Es muy poco lo que se conoce hoy acerca de esta danza. Quizás el Pajarillo sea un resabio de alguna otra, que tuvo en su tiempo gran repercusión y que a nosotros nos ha llegado algo así como el último tramo de su existencia. Tal como la Calandria, el Pajarillo parece una danza local, por lo menos mientras no aparezca documentación suficiente en sentido contrario.
Ágil y alegre, el Pajarillo pertenece al grupo de las danzas
“picarescas”. Se ha mencionado una danza de nombre casi idéntico como usual en
tierras peruanas de donde nos vinieron las picarescas progenitoras. Es bailada
con castañetas, con movimientos de manos simulando el aleteo del pajarillo.
Paul Marcoy, que anduvo por el continente como una docena de años,
publicó luego sus observaciones. Allí cuenta que al pasar por Lauramarca
(Perú), asistió a una tertulia familiar en la cual, viajeros y criollos,
bailaron largamente el Vals, pero al parecerles el Vals
demasiado monótono abordaron las danzas del país. Escribe Marcoy: “desde el Maicito
hasta la Moza Mala; desde la Zamacueca hasta el Pajarillo,
todo el repertorio local fue pasado en revista”. La desinencia de diminutivos
es indeterminable. Sin ir más lejos, Ricardo Palma en una de sus
tradiciones cuenta que: “un grupo de pallas bailaba el Maicillo”, mientras que
Macoy oyó y escribió Maicito. En 1849 en Perú se bailaba
el Pajarito
y algunos piensan que de allí viene el origen de nuestro Pajarillo, con el cambio
de nombre provocado por la migración y su adaptación a un nuevo destino. Sin
embargo, no podemos afirmar que el Pajarillo argentino es el Pajarito
peruano. Hacen falta menciones concretas que llenen en parte las mil leguas y
los cien años que separan las dos apariciones. Otra versión define al Pajarillo
como una variante del Gato, por lo parecida que es la
melodía de la copla y del zapateo cantado que caracteriza a ambas danzas.
Nadie, que se sepa, ha recogido la música del Pajarillo, salvo el
musicólogo Carlos Vega, que tuvo la oportunidad de conocerlo en uno de sus
viajes de estudio a la provincia de San Luis.
El Pajarillo apareció allá por 1852, en el departamento de El Rincón, en
la cuesta o accidental de las sierras cordobesas, en la provincia de San Luis,
siendo el testimonio de un viejo poblador de la zona llamado Gregorio
Romo, la única referencia que se tiene acerca de esta danza, totalmente
desconocida en el resto del país. Romo, el gran cantor de la Calandria
recordó tocar el Pajarillo centenares de veces para que lo bailaran cientos de
personas con su correspondiente coreografía. Oyó esta danza por primera vez
hacia 1860. En 1918, el testimonio de Romo permitió que Carlos
Vega pasara el Pajarillo a pentagrama, impidiendo así que este material
desapareciera de nuestra memoria para siempre. Según su descripción, la melodía
tiene dos partes, la segunda para los zapateos, algo que no es muy común. El
texto es una variante de una antigua copla tradicional. La coreografía era la
frecuente en los temas más difundidos del género picaresco. Se trata de una danza
de galanteo, de pareja suelta e independiente, de carácter picaresco y de
movimientos vivos. Representa el galanteo del varón a su dama, a la que intenta
llamar su atención, lo que consigue al final en el giro y la coronación,
símbolo de la aceptación de la dama a tantos coqueteos del varón. Los danzantes
se colocan uno frente al otro a unos dos metros. Terminados los rasgueos que
sirven de introducción, los bailarines parten vivamente cada cual a la esquina
de su derecha, en cuanto el guitarrero hace oír los dos primeros versos, con la
repetición de estos dos, los danzantes ganan la segunda esquina, y así, con los
versos finales repetidos, llegan a la cuarta esquina. Sin interrupción el
cantor tararea la segunda parte, y aquí la bailarina zapatea mientras hace
contoneos circulares en el lugar. Vuelve el cantor a entonar dos versos y los
danzantes se lanzan de nuevo en círculos hasta la posición contraria, nuevos
zapateos, nuevos contoneos, y termina la danza. Se bailaba con ropa simple de
campaña, y aunque era ágil y desenvuelta, no se ejecutaba con brusquedad. La
expresión de los bailarines, las sonoras castañetas, los zapateos vigorosos y
el movimiento intencionado de las faldas, dan a la danza la belleza y la
animación característica de estos bailecitos picarescos.
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