Canto Bizantino (Grecia)
Podría definirse al Canto Bizantino como la expresión musical utilizada por la Iglesia Ortodoxa Griega en su liturgia y celebraciones. Su carácter exclusivamente vocal (la única excepción es el empleo ocasional de campanas y un instrumento de madera también percutible denominado ”toaca”) y monódico (en eso se aproxima al canto gregoriano de la Iglesia Occidental), son dos de sus rasgos más peculiares.
El tercero es el hecho de estar vinculado de un modo absolutamente esencial a la lengua griega, lengua litúrgica por antonomasia para el cristianismo, pues en ella se escribieron sus textos fundacionales. Así mismo, es de especial importancia la primera traducción del Antiguo Testamento a una lengua distinta del hebreo, denominándose Septuaginta o Biblia Griega (sobre la cual San Jerónimo realizó su versión latina de la biblia que fue denominada “Vulgata”). Finalmente, en lengua griega tuvo lugar durante los primeros siglos del cristianismo, un brillante florecimiento de la himnografía religiosa llevada a cabo por poetas músicos, entre los cuales cabe destacar a Romano el Melodista o Juan Damasceno. El realce de estos textos, por encima de cualquier razón estética, es el cometido primordial encomendado al Canto Bizantino, con la sola excepción, la composición puramente musical denominada Krátima. Una de las cuestiones más interesantes del Canto Bizantino es sin dudas el hecho de que hunde sus raíces, y de forma ininterrumpida a pesar de las inevitables modificaciones producidas por el paso de los siglos, en la antigüedad. Efectivamente, aunque su período fundacional haya de establecerse a partir de los siglos II o III de nuestra era, el caso es que, debido a un fenómeno de sincretismo, advertible también en muchos otros aspectos, tales como el pensamiento teológico, la liturgia o el arte, en él se puede rastrear, además de la existencia de abundantes vestigios paleocristianos, también la pervivencia de material procedente de la Grecia Antigua.
Como es lógico suponer, las primeras expresiones musicales cristianas debieron estar profundamente influidas por los cánticos propios del culto judío. Sin embargo, con el tiempo y su incontenible expansión en el área cultural helénica, hubo de producirse el fenómeno del sincretismo mediante el cual se introdujeron en el repertorio bizantino, elementos propios de las expresiones musicales paganas, tanto de origen mistérico como del culto oficial y, así mismo, música profana. Señal de ello lo constituye la evidencia de que tanto la teoría musical como el complejo sistema de notación adoptado por el Canto Bizantino tuvo su primer gran período de expansión entre los siglos V al XI. Siguiendo el modelo de hímnica griega, apareció una pléyade de poetas músicos, que sentaron las bases en torno a las cuales, de manera constante, se asentó el desarrollo posterior. A este último se atribuyó el establecimiento de los ocho modos o tipos melódicos que caracterizan al Canto Bizantino hasta nuestros días; el denominado “octoeco” bizantino y sus correspondientes modos “plagal”. Entre el siglo XII y la caída de Constantinopla, tuvo lugar una evolución peculiar, de un estilo de gran sobriedad y fundamentalmente silábico (a cada sílaba del texto musicado corresponde una nota melódica), se pasó paulatinamente a otro denominado kalofónico, (de bello sonido) en el que predomina un gran barroquismo en la elaboración, ya que en este caso a una sílaba del texto escrito pueden llegar a corresponder hasta una frase musical completa. El máximo representante de esta tendencia fue Juan Koukuzelis. Existen dos formas de interpretar el Canto Bizantino: la individual, por medio de un psaltis o cantor, y la colectiva a través de un coro tradicionalmente masculino. En la mayoría de los casos, tanto el psaltis como el coro son acompañados por uno de los elementos más llamativos de este estilo para un oyente habituado a la música occidental y que le prestan un carácter que podríamos calificar de “místico y sobrecogedor”, los isócrates, quienes tienen como función emitir un bordón vocal que marca el tono predominante de la composición ejecutada.
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