viernes, 19 de mayo de 2023

Baile de Máscaras (Italia)

 


El Baile de Máscaras fue un formato que se popularizó durante el siglo XVIII para la celebración del carnaval, fiesta ancestral mucho más antigua y que revestía infinitas manifestaciones más. El origen del carnaval se remonta a la Edad Media y forma parte del calendario litúrgico cristiano, como antesala de la abstinencia cuaresmal.

Previamente a la Cuaresma corresponde exacerbar la alegría y el placer de los sentidos. Las formas tradicionales de celebrar el carnaval eran variadas según regiones, pero presentaban unos denominadores comunes. Se trataba de una de las fiestas más interestamentales, puesto que implicaba a todos los grupos sociales con la venia de la Iglesia. El período carnavalesco finalizaba el miércoles de Ceniza, pero podía iniciarse con una antelación variable, prolongándose durante tres meses incluso, para alcanzar su apoteosis en los tres días previos a su expiración. El carnaval era el único momento del año en el que existía la posibilidad de transgredir las leyes fundamentales de la sociedad con cierta impunidad.

Los muchos viajeros que llegaban a Venecia en la época de Carnaval –un período que en la república de las lagunas duraba varios meses– quedaban asombrados por el uso generalizado de las máscaras. A partir del Renacimiento se fue urbanizando la celebración del carnaval, caminando hacia la teatralización a través de los desfiles burlescos conocidos como máscaras, consumando el paso de fiesta a espectáculo. Por el contrario, el Baile de Máscaras fue un producto preferentemente elitista y cortesano que la Ilustración trató de difundir por la sociedad en el siglo XVIII, como alternativa menos disruptiva. Procedente de Italia, la costumbre comenzó a practicarse en Francia en el siglo XVIII con mayor asiduidad. Los grandes aristócratas franceses organizaban en sus palacios espléndidos bailes a los que asistían cientos de personas, a veces miles, todas con máscara y los más variopintos disfraces. En 1714, por ejemplo, el duque de Berry ofreció bailes a lo largo de tres meses, en los que “todo era majestuoso: la música, los refrescos, las confituras, el servicio.

