Esta movida danza criolla se bailó en todas las provincias argentinas,
posiblemente desde antes de 1820, y perduró en la mayoría de ellas hasta los
primeros años del Siglo XX. Actualmente se la baila al “natural” en algunas
regiones del norte, centro y oeste. Es sumamente vivaz y picaresco. La versión
norteña consta de cuatro compases menos y tiene un aire muy especial que le da
el clima de la zona en que se desarrolla. En la actualidad, junto a la Zamba y
la Chacarera, es de los preferidos de los criollos norteños. En el Siglo XIX se
lo denominó de diversas maneras, por ejemplo Cielito o Bailecito,
por lo de “bailecitos de la tierra”, como se designaban a todos los ritmos
campesinos. También tuvo otros rótulos derivados de una antigua copla, como Perdiz,
Gato
Mis-Mis y finalmente Gato. La clasificación de esta danza
es de pareja suelta e independiente, es decir que no se toman ni se necesitan
de otras parejas para realizar las figuras. Apareció en la campaña bonaerense a
principios del Siglo XIX y se extendió por toda la zona pampeana hacia el
norte, internándose en el sur de Santa Fe, San Luis, Entre Ríos y Córdoba. En
esta provincia adquirió una forma musical muy propia plena de simpatía y
optimismo. En su marcha ascendente se internó en la zona de Cuyo, donde cambió
su carácter musical. En su marcha constante, las carretas lo llevaron hasta el
Gran Tucumán, como se denominaba a las provincias norteñas, y allí se afincó
para siempre. El Gato se bailó en varios países como Perú, Paraguay, Uruguay,
Chile y hasta México. Es costumbre en las guitarreadas bailar Zamba y luego el
Gato, pero en ese orden.
La popularidad del Gato alcanzó a la distinguida sociedad provinciana, que lo incluyó en su núcleo de aristocráticas danzas, alternándose con el elegante Minué. Según una tradición, Juan Manuel de Rosas punteó un Gato en una fiesta en Los Cerrillos. Inclusive se lo bailó en los velorios, antigua costumbre criolla que asombraba a los extranjeros de paso por nuestro país. La enorme repercusión del Gato hizo que desde 1837 lo acogiera el circo, poderoso difusor de las expresiones populares, como parte de sus programas. En 1884 se lo incorporó en uno de los cuadros de la obra “Juan Moreira”. También se lo menciona en las poesías gauchescas de Hilario Ascasubi. Es de considerar que debido a las representaciones escénicas, el Gato logró su revitalización hacia principios de 1900. Las coplas que se cantan con el Gato son “seguidillas” conocidas como “pie de gato”, en las que se alternan versos de cinco y siete sílabas. A este género suele adicionársele otro nombre que alude a alguna región (Gato Cordobés, Gato Cuyano, Gato Porteño); alguna peculiaridad coreográfica (Gato Encadenado, Gato Polkeado); o a otra característica (Gato con Relaciones). En la región pampeana se usa una voz con acompañamiento de guitarras. En Cuyo, con los mismos instrumentos pero cantado a dúo. En el Norte, indistintamente, pero incorpora otros instrumentos como el arpa, el bombo y el violín. El Gato es el arquetipo de nuestras danzas nativas ya que reúne todas las cualidades que corresponden a estas, dejando amplio margen, por su coreografía sencilla, para que se manifieste la personalidad del hombre y la inconfundible gracia de la mujer argentina.
La popularidad del Gato alcanzó a la distinguida sociedad provinciana, que lo incluyó en su núcleo de aristocráticas danzas, alternándose con el elegante Minué. Según una tradición, Juan Manuel de Rosas punteó un Gato en una fiesta en Los Cerrillos. Inclusive se lo bailó en los velorios, antigua costumbre criolla que asombraba a los extranjeros de paso por nuestro país. La enorme repercusión del Gato hizo que desde 1837 lo acogiera el circo, poderoso difusor de las expresiones populares, como parte de sus programas. En 1884 se lo incorporó en uno de los cuadros de la obra “Juan Moreira”. También se lo menciona en las poesías gauchescas de Hilario Ascasubi. Es de considerar que debido a las representaciones escénicas, el Gato logró su revitalización hacia principios de 1900. Las coplas que se cantan con el Gato son “seguidillas” conocidas como “pie de gato”, en las que se alternan versos de cinco y siete sílabas. A este género suele adicionársele otro nombre que alude a alguna región (Gato Cordobés, Gato Cuyano, Gato Porteño); alguna peculiaridad coreográfica (Gato Encadenado, Gato Polkeado); o a otra característica (Gato con Relaciones). En la región pampeana se usa una voz con acompañamiento de guitarras. En Cuyo, con los mismos instrumentos pero cantado a dúo. En el Norte, indistintamente, pero incorpora otros instrumentos como el arpa, el bombo y el violín. El Gato es el arquetipo de nuestras danzas nativas ya que reúne todas las cualidades que corresponden a estas, dejando amplio margen, por su coreografía sencilla, para que se manifieste la personalidad del hombre y la inconfundible gracia de la mujer argentina.
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