo (Panamá)

 


La Danza del Gran Diablo es una de las siete danzas folclóricas que tiene el distrito de La Chorrera. Es una de las tradiciones más autóctonas de la región de Panamá Oeste, que se realiza cada año para la fiesta del Corpus Christi en honor al Cuerpo y la Sangre de Cristo. Se celebra 60 días después del Jueves Santo.

El Corpus Christi en La Chorrera se celebra desde la época de la colonia. Este evento era realizado por los sacerdotes para enseñar a los indígenas su concepto del bien y el mal. Durante la fiesta, una vez terminada la misa, el sacerdote salía con el Santísimo a visitar los altares que se confeccionaban alrededor de la iglesia. Con esta práctica también inició la participación de la Danza del Gran Diablo, para recrear la lucha del ser humano entre el pecado y la virtud, la lucha personificada por el diablo y el ángel, entre el bien y el mal.

Es una costumbre muy esperada por niños, jóvenes y adultos, quienes por tres domingos seguidos del mes de junio solo esperan el sonido del tambor y la melodía del acordeón para ir y ver este grandioso espectáculo.

El hilo narrativo central y fundamental de la danza es la representación de la lucha alegórica y eterna entre el Bien y el Mal. El Mal está representado por la cuadrilla de diablos, encabezada por la imponente figura del Gran Diablo, y el Bien por la luz y autoridad de San Miguel Arcángel.

Este baile es, en esencia, un auto sacramental dramatizado, donde cada personaje y cada movimiento coreográfico tienen un propósito catequético bien definido. A través de la vibrante amalgama de música, baile y teatro, se narra la historia del pecador que sucumbe a las tentaciones del Mal, pero que finalmente encuentra el camino hacia la salvación a través de la intervención divina.

La Danza del Gran Diablo no es simplemente un espectáculo, sino un rito profundo que se perpetúa gracias a una estricta tradición oral y la práctica constante de la comunidad. Se desarrolla tanto en el atrio de la iglesia como a lo largo del recorrido de la procesión, integrándose activamente al fervor religioso del día. La intensidad dramática que despliega, la complejidad de su vestimenta y el ritmo frenético de la percusión la convierten en un patrimonio cultural vivo de valor incalculable.

Esta danza folklórica hunde sus raíces en la profunda herencia hispánica que los colonizadores españoles trajeron a América. Su estructura teatral se remonta directamente a los autos sacramentales medievales de España, que eran representaciones cortas de carácter estrictamente religioso, utilizadas principalmente para el adoctrinamiento de las poblaciones indígenas y afrodescendientes.

Las figuras antitéticas del diablo y el ángel eran elementos clave en estos autos, sirviendo para simplificar y visualizar los complejos conceptos del pecado, la tentación y la redención. Con el paso de los siglos, el auto sacramental se fusionó irreversiblemente con los elementos culturales locales. Adquirió un ritmo y una cadencia propios gracias a la poderosa influencia de los tambores africanos y la musicalidad inherente de la tierra.

Este sincretismo dio origen a una expresión única, profundamente panameña, que se distanció de su forma original europea. La tradición se enraizó de manera especial en las Provincias Centrales, donde el tejido social y la tradición católica y campesina son particularmente fuertes.

Durante los días de Corpus Christi, la danza es una parte absolutamente indispensable del ciclo festivo anual. Los participantes, casi siempre hombres, se preparan con meses de antelación para asumir sus roles, que a menudo son heredados.

La tradición exige que los diablos mantengan en estricto secreto su identidad mientras están enmascarados y en pleno baile, lo que añade un aura de misterio y respeto al rito. La Danza del Gran Diablo de La Villa de Los Santos se distingue de otras danzas de diablos (como la de los Diablicos Limpios) por su coreografía más agresiva y la suciedad simbólica de su vestuario, lo que la hace una manifestación más pura del caos y la tentación que acechan al alma humana. La continuidad de la danza a lo largo de los siglos es un testimonio elocuente de la resiliencia y la profunda identidad cultural de Panamá.

La indumentaria de esta danza se caracteriza por mostrar un diablo mayor con máscara del hombre diablo, y de una diablada enmascarada con rostros de animales fieros de todo tipo, tanto locales como de otras regiones. La influencia de otras figuras ha generado nuevas máscaras inspiradas en otros motivos.

Sus camisas son blancas con chalecos y dos listones cruzados o uno de un solo lado, con espejos sobre rosetas de tela, según la jerarquía. De igual forma, los adornos del pecho, del morrión, del manto o el uso de alas varía según la jerarquía dentro de la diablada.