Había más de 3.000 máscaras, entre ellas el duque y la duquesa, todos los príncipes, princesas y otros grandes señores de la corte y gran número de los principales habitantes de París. Duraban hasta el amanecer”. Otros bailes eran los que organizaban el duque de Borbón-Condé, el príncipe de Conti, la duquesa de Maine, el embajador de Sicilia y el de España... El embajador español era el duque de Osuna, y ofrecía bailes dos veces a la semana, en lo que gastó “sumas inmensas”. En París, los bailes de máscaras se sucedieron y alcanzaron su esplendor a partir de la regencia del duque de Orleans (1715-1723), fase en la que el clima de libertinaje vino a suceder a la última etapa del anciano Luis XIV, caracterizada por la austeridad y la moralidad. En algunos bailes el acceso era libre, de modo que las salas estaban abarrotadas. En otros se requería invitación o bien se cerraban las puertas cuando el recinto se llenaba. Como estos bailes particulares no colmaban la demanda de diversión de los parisinos, el duque de Orleans aprobó la creación de un baile público en 1716, el “Baile de la Ópera”, llamado así porque se celebraba en el teatro de la Ópera. El edificio se habilitaba elevando el parterre para ponerlo a la altura del escenario; así, la capacidad era muy superior a la de los palacios. Durante la temporada de Carnaval había baile de la Ópera tres días a la semana (lunes, miércoles y sábado) y la entrada costaba un escudo. La gente derrochaba inventiva para la elección de las máscaras y los disfraces con los que acudían a los bailes. Allí tenían libertad de presentarse con todo tipo de máscaras, los hombres con vestido de mujeres, las mujeres con vestido de hombres; con máscaras de todos los países, de todas las edades, de todas las clases, por muy extrañas y absurdas que sean. Todo estaba permitido, y cuando más rara era una máscara, más se la admiraba. Los más fomentados por la estética dieciochesca fueron los de la Commedia dell’Arte italiana: Polichinela, Arlequín, Pierrot, Pantalone… El anonimato permitía emprender aventuras amorosas no aprobadas socialmente, pero los desórdenes públicos eran prevenidos por el personal de seguridad pertrechado con bastones.
De hecho, tan sólo se permitía dicho anonimato dentro del recinto del baile, nunca en la vía pública. Los bailes empezaban a estar animados a medianoche y se prolongaban hasta la salida del sol o más allá. A falta de un disfraz extravagante se llevaba el dominó, un vestido talar con capucha que cumplía la función de ocultar la identidad. Las salas estaban profusamente iluminadas; la sala de la Ópera contaba con decenas de lámparas, además de candelas y farolillos en los bastidores y pasillos. En la misma sala la orquesta, de treinta músicos, se repartía a ambos extremos, después de tocar juntos una sinfonía para dar inicio al baile. Se bailaban las danzas de moda en la época: Minueto, Gavota, Contradanza, Rigodón, etc. Los géneros más populares, como el Bolero o el Fandango, quedaban implícitamente excluidos. Pero no sólo se bailaba, durante toda la noche hasta el amanecer, la gente se divertía. Unos bailaban, otros se quedaban sentados y charlaban, algunos tomaban un refresco, otros se ocupaban de mil maneras. De hecho, a menudo debía de resultar muy complicado dar un paso de baile en salas que estaban llenas a rebosar. Aun así, a la gente le gustaba el apelotonamiento. Entrado el siglo XVIII, el cronista Sébastien Mercier escribía: “Se considera que un baile es muy bueno cuando a uno lo aplastan; cuanto más tropel, más se felicita uno al día siguiente por haber asistido”. Las mujeres, según Mercier, no se mostraban incómodas, al contrario: “Cuando la muchedumbre es considerable, las mujeres se arrojan a las idas y venidas, y sus cuerpos delicados soportan muy bien que los compriman en todos sentidos en medio de la multitud, que ya permanece inmóvil, ya flota y rueda”. Los Bailes de Máscaras contaban con un servicio de vigilancia.
El duque de Berry, por ejemplo, en los bailes que organizaba tenía a sus guardias toda la noche con las armas en mano, tanto para desfilar como para impedir los desórdenes. En cambio, otros descuidaban este aspecto y entonces sucedían “cosas horribles”. Por temor a estos incidentes las mujeres acudían siempre acompañadas, aunque no necesariamente por sus maridos o prometidos. Gracias a la máscara cualquiera podía aventurarse en un baile sin temor a ser reconocido, en busca de las emociones que se asociaban con el Carnaval. Las diferencias sociales no importaban, aunque, según Mercier, los gestos y el modo de hablar delataban la clase social de cada uno, al menos entre las mujeres: “Las mujerzuelas, las duquesas y las burguesas se ocultan bajo el mismo dominó, pero se las distingue; se distingue mucho menos a los hombres; lo que prueba que las mujeres tienen en todo matices más finos y más caracterizados”. Los Bailes de Máscaras daban pie a toda clase de aventuras galantes. En cierta ocasión, un hombre que, queriendo fortuna en un baile, abordó a una máscara que no conocía ni por el vestido ni por el habla. Era su propia mujer, que había cambiado de disfraz y de voz e iba también en busca de una aventura. Sin reconocerse, ambos prosiguieron la intriga hasta que los dos tuvieron motivo para reprocharse mutuamente su infidelidad. En 1781 un incendio arrasó el teatro de la Ópera, lo que obligó a cambiar la sede del gran Baile de Máscaras de Carnaval. Al estallar la Revolución Francesa en 1789, las máscaras fueron prohibidas y se rompió la tradición de los bailes de Carnaval. Éstos volverían en 1799, pero, según algunos contemporáneos, ya sin el espíritu festivo de décadas anteriores: La gente no bailaba; se paseaban platónicamente al son de una música que no escuchaban demasiado. La Revolución había dejado en los espíritus un talante grave que dominaba los caracteres hasta en los momentos de recreo. También se perdió la mezcla social: sólo aparecían hombres y mujeres de la mejor sociedad.

 

 

Fuentes:

 

• Historia.nationalgeographic.com.es

• Grupo.us.es

 




















































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