El movimiento conocido como Canto Nuevo se desarrolló en Chile
en tiempos de la dictadura, desde de la década del 70. El Canto Nuevo chileno fue
un intento apasionado por rescatar la memoria social de la canción chilena de espíritu
libertario, en especial aquella de los difíciles tiempos de la dictadura
militar, donde cantar inteligente y poéticamente, era un ejercicio peligroso y
solitario.
Fue en gran parte heredero de la Nueva Canción al
incorporar a muchos de sus intérpretes y repertorio; al tener a las peñas,
ahora casi en la clandestinidad, como principal espacio de desarrollo; al
asumir una postura política de denuncia social vinculada al espectro político
de la izquierda, claramente opositora al gobierno de Pinochet, y al continuar
con la investigación e innovación en el desarrollo de los ritmos chilenos y
latinoamericanos. Con figuras que provenían de la Nueva Canción, como Osvaldo
Torres (fundador del grupo Illapu), Payo Grondona o Nano
Acevedo, al movimiento se fueron incorporando jóvenes músicos, muchos
de origen universitario, con propuestas musicales donde incorporaban al Jazz,
la Bossa
Nova o el Rock. Conjuntos como Santiago del Nuevo Extremo, Abril,
Aquelarre,
Ortiga
o el dúo proveniente de Valdivia Schwenke & Nilo; formaban un
conglomerado con solistas como Eduardo Peralta, Hugo
Moraga, Isabel Aldunate, Cristina González, Juan
Carlos Pérez y muchos más. Con una lírica algo hermética, vinculada
especialmente al espacio urbano, sus sonidos se podían escuchar en el Café del
Cerro, el Café Ulm, el Rincón de Azócar, recintos universitarios, dependencias
de la iglesia católica y sedes de organizaciones poblacionales. A pesar de que
los medios de comunicación masivos estaban controlados por el sistema
autoritario del gobierno imperante, el Canto Nuevo logró crear algunos
espacios marginales desde algunos de ellos, por ejemplo, los programas ”Nuestro
Canto”, de Radio Chilena, y “Hecho en Chile”, de Radio Galaxia,
fueron las principales plataformas radiales desde las que se escuchaban sus
canciones.
En términos de industria musical, el sello que acogió al movimiento fue
Alerce, fundado en 1975, nació y se desarrolló en medio de la dictadura. En
este contexto crítico, el sello se abocó al rescate de expresiones artísticas
excluidas de los medios de comunicación tradicionales: el catálogo del sello
DICAP (Discoteca del Cantar Popular), la Nueva Trova Cubana o la música
latinoamericana que no cabía en el perfil de música popular masiva. El sello
Alerce, junto a agrupaciones como la revista “La Bicicleta” y organizaciones
gubernamentales de estudio e investigación como Ceneca, fueron parte de la
alternativa cultural durante la dictadura. Esta cultura musical alternativa se
desarrolló principalmente en peñas y utilizó el casete como soporte sonoro y de
registro, fue transformándose en un símbolo de oposición al régimen
autoritario. En 1978 se produjo el LP “Canto Nuevo”, que se transformó
prácticamente en el bautismo del movimiento. Entre los participantes del mismo
se encontraban los grupos Aquelarre, Ortiga, Aymara
y Wampara
y los solistas Nano Acevedo, Capri y Eduardo Yáñez. El Canto
Nuevo fue desapareciendo a medida que avanzaba la década del 80, para
transformarse finalmente en una parte de la historia de la música popular chilena
en tiempos de dictadura. El afecto del Canto Nuevo no ha necesitado de
radios, diarios ni televisión para mantenerse, y por ello constituye un
fenómeno de lealtad increíble. El Canto Nuevo no sólo fue ninguneado
mientras se desarrollaba, sino que nadie tampoco pareció interesado en
reivindicarlo cuando su denuncia estuvo al fin fuera de peligro. Hasta el
revival ochentero de hace unos años se saltó olímpicamente a estos músicos,
dejando la impresión de que los dormitorios juveniles chilenos de hace tres
décadas se escuchaba Depeche Mode. Es cierto que el
sentido mismo de su desarrollo estaba determinado por una cierta inasibilidad:
la de la presentación clandestina, el registro apresurado, la difusión boca a
boca. A diferencia de otros géneros, el Canto Nuevo es un recuerdo asociado
a momentos en vivo más que a discos (con serias falencias técnicas), pero
canciones que merecen redescubrirse.
Como un narcocorrido mexicano actual. Una flor en el desierto...
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