Pantalones a la rodilla de dos tonos, medias largas cruzadas con cintas de colores y zapatos a dos tonos, blanco y negro. Sobre los pantalones va una especie de falda confeccionada con largos pañuelos de colores rematados con cascabeles. Algunos agregan más cascabeles en cinturón de tela o cuero atados a las piernas.

Llevan siempre castañuelas de madera en las manos que producen un sonido continuo que acentúa el ritmo.

La danza se articula alrededor de una jerarquía de personajes con roles dramáticos claramente definidos. El Gran Diablo, o Diablo Mayor, es el líder indiscutible y el más temido, quien dirige a la cuadrilla con movimientos autoritarios y gestos enérgicos. Le siguen Los Diablos Menores, o Diablos Rasos, que conforman el grueso del grupo, ejecutando fielmente las figuras coreográficas bajo su mando. La contraparte es el Ángel San Miguel, quien viste túnicas claras o blancas, porta una espada (a veces de madera) y alas, representando la pureza, la fe inquebrantable y la fuerza divina.

El elemento más poderoso es, sin duda, la máscara. Estas máscaras, talladas en madera o modeladas en pasta de cartón y yeso, presentan acabados grotescos y exagerados, con cuernos prominentes, orejas puntiagudas, colmillos grandes y ojos saltones que buscan intimidar.

Los colores utilizados son simbólicos: rojo para el fuego y el pecado, y negro para la oscuridad. Los diablos portan un látigo o fuete, que utilizan para azotar el aire o el suelo, una demostración constante de su poder y dominio sobre el espacio. El vestuario del Gran Diablo es el más espectacular en tamaño y detalle, mientras que la indumentaria del Ángel contrasta en su sencillez y luminosidad. La preparación de estos disfraces y máscaras es un arte folklórico que se transmite estrictamente de generación en generación.

La música marca el tempo y la intensidad de esta batalla espiritual; la proveen principalmente la caja, el tambor repicador y, ocasionalmente, el pito o flauta de caña. El ritmo es invariablemente rápido, frenético y constante, incitando a los diablos a movimientos bruscos y enérgicos.

La coreografía de los diablos está repleta de saltos, giros repentinos y un zapateo fuerte y muy marcado, que simboliza el constante asedio de la tentación. El desarrollo de la danza inicia con la “corrida” o entrada a la plaza, donde los diablos, en medio del ruido y el caos, toman posesión del espacio público.

El Ángel San Miguel entra luego con un paso tranquilo y majestuoso, contrastando con el frenesí de los diablos. El momento cumbre de la danza es la lucha o enfrentamiento directo entre el Ángel y el Gran Diablo, un duelo de fuerza y fe. El Ángel recita versos que confrontan la maldad del Diablo, pidiéndole que cese su camino, mientras que el Diablo responde con versos de burla y resistencia.

Este intercambio verbal guía la Tumbazón, el momento dramático en el que, sin previo aviso, todos los diablos caen aparatosamente al suelo, reconociendo el poder de la divinidad y la derrota del Mal. Con esto, el Ángel les obliga a arrodillarse, marcando su derrota temporal. Este ciclo narrativo de tentación y redención se repite varias veces durante el día de Corpus Christi, con los participantes realizando la danza, a menudo, como parte de una promesa o penitencia personal. La danza es un factor de fuerte cohesión social y un espejo vivo de la identidad panameña, forjada entre la fe, la historia y la inquebrantable tradición.

En la actualidad es una fecha movible, se lleva a cabo el jueves de Corpus Christi en varias iglesias de La Chorrera, con la participación de la Danza del Gran Diablo, mientras que en la iglesia de Guadalupe se realiza el domingo de la siguiente semana. El domingo después del Corpus la iglesia San Francisco de Paula, celebra una misa campal en horas de la mañana y se cierra con una procesión seguida de los diablos limpios o de espejos.

Esta celebración es importante para la comunidad, pues la organización les permite desarrollar sentido de unidad y pertenencia. Esta fiesta se caracteriza por unir la devoción religiosa con las expresiones patrimoniales comprendidas en los distintos ámbitos y aprendidas de unas generaciones a otras, donde participan muchas familias y semilleros de niños que danzan desde muy pequeños. Se fortalece la danza, el género de drama teatral, las artesanías en sus indumentarias, el trabajo en equipo, la gastronomía local y el turismo cultural que se promueve alrededor de la zona.

 

 

Fuentes:

 

• Sicultura.gob.pa

• Midiario.com

 

 

 

 





































 






















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