¿Cómo fue el 2 de abril, contado por el hombre que hizo rendir a los ingleses?
El 2 de abril de 1982 otro entrerriano era uno de los primeros argentinos en poner pie sobre Malvinas para recuperarlas; Jacinto Eliseo Batista, Comando Anfibio de la Infantería de Marina. Jacinto perdió a sus padres a los 11 años y enfrentó la vida trabajando. Tanto dolor y sacrificio templó su carácter. Su especialización como Comando Anfibio lo endureció aún más. Sus respuestas son rápidas y cortantes, siempre con gesto adusto y serio. Tras su retiro de la Armada en 2002, luego de 35 años de servicio en los que alcanzó la máxima jerarquía de su carrera siendo designado Encargado de la Infantería de Marina, hecho que destaca orgullosamente, Jacinto lleva impecablemente sus 60 años y su estado físico no dista en lo más mínimo al de la ya histórica fotografía de Wollmann. Si hoy se reiterara la toma, Jacinto luce igual, aunque, es una apreciación personal, en vez de llevar apuntados a los marines ingleses, lo haría con periodistas, camarógrafos, fotógrafos y otras yerbas que lo acosan permanentemente por entrevistas. De muy bajo perfil, no es afecto a las adulaciones personales, a pesar de todo lo que él representa, y rehúye a los actos, donde, a no dudarlo, sería la figura principal, aunque él justifica el hecho aduciendo que “para los 2 de abril nunca está en Colón”. Pero Jacinto Eliseo Batista es parte insoslayable en la historia argentina, su imagen es el símbolo de la recuperación de la integridad nacional, y para nuestro orgullo, entrerriano.
No todos los integrantes de la Agrupación de Comandos Anfibios que rindieron a los británicos sienten probablemente del mismo modo que este entrerriano de Colón, que asegura que no tendría interés en regresar a Malvinas como invitado o como turista. Aunque cabe creerle cuando afirma que “si el Estado me manda recuperarlas otra vez, allí estaría”. Es que, como todo soldado de elite, Batista está hecho de una madera especial. Los comandos anfibios son al mismo tiempo buzos, paracaidistas, comandos y expertos en reconocimiento en agua y tierra. Aprenden a caminar dormidos, a exigirse, a soportarlo todo. Soldados formados para la guerra, son el reverso de tantos chicos que no eligieron Malvinas como destino, ni vivir una guerra ni morir en ella.
Quizá por eso Batista nunca tuvo miedo. Ni en el arranque, cuando embarcaron en Puerto Belgrano en la fragata “Santísima Trinidad”, con rumbo desconocido, aunque ya todos sospechaban que iban a Malvinas a ejecutar una operación real. “En abril de 1982 estaba en Mar del Plata en la Agrupación de Comandos Anfibios y me fui de pase y vacaciones a Puerto Belgrano, pero a los dos o tres días me sale el pase de nuevo a Mar del Plata y eso me llamó poderosamente la atención. Ya en Mar del Plata fuimos a embarcar en Puerto Belgrano en el ARA Santísima Trinidad, y ahí estaba Pedro Giachino que era Segundo Comandante del Batallón 2 y además Comando Anfibio y se incorporó a la Agrupación. Tenía la íntima convicción de que íbamos a algo grande por el entrenamiento riguroso que habíamos tenido en zonas de mucho frío. En alta mar, para evitar filtraciones de información, nos dieron las directivas, nos entregaron las fotocartas, que no eran muy buenas, para hacer la planificación del desembarco. Desembarcamos poco después de las 21:00 en Playa Verde. Sólo teníamos un visor nocturno y lo llevaba yo, que iba 200 metros adelante. Yo era el bote guía y de la línea de playa. Los objetivos eran el cuartel de los Royal Marines y la casa del Gobernador. Teníamos la orden de no matar. Nos separamos en dos grupos, el mío fue al cuartel, pero no había nadie pues los ingleses estaban cubriendo otros objetivos. Allí izamos por primera vez en 149 años la bandera argentina en Malvinas. El grupo de Giachino encontró una resistencia importante y oíamos disparos en forma permanente.
Nos acercamos con el Santísima Trinidad y bajamos los botes de goma. No recuerdo bien la cantidad de personal, pero entre Comandos, Buzos Tácticos y demás eran más o menos 84 personas. En una entrevista a un medio norteamericano está la cantidad exacta de los que desembarcamos, pero ha pasado tanto tiempo que no recuerdo con certeza. Lo que sí estoy seguro es que ellos eran más de los que desembarcamos pues nos encontramos con el relevo de los Royal Marines que tenían que haberse ido y se quedaron porque ya sabían que Argentina tomaría las islas, más la Defensa Civil que son los marinos que se quedan a vivir en Malvinas tras el servicio y son muchos. Conforman su familia y se quedan en las islas.
Los botes de goma tienen un motor silencioso, aparte habíamos practicado bien, cada uno llevaba su traje de buzo seco en donde no entra el agua y todo el armamento perfectamente aislado del agua para ser usado sin problemas en cualquier momento. Supongamos que ellos empezaban a tirar, una posibilidad que podía llegar a suceder, uno le da toda potencia al motor del bote y cada uno se larga por su banda y luego va por al agua hasta la playa y allí el combate es normal para todo Infante de Marina.
García Quiroga siguió en la Armada pero le perdí el rastro y Urbina se retiró tras la guerra pero lo veo bastante seguido porque trabaja en el Polo Petroquímico en el sur, siempre como enfermero”.
Batista no recuerda en qué momento, en ese día frenético, el fotógrafo Rafael Wollman lo captó en la icónica fotografía. Sabe, sí, que esa imagen es un retrato implacable del orgullo herido del viejo león imperial. “El 14 de junio andarían buscándome con la foto en la mano para sacarme con los brazos arriba”, supone, sonriente.
“Los británicos no eran mejores que nosotros. Tuvieron, sí, más medios y apoyos. De los norteamericanos y los chilenos. Pero si la Argentina hubiese tenido la firme convicción de pelear...”, dice Batista, y deja la frase por la mitad, como interrogante.
Y vuelve a que Malvinas fue una etapa, “obligación y premio” en su carrera, en la que alcanzó la máxima jerarquía y el mayor cargo al que podía aspirar, encargado de componente de la Infantería de Marina.
Para Batista empieza la “etapa personal” junto a su familia, que hace seis años, después de acompañarlo siempre en distintos destinos, echó anclas en Colón, ciudad natal de él y de su esposa, Elsa Marina Matei. También lo esperan allí sus tres hijas, Andrea, Nadia y Bárbara.
De la vida militar va a extrañar dos silencios únicos. El que sigue a lanzarse en paracaídas, idéntico, asegura, al del “escape” del submarino, porque las máquinas se alejan tan rápido que sólo queda el hombre, la inmensidad, y ese silencio. De Malvinas, tendrá por siempre una convicción, que expresa, de verdad, sin nostalgias: “Son argentinas y alguna vez volverán a nuestro dominio”.
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