En la investigación del maestro Alberto Rodríguez figuran tonadas y danzas folclóricas netamente mendocinas, que se remontan a principios del siglo XIX y están vinculadas directamente con la campaña del Ejército de los Andes, bajo el mando del general San Martín.
Este estuvo muy unido a la cultura popular cuyana en los tres años que permaneció
en Mendoza, y allí nació El Gauchito, danza épica que todavía
hoy se conserva. Según Alberto Rodríguez, precursor de la
investigación musical de la tradición cuyana, gran parte del folklore de
Mendoza y de la región de Cuyo se halla íntimamente vinculada a las campañas
del Ejército de los Andes. Su labor de rastreo se remonta hacia el año 1920, y
la realizó aproximadamente hasta el año 1936. Recopiló alrededor de mil
melodías entre danzas y canciones. Muchas de ellas están consignadas en su
libro “Cancionero Cuyano”, publicado en 1938 y prologado por el
musicólogo Carlos Vega. Del “Manual del Folklore Cuyano”, podemos
transcribir lo siguiente: “Desde los primeros días de 1817 (nos dice Damián
Hudson) el campamento “El Plumerillo” se había hecho más que antes un
punto de paseo bastante distinguido de la sociedad mendocina. Damas y
caballeros concurran en carruajes, comúnmente a la caída de las hermosas tardes
del estío, en lucidas cabalgatas, siendo galantemente recibidos y obsequiados
por los jefes y oficiales de su amistad". Allí, dice Comado Céspedes, se
conocieron y contrajeron enlace algunos destacados oficiales con damas
patricias: Juan Lavalle con doña Dolores Correa, Manuel Olazábal con Laureana
Ferrari, el capitán Perdriel, con Cesárea Correa, entre
otros. La primera banda del Ejército de los Andes nació gracias al patriotismo
de un mendocino: don Rafael Vargas. Era rico y
descendiente de una familia acaudala. En su hacienda, contaba con una famosa
banda de música, integrada por doce negros libertos de sus antiguos dominios.
Estos habían sido elegidos entre muchos por sus aptitudes musicales. El
terrateniente los envió a Buenos Aires para que se formaran como músicos.
Cuando adquirieron la preparación necesaria, regresaron a Mendoza, uniformados
y con instrumentos nuevos. Desde entonces, la banda de los negros se hizo
indispensable en las fiestas sociales y celebraciones religiosas. Don Rafael
hizo vestir a sus músicos con las mejores galas y con ellos tomó la Calle de la
Cañada que llevaba directamente al campamento. A la comitiva se unieron
chiquillos y paisanos impresionados por la notoriedad de los uniformes y el
sonido de los nuevos instrumentos. La alegre caravana se presentó al. coronel Gregorio
de las Heras, amigo personal de Vargas. Aquel creyó que su amigo quería
hacer lucir a sus músicos, cuando más hacer alguna ejecución en su honor, pero
luego de interpretar una marcha militar, ante la sorpresa de propios y
extraños, dijo: “Coronel, aquí tiene usted la banda de su regimiento”. En “El
Plumerillo”, al son de las guitarras y de los acordes de la banda de los negros
se bailaron las danzas más antiguas de Cuyo: Sereno y Gauchito,
y luego para celebrar el triunfo en la Batalla de Chacabuco en Chile, los
oficiales del ejército libertador, dice la tradición oral, bailaron un Gauchito,
que por su importancia en el marco histórico, merece un párrafo aparte. Según
afirma Rodríguez en el “Cancionero Cuyano”, el Gauchito
es una danza muy antigua.
Se impregnó de patria tomando el aliento épico y
guerrero de las gloriosas jornadas de la libertad, cuando el general don José
de San Martín movilizó a todas las fuerzas vivas aprovechables, para la
organización y preparación de las huestes libertadoras en el histórico
campamento. Alude a esta danza el general Espejo, en sus memorias de las campañas
del Ejército Libertador. Los cronistas de la época la han citado y la conserva
la tradición. Don Julio O. Fernández en su novela histórica titulada “Gloria
Cuyana”, nos dice que fue un gauchito lo que cantó “Cotorrita”, el
asistente negro del teniente Montalvo, cuando en la taberna del filósofo
(aquel humilde emigrado chileno, cuyas aptitudes no pasaron desapercibidas para
el general San Martín quien lo sorprendió con la designación de jefe de la Secretaría
de Guerra del Ejército Libertador) debió eludir un incidente con “Cañifla”,
confidente del padre Aldao, entonces capellán del ejército. En el Gauchito
aludido, “Cotorrita” cantó: “Yo soy el dulce lucero / que ilumina las praderas /
las montañas, las laderas / de este suelo mendocino.! / Yo soy el viejo
guerrero / siempre dispuesto a luchar / y por la patria ¡a pelear! / “¡Soy el
gauchito argentino!". En otro Gauchito de corte eminentemente patriótico
que recuerda la tradición popular mendocina, y del cual se conocen diferentes
versiones, el propio autor resulta protagonista de una aventura amorosa por la
que abandona el puesto de centinela, siendo castigado y el gauchito soldado se
lamenta de su mala suerte, quejándose así en sus estrofas:
“Estando de
centinela / me vienen a relevar / veinticinco granaderos / un cabo y un
oficial! / Estando de centinela / me acordé tus amores / y salí desesperado /
al campo por unas flores! / Un sargento granadero / me tiene aquí arrestado /
ser gaucho dicen es fiero / ser gaucho y enamorado”. A través de estas letras y
de muchas otras se advierte el sentimiento noble y nacionalista del gaucho,
amante de la libertad, pero también su falta de adaptación a la vida
disciplinada de cuartel, sobre todo el doloroso trance le estar enamorado: “Ser
gaucho ser buen soldado / ser gaucho pucha que es fiero / ser gaucho y
disciplinado / si hay amor ¡pucha que es fiero!". Doña Felipa
de Barros, hija del general J.M. Gallardo, guerrero de la
independencia que falleció en 1864, decía a sus hijos cuando conversaban de
danzas antiguas: “La he visto bailar entre otras danzas nacionales en la casa
del coronel Morón”. según ella, en algunas de sus figuras, tenía mudanzas
parecidas al Minué Federal, aunque se bailaba con pañuelos y en algunas de
sus secuencias era lentamente zapateado. La región de Cuyo tiene un pasado que
registra la historia escrita. La veracidad de estos hechos descansa en la
autenticidad de los documentos que los certifican. Sin documentos escritos
pareciera que no hay historia, pero Cuyo tiene otra historia que no está
registrada en textos bibliográficos. Está grabada en el alma misma del pueblo;
pues desaparecen con él, si no hay quien se ocupe de investigar, recoger y
conservar todo lo que a ella se refiere. Esta es la otra historia del Ejército
de los Andes.
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