Hablar de máscaras, es hablar de un elemento ancestral que se remonta casi a los orígenes del ser humano y que está presente en todas las culturas del mundo. El primer uso era durante los ritos fúnebres, donde se podían emplear de dos maneras; la primera de ellas cuando quien dirigiera el culto mortuorio la usase para cumplir un rol de importancia, para así adquirir un poder superior y poder guiar al fallecido hacia el otro mundo.
La segunda
función le es otorgada al difunto; la máscara era amarrada a su rostro con el
fin de identificar su rol dentro de la tribu y como culto hacia algún dios. Los
chamanes y caciques hacían uso especial de las máscaras como parte de sus
ritos, éstas les otorgaban la fuerza generadora de la naturaleza ya que quien
la portara se consideraba cambiado en el personaje que encarna. En el
territorio de Costa Rica, eran usadas por los indígenas nativos desde tiempos
prehispánicos, estas eran de materiales como madera, oro y jade entre otros.
Con la llegada de españoles y esclavos africanos al continente americano, se
dieron sincretismos de todo tipo, dando como resultado las actuales
manifestaciones culturales. El origen de la Mascarada tradicional
costarricense se remonta al Cartago del siglo XIX cuando Rafael “Lito” Valerín
elaboró las primeras máscaras basadas en unas cabezas de máscaras españolas
que, según el mito, encontró en la Basílica de los Ángeles de Cartago. Aquí
surgieron personajes que se convirtieron en infaltables dentro de la Mascarada
costarricense, como el diablo, la muerte o calavera, y los desaparecidos “macho
ratón” y “el viejo de la vejiga”, además de otros como animales o figuras
grotescas que dejaban ver la influencia africana presente en esta
manifestación. Un día, en el templo católico, Don Lito encontró un baúl, en
donde había unas máscaras de cabezas de origen español. Por temor a ser visto,
cerró dicho objeto. Sin embargo, en una esquina del lugar en la que se
encontraba, vio otra de esas cabezas e interpretó esto como un mensaje de la
Virgen. Con esa cabeza hizo un cuerpo con un armazón de madera y “así
confeccionó una “Giganta”. Lito
Valerín nació en 1824, un año importante para el desarrollo de la Mascarada,
pues también se abolió la esclavitud y se declaró oficialmente a las Virgen de
los Ángeles como patrona de Costa Rica.
Antes de esto existían algunas
manifestaciones que se consideran antecesoras a la Mascarada tradicional
costarricense, como las “Mojigangas” (fiestas de disfraces),
la procesión de los promesantes, y el baile de los disfraces, en donde los
participantes se disfrazaban con distintos elementos que se describen como
ropas de harapos y rostros pintados entre otros que eran usados para llamar la
atención. Pronto la Mascarada llegó a diferentes partes del país, como a las
fiestas de fin de año en San José donde fueron parte de la celebración desde la
década de 1870. Para inicios del siglo XX Pedro Freer y la Compañía
de los Hermanos Freer ofrecían el espectáculo de carruseles, títeres y
diferentes opciones de entretenimiento que llevaban a los festejos patronales
de muchos pueblos del país, incluyendo dentro de ellos la Mascarada que pronto se
volvió de lo más esperado en estas actividades. Su labor además fue muy
importante pues sus máscaras sirvieron de influencia para los dos mascareros
que actualmente han definido las “escuelas” o estilos de Mascaradas en el Valle
Central, como son Pedro Arias de Escazú y Carlos Salas de Barva. Pedro
Arias inició su actividad mascarera en 1931 junto a Santiago
Bustamante quien tiempo después se retiró dejándolo solo con la
tradición. Sus máscaras se caracterizaron por ser de estilo “gigante” y
“mediano” con armazones de varillas, además de pequeñas caretas. Su estilo
característico de elaboración se volvió tradicional en la zona de Escazú,
Alajuelita, y Aserrí principalmente, sin embargo, su Mascarada fue sumamente
popular y reconocida en todo el país. En estos lugares hoy en día muchos
mascareros dan continuidad a su estilo, elaborando máscaras con sus mismas características
y personajes. Algo muy similar ocurrió en Barva de Heredia, donde Carlos
Salas Cabezas realizó sus primeras máscaras en 1934.
Carlos propuso una
Mascarada
que se podría considerar de un estilo similar al español, donde se ve solo una
pareja de gigantes, que representan a personas de poder económico, por lo que
en son de burla presentan rasgos exagerados, la giganta con exceso de
maquillaje, grandes aretes y un llamativo peinado, y un gigante con un singular
bigote, bien sonriente y con corbata. El resto de la Mascarada está compuesta
por pequeñas máscaras de casco o cabezudo entre las que sobresale el diablo y
personajes como animales, duendes, brujas y personas de la comunidad. Hoy en
día muchos mascareros de la zona elaboran sus máscaras bajo esta influencia,
aunque cada uno con sus singularidades. La Mascarada es parte de celebraciones
en todo el país, su elaboración se ha expandido a cantones como Santa Cruz de
Guanacaste, San Rafael y Santo Domingo en Heredia, y San Antonio de
Desamparados entre otros. Las nuevas generaciones se integran cada vez más a
ser parte de esta tradición que tanto deleita a los ticos y que por fortuna,
parece lejana a desaparecer. La Mascarada tradicional costarricense
se fabrica con papel sobre un molde hecho con barro. Recientemente materiales
como fibra de vidrio y resinas son utilizados también por muchos mascareros. Diferentes
tipos de figuras según su confección conforman los estilos de Mascaradas
costarricenses. Los tipos de máscaras que se pueden encontrar dentro de una Mascarada
costarricense son: Caretas; Cascos; Cabezudos; Medianos (con armazón); Gigantes
(con armazón); Aparatos (toros, enanos, “la yegüita”).
Continuando el sentido
de burla heredado de los aborígenes, las primeras Mascaradas buscaban
representar a figuras de autoridad en un plano humillante y pintoresco; la
mujer española encopetada y acaudalada, el diablo (también llamado Cuijén o
Pisuicas), la muerte (Ñata, Ñatica o Calaca), el policía y el campesino. Los
locales encontraban divertido ver a estas figuras de poder corriendo y bailando
por las calles, con sus cabezas enormes y vestidos de mantas. Esas cinco
figuras destacan como los “Mantudos” más tradicionales, pero poco a poco se
fueron creando otras máscaras que representaban tanto a personajes destacados
del pueblo (el obispo, el borracho, la cocinera), como a leyendas o tradiciones
costarricenses: la Segua, el Cadejo, el Padre sin Cabeza, la Llorona, la
Tulevieja, la Mica, entre otros. En la actualidad, algunos mascareros realizan
sus obras inspiradas en personas reconocidas a nivel nacional o internacional
(deportistas, presidentes, periodistas, etc.) y en personajes de la cultura
popular; músicos, dibujos animados, personajes de series o películas, por
nombrar unos ejemplos. Sin embargo, muchos artesanos no están de acuerdo con
esto, ya que dicen que las figuras populares carecen del sentido de tradición y
pertenencia autóctona del tico. Desde 1996, se estableció el 31 de octubre,
como el “Día Nacional de la Mascarada Tradicional Costarricense”, con el
objetivo primordial de promover el conocimiento de las diferentes
manifestaciones culturales existentes en el país, como un aporte dirigido a
recuperar y consolidar la identidad cultural del ser costarricense.
Fuentes:
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