Cuando se piensa en el circo, enseguida vienen a la mente las imágenes de payasos, trapecistas y domadores de fieras. También de acróbatas, funambulistas, contorsionistas, magos y dominadores de otras artes circenses.
De una gran carpa, de muchos carromatos y de una numerosa troupe de artistas
itinerantes que conviven con animales salvajes. De una luminosa pista, un
animador y una orquesta que anuncia cada número y proporciona el ambiente
sonoro adecuado en los momentos más brillantes, con redobles de tambores que
mantienen la tensión y erizan los cabellos en los más peligrosos o delicados.
En el circo sólo puede haber risas y fantasía, admiración y aplausos, infantes
felices y adultos que se vuelven niños, aunque detrás se oculten esfuerzos,
sudores, lágrimas, miserias humanas. El circo se inventó para soñar. En cierta
medida, la música para circo ha de ser similar a una banda sonora. La forma y
función de la pieza musical se debe adaptar a la propia evolución del espectáculo,
y no al revés, salvo aquellos que tengan un contenido estético muy concreto y
se desarrollen específicamente para un tema musical, pero esto es una
excepción. Evidentemente no requiere la
misma música una función en la cuerda floja o trapecio, con sus momentos de
tensión, que la actuación de los payasos, o el comienzo y fin de la
representación. Este punto, como es normal, ha seguido una evolución a lo largo
de los años. No es lo mismo la música que se realizaba en los pequeños circos
de principios del siglo pasado, que iban deambulando de pueblo en pueblo, que
la música de un gran espectáculo actual, como el Cirque du Soleil, donde
este género ha alcanzado su máximo esplendor. A groso modo, la música ha
derivado de unos orígenes humildes, donde la orquestación era casi inexistente.
Aunque los circos existen desde la época de los antiguos romanos, la música
circense comenzó como una actuación de un violinista o un flautista. La música
podía ser de un intérprete con un violinista, un flautista, o bien lo que
tuvieran a mano para acompañar, sin grandes pretensiones. La época dorada llegó
a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, sobre todo en los EEUU. El
primer director e intérprete de circo moderno fue Philip Astley (1742-1814),
un veterano de la Guerra de los Siete Años y un hábil ecuestre. Con sus
habilidades de equitación y la adición de malabaristas, acróbatas y payasos, Astley
abrió el primer circo de París en 1782. El primer compositor conocido de música
circense fue Charles Dibdin (1745-1814).
Fue socio de Astley y también fue
quien financió el teatro utilizado para el circo real. El tipo más común de
música es la marcha circense. Se caracteriza por un tempo rápido, generalmente
alrededor de 200 latidos por minuto, y melodías que contienen características
llamativas como saltos, carreras y fanfarrias. Es difícil para los
"windjammers" (músicos de circo) tocar debido a su ritmo rápido. Las
marchas sirvieron para muchos propósitos durante el transcurso de un circo. A
menudo se usaban para grandes entradas y salidas, oberturas y finales, actos
con animales salvajes u otros actos de tipo temerario. Los circos comenzaron a
acompañarse de grandes bandas, principalmente de instrumentos de viento metal,
trombones, saxofones, etc. Esto fue en progresión hasta que en la segunda mitad del siglo XX se
alcanzó el máximo esplendor de las bandas circenses, sumando clarinetes,
flautas y demás. Hasta este momento se empleaban básicamente instrumentos de
orquesta acústicos. El predomino del viento otorga una particular majestuosidad
a esta música. A partir de los años 80 del siglo pasado, fue cuando se ve que
estas orquestas se fueron modernizando y empezaron a incluir instrumentos
sintetizados, guitarras eléctricas, etc., hasta alcanzar lo que se puede ver
hoy en día en cualquier gran espectáculo. Sin duda, en muchos espectáculos
circenses los niños son los protagonistas y, como es lógico, la música ha de
ser adecuada para ellos. En este caso, predomina una melodía alegre y pegadiza
frente a una mayor complejidad armónica, como es normal. La estructura de la
pieza ha de ser sencilla. Los peques de la casa van al circo a disfrutar de un
espectáculo, no a escuchar la música de sus grupos favoritos. Es decir, el
objetivo es divertir. Este tipo de música suele ser algo repetitiva, con
estrofas simples, para que todas aquellas personas que acudan al espectáculo
puedan aprenderlas casi de inmediato. Es habitual que estos temas formen parte
de la representación, es decir, que la canción sea la protagonista. Títulos
como “Hola Don Pepito” dejan claro de lo que se habla.
En muchos
casos, y más si se trata de payasos, se suele recurrir a entremezclar sonidos o
ruidos característicos para reforzar el espectáculo, y remarcar así un momento
cómico o interactuar y sorprender a los pequeños espectadores. De nuevo se
encuentran recursos similares a los empleados en música para publicidad o
bandas sonoras para películas. Una música que, como se puede ver, es sencilla,
pegadiza y que hace sentir alegres a los oyentes. Algo que, en contra de lo que
se puede pensar, no siempre es sencillo de realizar. La canción de circo por
excelencia es “La Entrada de los Gladiadores” (Vjezd gladiátorů), de Julius
Fučík, interpretada en los circos cuando los payasos entran en escena,
aunque su autor difícilmente esté particularmente contento por este hecho. La
obra, en sus orígenes, era una marcha militar. El caso es que 13 años después
de su composición llegó un compositor canadiense, Louis Philippe Laurendeau,
quien le hizo unos arreglitos. Realizó una adaptación del tema para una banda
pequeña y la renombró como “Thunder and Blazes”. Esta adaptación
se hizo muy popular y el resto es historia. Igor Stravinsky compuso “Circus
Polka”, “para un joven elefante”, inicialmente para piano y más tarde orquestada.
En España y los países latinoamericanos existen unos grandísimos ejemplos de
música de circo para niños, en los payasos de la tele, con los que muchos han
crecido. Como ya se dijo, no serán grandes temas musicalmente hablando, pero
han trascendido generaciones, y por algo será. Temas como “El auto de papá” o “La
gallina turuleca”, permanecen en la memoria de algunos niños algo
creciditos ya y siguen siendo escuchados y versionados hoy en día. Como ejemplo
de música más actual se puede recurrir al clásico “Alegría”, del Cirque
du Soleil.
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