La Danza de los Goleros de Sabanalarga cumple 100 años batiendo alas y sacudiendo cualquier asomo de amenaza para esta manifestación campesina del Carnaval de Barranquilla. Su semillero sigue creciendo, impulsado también por otras dos danzas: los Diablos Arlequines y las Farotas.
La mosca zumbando le avisa al rey de los gallinazos que le espera un banquete.
El burro cojo cae enfermo y su carne empieza a oler a podredumbre. Alrededor
del animal se agolpan estas aves de rapiña formando un muro de pescuezos grises
y sombras negruzcas. Entonces inicia el festín, una danza que existe en el
mundo animal, pero también en la cultura sabanalarguera: la Danza
de los Goleros. “Vuelo de rama en rama sosteniendo mi poder. Con gran
orgullo voy de Francia a Roma porque como de todo el mundo y de mí no hay quien
coma”, declamó en medio de la faena uno de sus integrantes, mientras los demás
aleteaban formando círculos en derredor de su futura presa, el burrito
moribundo. La Danza de los Goleros o Danza de los Gallinazos, es una de
las más fieles representaciones de la tradición oral y la sabiduría popular de
este municipio de Sabanalarga. Su origen se remonta a 1919 y es considerada una
danza de relación -de esas que recitan versos una y otra vez- y una auténtica
manifestación del Carnaval de Barranquilla. Los versos fueron escritos por el
poeta Bonifacio Salazar y el flautero Carlos Orozco, apodado Prejuicio.
Es una herencia de los ancestros. Fue creada en 1919 por Pablo Palmera en el
sector noroccidental de Sabanalarga, hoy avenida Ribón.
Él se vistió de golero
y, con otros amigos, recorrió las calles de Sabanalarga, municipio ubicado en
el centro del departamento del Atlántico. Iban pidiendo plata por las cuadras
del pueblo y, tal vez sin saberlo, crearon un disfraz colectivo que con el
tiempo se transformó en una danza de relación. Su legado perduró hasta los años
50. La danza tuvo un receso hasta que fue rescatada por Apolinar Polo. Cuando la
danza por diferentes motivos dejó de salir, Apolinar Polo se propuso
rescatarla. Para ello, se le ocurrió bajar hacia las zonas de monte del pueblo
para esperar que la corona de goleros bajara y así detallar el ritual de la
carroña. Se escondía en los matorrales para ver quién llegaba primero, quién
picaba primero, cuándo llegaba el rey, cómo hacía el alguacil, la laura.
Aprendido con minuciosidad el acto de devorar animales muertos, sus tiempos, Apolinar
Polo se fue la Zoológico de Barranquilla y, cámara en mano, fotografió
a cada uno de los miembros de la especie para preparar con filigrana los
personajes y vestidos de la faena. Los goleros tienen el rey, que es el
primero, el segundo es el alguacil y el tercero es la laura. Son tres aves
distintas que pertenecen al mismo género. También hay pichones, los más
pequeños. Apolinar Polo hizo los vestidos y les cosió las alas a los
lados, les puso cuellos y picos de papel maché y los lanzó al ruedo con los
relatos que, años atrás, Pablo Palmera había hecho cantar a
sus amigos disfrazados. Además, agregó el burro, el perro y el cazador, e hizo
una danza de teatro.
Él vio todos esos detalles de los animales en lo que llamó
la nueva era de los Goleros, en 1979. En ese mismo año empezó a actuar en el Carnaval
de Barranquilla”. Cuando Apolinar falleció, la bandera de la
danza —uno de sus más grandes tesoros— la heredó Gastón, quien haciendo
fecundo el trabajo de su padre creó la Fundación Cultural Danzas Tradicionales,
Diablos Arlequines de Sabanalarga, buscando preservar ese legado que
cumple cien años. La inspiración de la danza es el comportamiento necrófago del
golero, una especie esencial para el equilibrio del ecosistema por liberarlo de
restos orgánicos en descomposición. Cuando el golero viene volando no se tira
directo a la presa, se lanza lejos y va acercándose poco a poco. Se dice que el
golero es desconfiado porque va mirando a un lado y a otro, piensa que lo van a
atacar. Los personajes son el burro, el rey, la laura, el alguacil, los goleros
negros, los pichones, el cazador y su perro llamado Sarampión. Los danzantes
imitan a estos pájaros de ojos saltones, profundos y decididos que suelen
divisar a los lejos la sangre que les seduce y así bajando su vuelo se posan en
un círculo, este acto se traduce en el baile que al ritmo de la gaita con el
mismo sol ardiente caribeño, el aire denso y fresco de brisas y con los mismos
corazones alegres.
En la historia teatral este acto está acompañado de una
historia que incluye un cazador que decide descansar en medio de una caminata
por caminos rurales, un noble burro gris, que abandonado y silencioso se
entrega al sopor de la agonía y un perro. Su amo, el cazador decidió
abandonarlo por su paso lento y perezoso, más adelante al tomar una siesta
debajo de un árbol, en un sueño ve que las aves de rapiña acechan la carne del
animal. Arrepentido, se despierta para defenderlo junto con su otro fiel
compañero de camino, el perro. La música al son de marcha, continúa guiando a
los goleros que bailan en círculo y con paciencia, picotean y empujan a su
futuro banquete. El primero en acercarse es el rey. Luego del rey, se acerca la
hembra denominada laura, el pichón interpretado por un niño de no más de 3 años
que se roba las miradas con su pequeño disfraz y el alguacil. Finalmente, el
cazador se despierta y descubre semejante festín. Con los goleros a punto de
comerse al burro, el perro sale al ataque. “¡Corre Sarampión, cógete a esos
negros golosos!”, brama el cazador antes de lanzar un tiro al aire para
dispersar las acechantes aves que levantan una nube de polvo al emprender el
vuelo bailando. Vuelve a sonar la puya, música que hace un siglo acompaña a
jóvenes que encuentran en la danza y la cultura la fiereza para afrontar las
vicisitudes de la vida.
Fuentes:
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