La Zemba o Charanda es una danza religiosa afroargentina que actualmente sólo se practica en la capilla de San Baltazar de la ciudad de Empedrado (Provincia de Corrientes), solamente en el día del santo, el 6 de enero.
Antaño también se tocó en otras partes de la Argentina,
como en la zona que se corresponde con el actual área metropolitana de Buenos
Aires, Corrientes capital y Barranqueras. La Zemba no se debe
confundir con la Zamba, otro ritmo folklórico de la Argentina, ni con el Candombe
en ninguna de sus variedades (argentino, uruguayo y brasileño). El culto a san
Baltazar se vincula a la población negra africana esclavizada desde la colonia,
pues la Iglesia Católica lo impuso a los negros para educarlos en la fe católica,
creando en Buenos Aires la Cofradía de San Baltazar y Ánimas (1772-1856) A
diferencia del de la cofradía, hoy el culto a san Baltazar se practica en
capillas y altares familiares, entre criollos y afrodescendientes. Este cambio
a nivel etnológico es más aparente que real, pues su eje vital continúa siendo
la negritud. Lejos de haber servido el culto como una herramienta de dominación
y desculturización, los negros supieron insertar valores propios, como venerar
al santo con músicas propias, muchas de las cuales aún se mantienen. La danza
religiosa de la Charanda o Zemba (su nombre antiguo) en la
capilla de este santo en Empedrado es una de ellas. Hasta donde se sabe, el de
Empedrado es el único ejemplar conocido y es de una antigüedad considerable. Por
lo menos hasta los años 80 el bombo se ejecutaba sobre el suelo, pero el
principal charandero de entonces, Rufino Wenceslao Pérez, inventó una
tarima para poder tocarlo más cómodamente, habida cuenta de la cantidad de
niños que pasaban en derredor y la polvareda que levantaban. La danza se
realiza con parejas mixtas enlazadas independientes.
Los miembros de cada
pareja (damo y dama) se colocan uno al lado del otro tomados entre sí de la
cintura y van describiendo formas circulares avanzando cuatro pasos, para luego
volver de igual forma sobre lo andado. Además de las grabaciones documentales
de la práctica espontánea de esta danza religiosa, desde fines de los 70 la Charanda
(nombre moderno que se ha impuesto sobre el nombre Zemba) ha permeado como canción
secular al folklore correntino y, fundamentalmente, al chaqueño. En esta línea,
algunas de las Charandas más conocidas son “Charanda negra” y “Charanda
de la libertad”, ambas de Zitto Segovia. En Empedrado capital
del departamento homónimo, sita a 56 km al sur de Corrientes, sobre la margen
izquierda del río Paraná se encuentra una capilla de San Baltazar donde cada 6
de enero se realiza su fiesta, evento que congrega a una gran cantidad de
personas, muchas provenientes de otras localidades de Corrientes y del Chaco.
La capilla está en un terreno de aproximadamente un cuarto de manzana y posee
una cancha de baile de forma circular que ocupa la mayor parte del mismo. En su
centro se yergue un poste de unos 6 metros de alto en cuyo extremo flamean dos
banderas, una roja con una cruz amarilla distintiva del culto y otra, más
alta, la bandera argentina. A este poste convergen once líneas de banderines de
variados colores provenientes de once postes menores colocados en torno a la
circunferencia y que, de hecho, son los que configuran dicha forma.
También se
colocan entre esos postes y las calles adyacentes más líneas de banderines, por
lo que el resultado visual es de un intenso colorido. El conjunto musical de la
Charanda
está integrado por una o dos guitarras, un triángulo y un bombo ambipercusivo (no
debe confundírselo con el bombo criollo o legüero habitual en las danzas
folclóricas del centro y norte de la Argentina), los que invariable e
ininterrumpidamente acompañan al canto con una única célula rítmica binaria. Se
ubica a un costado de la cancha de baile, frente a la capilla. El bombo mide
1,13 metros de largo, está realizado en una sola pieza de tronco ahuecado de
forma tronco-cónica abarrilada y sus dos bocas se hallan cubiertas con parches
de perro o chivo, sin pelo. Cada parche está sujeto al cuerpo por un aro de
metal y corre entre ellos una soga en zigzag a fin de lograr la tensión
necesaria. Para su ejecución se le coloca sobre una tarima de madera de unos 80
centímetros de alto y dos hombres se sientan a horcajadas sobre él, percutiendo
un parche cada uno. En su parte media posee un oído por el que se puede
apreciar el grosor del cuerpo, 3 centímetros. Su peso es considerable, por lo
que se necesitan dos o tres personas para transportarlo. Su ejecución está
circunscrita a la Charanda y los actores coinciden en que su sonido “es la voz
del santo”. La búsqueda bibliográfica de este modelo de tambores en el África
negra ha sido infructuosa. Como puede leerse en numerosos documentos
históricos, los tambores percutidos con las manos siempre estuvieron presentes
en los cultos afroamericanos, por lo que, si bien es difícil estipular de qué
etnia africana procede éste, puede afirmarse que tanto por su empleo en este
culto como por los discursos de los actores entrevistados, se halla vinculado
al continente de referencia.
