El suceso de “Bohemian Rhapsody” renovó el impulso de las Biopics de Rock, al punto que estamos en medio de una avalancha de biografías rockeras, tanto en la variedad de ficción basadas en personas reales (“The dirt”, sobre Mötley Crüe, de Netflix; “England is mine”, sobre Morrisey, disponible en Amazon Prime Video; “Blaze”, sobre el músico Country Blaze Fowley, etc.), así como imaginarias (“Nace una estrella”, “Vox Lux”, “Her Smell”).
Aunque es
indudable la voluntad de capitalizar una tendencia, también es cierto que la
biografía del Rock excede este éxito contingente y lleva ya cinco décadas de
historia sostenidas por el interés del público. La película acerca del Rock
&
Roll existe desde la década del 50 y fue, en parte, responsable de la
invención de la noción moderna del teenager. Aunque Bill Halley y luego Elvis
Presley
o los Beatles se convirtieron en estrellas de cine en los años 50 y
60, jamás una ficción los había tenido como objeto hasta los 70. “The
Buddy Holly Story”, de 1978, protagonizada por Gary Busey y ganadora de
un Oscar a la mejor banda sonora, acaso sea la primera Biopic sobre una figura
del Rock.
La película narra el ascenso del adolescente Holly hacia la fama
nacional y concluye con su último concierto, la noche previa al accidente de
avión que truncó su vida. Poco después, John Carpenter dirigió el telefilm “Elvis”,
en 1979, un relato honesto sobre la vida del Rey, que no soslaya los aspectos
oscuros, con una muy buena interpretación protagónica de Kurt Russell. Estas
primeras películas diagraman una de las estructuras más tradicionales de la Biopic
de Rock: son cuentos morales realistas que caracterizan el ascenso al
éxito como una veloz cuenta regresiva hacia la muerte. El mismo mapa narrativo,
aunque ya más alejado del realismo, es seguido, entre muchas otras, por la
excelente “Sid and Nancy”, de 1986, dirigida por Alex Cox, que utiliza el
romance entre el bajista de los Sex Pistols y la groupie
norteamericana para representar el desasosiego de una generación de jóvenes
británicos. “Control” (2007), es la historia de Ian Curtis, líder de Joy
Division, registrada en un desolado blanco y negro que remite tanto a
las fotografías que hicieron famoso a su realizador como al sentimiento
dominante en los desindustrializados suburbios de Manchester. Narrativamente, las
Biopics suelen quedar atrapadas en la fórmula definida por la trayectoria que
va del rápido o postergado ascenso a la inevitable caída y luego a la
reivindicación o la muerte, al punto de que por más singulares que hayan sido
los eventos de las vidas de las estrellas, en sus biografías más convencionales
todas parecen más o menos la misma.
Por lo general, las Biopics más logradas no
son las que intentan condensar una vida en dos horas apoyadas en la
autenticidad de la representación, sino aquellas que no tienen problema en
desoír los hechos comprobados para construir mejor la idea acerca del
personaje. Las mejores Biopics
de Rock utilizan las herramientas de la imaginación visual para captar la
estructura del sentimiento que hizo posible la obra y el triunfo del
protagonista. “24 Hour Party People” (2002), cuenta la historia del manager,
productor y presentador televisivo Tony Wilson. En una de las primeras
escenas, Tony (Steve Coogan) encuentra a su mujer teniendo sexo en un
baño con Howard Devoto (Martin Hancock), líder de Magazine. Sin perder la
compostura, le pide las llaves del auto y sale. Acto seguido, un empleado de
limpieza, interpretado por el verdadero Howard Devoto, mira a la cámara y
dice "definitivamente no recuerdo que esto haya sucedido". La voz en
off de Wilson explica: "En esto estoy de acuerdo con John Ford:
si debo que elegir entre la verdad y la leyenda, me quedo con la leyenda".
Una de las Biopics más desconocidas y polémicas es “Superstar, the Karen Carpenter
Story” (1987), que cuenta algunas escenas de la vida y la muerte por
anorexia a los 32 años de la cantante de los Carpenters. Lo que hace
que esta película se diferencie de otros docugramas lacrimógenos, es que está
representada íntegramente por muñecas Barbies. “Velvet Goldmine” (1998),
titulada como una cara B de David Bowie, es un acercamiento al
mundo de este músico, pero sin usar su nombre, ni nada específico que remita a
su persona, ni ninguna de sus canciones. Estas limitaciones construyen la mayor
virtud del film: es una fantasía, un conjunto de citas y referencias culturales
acerca de Bowie que caracterizan y definen a este músico mejor que
cualquier documental.
Exactamente el mismo tratamiento recibió Bob
Dylan en “I'm Not There” (2007), en el que seis actores diferentes,
incluidos uno negro (Marcus Carl Franklin) y una mujer (Cate Blanchett),
interpretan a Dylan en distintos momentos de su vida. Nuevamente, es biografía
y ensayo, más alusión que imitación, más clima de época que referencia
histórica precisa. Estas películas hacen de la estética bastarda del Rock
no solo un contenido, sino también una forma. No hay mejor vehículo para
representarlo fielmente que traicionarlo de este modo. “The Doors” (1991), deja
mucho que desear y es para ver sin ningún tipo de exigencia cinematográfica.
Oliver Stone estaba poco interesado en profundizar realmente en la historia de
la banda y en su carismático líder Jim Morrison, sino en mostrar una
serie de mitos, leyendas, rumores y clichés sobre ellos, sobre la cultura
hippie de los 60 y sobre los Rock Stars, sobre la poesía del Rock
y sobre las drogas. “Pink Floyd – The Wall” (1982), con
guion escrito por Roger Waters e inspirado en el álbum conceptual “The
Wall”, de su banda Pink Floyd, se centra en un
solitario Rock Star llamado Pink, quien comienza a perder la cordura y
construye un muro para aislarse del mundo exterior. Además de ayudar a
posicionar al disco “The Wall” como uno de los más
importantes de la historia del Rock, la película marcó a toda una
generación que se vio impactada y seducida por esa sugerente música que traía
asociados misteriosos y oscuros conceptos.
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