En Xemein, antigua anteiglesia, actualmente anexionada con la villa de
Markina, se conserva una danza de espadas enlazadas que desde hace varios
siglos se ha venido desarrollando sin interrupción. Aunque suponemos que su
práctica es anterior, es en las cuentas municipales de 1714 cuando encontramos
un pago a la persona que guía la danza en la procesión de San Miguel.
Posteriormente abundan datos, por gastos en la atención a los dantzaris que,
salvo pequeñas lagunas durante algunos años, certifican su continuidad hasta el
día de hoy. Esta danza pertenece, por su estructura general, al ámbito
geográfico que se extiende hasta la península ibérica e incluso otras partes de
Europa. La Danza de las Espadas, que entró en el folklore europeo como
concepción cerrada, floreció en el período comprendido entre los siglos XIV y
XVII. Hay una laguna considerable en sus tradiciones, en el lapso que va desde
entonces hasta sus orígenes en la antigua Roma. Esto se debe principalmente
que, tratándose de una sociedad agraria e iletrada, es poco probable encontrar
referencias escritas de épocas tan remotas. En el siglo XIX la Danza
de las Espadas disminuyó tanto su importancia que desde 1850 sólo se ha
conservado como reliquia en algunas pocas ciudades. Cada año, los martes de
carnaval, un grupo de jóvenes solteros, miembros en su mayoría de un gremio en
particular, se juntaban en un espacio abierto para ejecutar la Danza
de las Espadas. Entre ellos se contaban dos guías y un bufo. En algunas
ocasiones llevaban el rostro tiznado y generalmente vestían de blanco, con
campanillas cosidas en los trajes y llevando espadas en las manos. Los
instrumentos musicales más utilizados eran el pífano y el tambor. La danza se
abría con una ceremonia de homenaje, se realizaban distintas figuras y luego lo
que se denomina “Danza de Batalla”. La conclusión consistía en la rose, que
vale recordar que no tomaba su nombre de la flor sino de la “rosa” de los
viejos laúdes, del vocablo medio alemán raz, que significa ”trenza”. Los
bailarines ”trenzaban” sus espadas en una figura de apretada red que se
colocaba en el suelo, danzando alrededor de ella para llevar al guía de la
danza como una especie de héroe conquistador.
En Xemein la danza se realiza se realiza el 29 de septiembre junto a la
ermita de San Miguel de Arretxinaga, en la plaza, frente al antiguo
ayuntamiento. Desde tiempo inmemorial destaca la originalidad del interior de
la ermita, donde se encuentran tres moles de piedra, que de manera singular, se
sostienen entre sí, creando en el hueco una especie de capilla donde se coloca
al santo. Si origen es muy antiguo y se cree que pudo existir cierto culto
anterior al cristianismo. El 29 de septiembre, día de San Miguel. En Xemein, se
realiza esta particular danza, en el barrio de Arretxinaga, razón por la cual
también es conocida como “Danza de San Miguel de Arretxinaga”.
En la Xemeingo Dantza, los dantzaris llevan en su indumentaria, como
parte más importante, unos escapularios con la imagen del Arcángel Miguel y el
escudo de la provincia de Viscaya. El grupo de dantzaris se coloca en dos filas
con las espadas entrelazadas. Al frente, tomando por las puntas las espadas de
los primeros, se sitúa el Maisu Zaharra (director de la coreografía), y otros
cuatro danzantes con espadas cortas y pañuelos, en los costados del grupo. Su
número no es fijo, siendo lo más habitual son doce más el director. Sobre el
traje blanco tradicional, el Maisu Zaharra viste un chaleco, destacándose del
resto. Los dantzaris de espadas pequeñas no utilizan escapularios. Durante la
danza realizan puentes con sus espadas, bajo las cuales pasan las autoridades o
los propios dantzaris. Su coreografía sigue la forma de las danzas de espadas
tradicionales a la que se añade la realización de la “rosa” con las espadas
entrecruzadas sobre la que se alza al capitán. Llama la atención la lucha que
se entabla entre dos miembros del grupo, que se ha interpretado como la lucha
del bien contra el mal, o la lucha que el Arcángel Miguel protagonizó contra Lucifer,
el ángel rebelde, cuando fue arrojado al infierno. Al final, el Misu Zaharra es
alzado sobre la parrilla formadas por las espadas de los danzantes en una clara
señal de victoria, aunque en la actualidad, esta interpretación es cuestionada.
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