En Caldas (Colombia), cada dos años el diablo es rey. En la madrugada del viernes se escuchan los gritos de “¡Juju Carnaval!” y “¡Salve, salve placer de la vida… salve, salve sin par carnaval!”, por todos los rincones de Riosucio (Caldas).
Este municipio, para el primer fin de semana de cada año impar,
festeja y se divierte alrededor de una representación de un diablo o ‘Divino
Putas’ como también lo llaman. Esta fiesta tiene sus raíces en las épocas de la
colonia, por allá en el año de 1847, cuando se unieron los pueblos Real Minas
de Quiebralomo, que estaba formado por dueños de minas y mineros, y la
población de La Montaña, que estaba habitada por indígenas cristianizados. Las
dos poblaciones sostuvieron por años enfrentamientos entre sus moradores para
luchar por las tierras donde actualmente está Riosucio. Esta ciudad tiene dos
parques o plazas, como si se tratara de dos pueblos en uno solo. En la parte
alta de esos terrenos, los pobladores de Quiebralomo, construyeron un templo
consagrado a San Sebastián y una cuadra más abajo los de La Montaña, una
consagrada a la virgen La Candelaria. Ambos pueblos quedaron juntos pero para
no estar revueltos, edificaron una tapia y, que tras muchas peleas e insultos,
desapareció en 1846, cuando gracias a creencias y castigos religiosos,
empezaron a celebrar en paz la fiesta de Reyes Magos. Actualmente, San
Sebastián es el parque principal donde se ubica al diablo, mientras que la
Candelaria, es un parque alterno donde se hacen tablados y donde está ubicado
el edificio de la Junta Organizadora de la fiesta. Historiadores e integrantes
del comité organizador del Carnaval, relatan que la festividad nació en las
celebraciones de Reyes Magos, gracias a que estas eran una tradición de los
habitantes quebrolomeños desde el siglo XVI. En los festejos se mezclaban la
cultura española con la africana, con el aporte de culturas ancestrales de los
indígenas de la Montaña, que hacían culto a la tierra, simbolizados con guarapo
y su recipiente (calabazo), además del culto al sol, evocado en faroles y los
rasgos felinos del jaguar.
De la mezcla de danzas y cantos africanos con coreografías europeas
surgieron entonces las “diversiones matachinescas”, que consistía en que los
esclavos traídos de África, que trabajaban en las minas de Quiebralomos, cuando
tenían un tiempo libre, se divertían con máscaras de diablos, que hacían con
vejigas de toro, que ponían a secar y que se amarraban al rostro. Luego salían
a perseguir a la gente para pegarles con látigos y fustes. De estas
celebraciones salió la inspiración del diablo del Carnaval de Riosucio, que
en 1915 se convirtió en esfinge o representación, por lo que se denomina que es
un diablo mestizo. No se trata de un diablo religioso ni de una fiesta anticristiana.
El Carnaval no toca a religiosidad. El Diablo es un espíritu inspirador de
muchas cosas, como preparar los oídos para la música y los cuerpos para a
danza, es quien inspira a los poetas y escritores para fabricar los versos y
canciones. Es un espíritu bueno de la tradición y custodio simbólico de la
fiesta. El Carnaval de Riosucio se celebra cada dos años durante seis
días. Comienza el primer viernes del año hasta el miércoles siguiente. En las
tardes, las cuadrillas infantiles, se encargan de darle preámbulo a la fiesta.
Las cuadrillas son las expresiones máximas del Carnaval. Se trata de grupos de
personas que se disfrazan para representar un tema en especial. En ellas, cada
integrante, muestra su amor y su entrega por esta fiesta. El día cumbre de la
celebración es el sábado, cuando a las 19:00 horas se descubre la
representación del diablo de más de cuatro metros de alto. Este empieza a
saludar a los 27000 habitantes del pueblo, que durante el Carnaval puede
duplicar su población debido a los turistas. Desde ese momento, hasta la
medianoche, el diablo recorre, entre la multitud, las calles de la ciudad hasta
llegar al Parque San Sebastián, exactamente al atrio del templo de este santo.
Allí queda vigilante que nada malo pase, hasta el miércoles, cuando a la
medianoche lo llevan a un sitio donde quedará guardado para siempre, como
símbolo de que el diablo nunca muere, mientras que al parque principal llevan
una réplica más pequeña, cargada de pólvora, la cual queman para decirle adiós
a la tradicional fiesta. Entonces, los riosuceños entran en una temporada de
725 días en los que esperan ansiosamente que su majestad el Diablo reaparezca.
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