A orillas del lago Michigan, en el Estado de Illinois, Chicago es la tercera ciudad más importante de Estados Unidos. Como otros grandes centros urbanos, su historia fue construida en gran parte por la inmigración.
En este
caso interna. Al hablar de Blues de Chicago, la asociación
inmediata hace suponer que se trata de músicos nacidos en el topónimo que los
aglutina. No es así: los bluseros, al igual que gran parte de la comunidad
negra del sur profundo norteamericano, comenzaron en los años treinta una migración
masiva a los grandes focos urbanos motivada por la Depresión y el racismo.
Chicago, ya desde principios de siglo XX, era un importante foco industrial y
comercial, y recibió esa oleada que, como suele pasar con todos los
inmigrantes, la inmigración proveniente del sur del país no solo aportó mano de
obra. Con ellos llegaba una cultura ligada a tradiciones religiosas, musicales,
lingüísticas o laborales muy distintas a las de la ciudad. Estos sentires
culturales se sintetizaban en un ritmo musical rechazado incluso en sus
tierras: el Blues. En medio de los años cuarenta, y concluida la Segunda
Guerra mundial, floreció una serie de clubes que albergaron a los recién
llegados, la mayoría proveniente del Delta del Mississippi. Sin limitarse
meramente a Chicago, esos clubes, a los que se sumaron algunos teatros,
constituyeron el Chitlin’ Circuit, nombre derivado de la palabra chitterlings,
una comida a base de intestinos de cerdo que la comunidad afroamericana sureña
solía consumir a modo de entrada. Nacido en las plantaciones de algodón.
Derivado de los cantos religiosos y algunos modos de sus antepasados africanos,
el Blues
era la música rural de los negros hijos o nietos de los últimos esclavos en los
estados del sur estadounidense. Así como en nuestro país los etnógrafos,
folkloristas y musicólogos, viajaban a las plantaciones de Tucumán, Salta,
Santiago del Estero o Formosa a buscar rasgos culturales orales y ligados a los
pueblos originarios; en Estados Unidos lo hacían en los estados del sur.
Llegaban con grabadores y buscaban músicos que expresaran esa música rural y
folklórica. Al llegar a las grandes ciudades, los migrantes buscaban juntarse
entre sí y mantener sus costumbres. Pero había un problema. Los bares y las
tabernas eran más ruidosas. La ciudad entera era más ruidosa. Sus viejas
guitarras acústicas no se escuchaban entre el bullicio de los parroquianos. La
solución fue empezar a amplificar el sonido. La guitarra dejó de ser acústica y
comenzó a enchufarse. Eso sí, mantuvieron el ritmo y con él, el sentido de la
música. Solo que ahora se había endurecido para hacerse escuchar entre los
ruidos de la ciudad. En 1948, Phill y Leonard Chess, dos
inmigrantes polacos, escucharon por primera vez a McKinley Morganfield, más
conocido como Muddy Waters. Es probable que Muddy Waters no haya sido
el primer blusero en enchufar una guitarra. Pero sí fue el primero en tener
éxito con el Blues Eléctrico. Muddy, que había nacido en 1913,
tenía 35 años cuando grabó “Rollin’ Stone” con Phill
y Leonard
Chess, los creadores de la discográfica Chess Records. El sello
fue la gran meca del Blues a partir de finales de los 40.
Muddy
Waters fue su primera estrella. Después de él llegaron Howlin’
Wolf, Bo Diddley, Little Walter, John Lee Hooker, Willie
Dixon, Sonny Boy Williamson, Chuck Berry, Koko Taylor, Buddy
Guy, Etta James, entre muchos otros y muchas otras. La mayoría de
los grandes músicos de Blues hicieron sus primeras
grabaciones con Chess o, al menos, dejaron algún registro en sus estudios. A finales
de la década del 40 y ya siendo famoso en la escena del Blues en Memphis llegó a
Chess: Chester Burnett más conocido como Howlin Wolf.
Con su metro
noventa y ocho y una voz áspera similar a un rugido, fue algo así como el rival
complementario de Muddy Waters, quién se había acostumbrado a ser la gran
estrella de Chess Récords. Rivales o no, cada uno con su estilo proyectaron el
blues más allá de Chicago y pusieron a bailar a los negros de las grandes
ciudades de EEUU. De Chicago para el mundo, el Blues fue la música popular
de la década del 50 hasta la aparición del Rock and Roll. La mayoría de los
músicos del nuevo género eran blancos: Elvis Presley, Bill Halley o Carl
Perkins. Phill Chess antes que un amante del blues era un gran
comerciante y entendió que necesitaba una nueva estrella para mantener las
ventas. El hombre que mantuvo a la discográfica entre las mejores de la época fue
Chuck Berry. Pero eso ya era Rock and Roll. El Blues
de Chicago tuvo dos etapas de copiosa producción, en las que se
sentaron las bases del sonido no sólo del género, sino también del incipiente Rock
& Roll. En la primera, la cabeza visible fue Muddy Waters. La segunda
etapa comenzó a mediados de los años 60 y tuvo como protagonista principal al
guitarrista y cantante Buddy Guy, y fue en ese período
cuando se afianzaron las relaciones carnales entre el Blues y el Rock
de la mano de los británicos Alexis Korner, Graham Bond, John
Mayall, Eric Clapton, Jeff Beck, Peter Green, Jimmy
Page, Long John Baldry, Tony McPhee, Alvin Lee, y también de
los nativos Paul Butterfield, Mike Bloomfield, Roy
Buchanan, Elvin Bishop, Charlie Musselwhite, etc. El Blues,
a diferencia del Rock and Roll¸ era música de negros.
La población blanca, al
menos a nivel masivo, se inclinaba por otros géneros. Todavía no habían
explotado las revueltas por los derechos civiles de la población negra. La
segunda explosión del Blues y el ingreso del público
blanco coincidieron con las luchas de la década del 60, pero no tuvo que ver
con eso. Tuvieron que llegar unos muchachos blancos de pelo largo desde
Inglaterra para que EEUU volviera a mirar a los viejos bluseros. Cuando Mick
Jagger, Keith Richards, Brian Jones y Charlie Watts tuvieron
que buscar un nombre para su banda lo tomaron de aquella primera grabación de Muddy
Waters: “Rollin’ Stone”. Cuando los ya famosos Rolling Stones viajaron
por primera vez a EEUU fueron a conocer los estudios de Chess Records. La única
presentación televisiva de Howlin’ Wolf se dio porque los Stones
pidieron que él fuera parte del programa donde ellos tenían que presentarse.
Mezcla de racismo e imperialismo tardío, tuvieron que llegar unos blancos
británicos para que la población también blanca de EEUU prestara atención a su
propia música popular. Howlin’ Wolf tenía más de sesenta
años cuando se metió en un estudio en Londres a grabar con Eric Clapton, Steve
Winwood, Charlie Watts y Bill Wyman. Un año más tarde haría
lo mismo Muddy Waters a los sesenta y dos años. Las bandas de Rock
y Blues
británicas alcanzaron la fama tocando las canciones de los bluseros de Chicago.
Blancos enriqueciéndose con la cultura negra.
Fuentes:
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