Por otra parte, la inexistencia de tambores
percutidos con las manos tanto en el ámbito aborigen como en el criollo
argentino, avalan su ascendencia negra. El triángulo utiliza la misma célula
rítmica que el bombo, de manera invariable. Está realizado en forma casera, es
de hierro forjado con uno de sus lados abiertos y mide unos 25 centímetros de
alto. Para su ejecución se le sostiene mediante una pequeña correa y se percute
en su lado interno inferior con una varilla también de hierro. Eventualmente
los actores lo denominan con la onomatopeya tilín-tilín. Si bien es un
instrumento ampliamente difundido, en las performances musicales de los cultos
afroamericanos es muy frecuente que junto a tambores se ejecuten idiófonos de
metal como el agogô o el adjá en los cultos Xangó y Candomblé del Brasil. Al
igual que ellos, este triángulo se guarda junto a los otros objetos de culto en
la capilla del santo. Por ello, su indisoluble asociación al bombo en este
culto permite tomarlo como un indicio de africanidad. La guitarra es un instrumento
muy extendido y representativo en nuestra música criolla, se halla en casi
todas las manifestaciones devocionales de este culto. En la Charanda
intervienen una o dos guitarras y su función consiste en realizar un
acompañamiento rítmico reforzador del ritmo del bombo y el triángulo. La
capilla propiamente dicha es una pequeña construcción de material
(aproximadamente 15 m2) y alberga un altar con dos San Baltazar: uno,
sensiblemente mayor, dentro de un nicho en la parte superior, y otro debajo.
Está profusamente adornada de cintas, papeles rojos y amarillos, flores de
plástico y adornos navideños. Complementan el altar varios candelabros donde los
promeseros encienden velas preferentemente rojas y amarillas y una alcancía
para las limosnas. En la capilla se guardan todos los objetos consagrados al
santo. Los actores que participan en este evento son los siguientes: • La dueña
del santo. Adela Buenaventura Pérez. Nació en Empedrado y heredó los
santos y los instrumentos musicales de la segunda esposa de su padre. Es la
encargada de mantener abierta la capilla todo el año. • La cuidadora del santo.
Antonia
Selva Guillén, se encarga de todo lo necesario para la realización de
la fiesta: adornar la capilla, pedir los permisos municipales correspondientes,
solicitar a la policía para que corte el tránsito durante la procesión,
conseguir donativos de comida, luces, fuegos artificiales, banderines y contabilizar
las limosnas. • La Reina. Como es tradición en las fiestas de San Baltazar, el
baile debe estar presidido por una pareja de reyes, que encarnan la figura del
santo. En esta capilla sólo quedó vigente el cargo de Reina. • Los charanderos.
Son los ejecutantes musicales de la Charanda. La principal figura fue Rufino
Wenceslao Pérez, fallecido en 1994. Los otros charanderos pueden variar
de año en año. • El/la rezador/a, que puede variar. • Los proclamadores. Son
dos personas que, por entre las filas de la procesión y alternadamente, alientan
a la gente con diversos “vivas”, como “¡Viva el Santo Rey!”, “¡Vivan los
promeseros!”, “¡Vivan los Reyes Católicos!”, etc. a lo que todos contestan “¡Viva!”.
También tiran cohetes al acercarse a las bocacalles. • Los promeseros. Son los
devotos que cada año concurren a la fiesta por diversas promesas o pedidos que
elevar, portando en banderola cintas rojas y amarillas, en distinción de su
status. • El público. Comprende a todos aquellos que oportunamente se acercan a
la fiesta. Sea por curiosidad, turismo, comercio o con ánimo de divertirse
bailando, complementan el conjunto de personas que participan en ella. En la
actualidad, la celebración comienza el 5 y termina en la madrugada del 7 de
enero. El 5 comienza a congregarse gente, se acondicionan los instrumentos, se
ensaya la Charanda y se adorna la capilla y la cancha. Dadas las altas
temperaturas de enero las actividades se circunscriben a la mañana o luego de
la caída del sol. Por la tarde se reza el Rosario. El 6 continúan las mismas
actividades. Cerca de las 7 de la tarde tiene lugar la procesión por las calles
del pueblo “para que el santo vea”, precedida por banderas rojas y una de
Argentina, se irrumpen “vivas” y se lanzan cohetes en las bocacalles.
Oportunamente se reza el Rosario, por lo que las dos actividades anteriores
quedan suspendidas. Cada 50 o 100 metros las cuatro personas que llevan en
andas al santo y los que portan las banderas deben cambiar, pudiendo participar
quien desee. Al volver a la capilla los músicos ejecutan la primera Charanda.
Al entrar al terreno da una vuelta en derredor de la cancha en sentido inverso
a las agujas del reloj hasta donde se hallan los charanderos, momento en que
éstos tocan con más intensidad y aceleran el tempo y es ahora cuando comienza
la fiesta. Habíamos dicho que la música es el elemento que, por antonomasia,
caracteriza a este culto. Todos los informantes coinciden en que al santo le
agrada el baile y la música y, por tanto, se le debe honrar de ese modo. La
fiesta, pues, está saturada de sonido y movimiento: la mayor parte del tiempo a
cargo del DJ que emite ininterrumpidamente cumbias y chamamés, aunque a
períodos irregulares y a pedido de los músicos o del público, da lugar a la Charanda.
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