El Réquiem, que en latín significa “descanso” o “reposo”, empleado en “Requiescat in pace” (o “Que en paz descanse”, en español), denominada también “misa por los muertos” (latín: Missa pro defunctis) o también “misa de difuntos” (latín: Missa defunctorum), fue originalmente una ceremonia litúrgica de la Iglesia católica (por el contenido de la liturgia, propiamente dicho) y que con algunas variantes es común a varias otras, como por ejemplo la griega y la rusa ortodoxas, la anglicana, entre otras, teniendo todas ellas en común en ser ofrecidos a los fallecidos.
El Réquiem, como ceremonia litúrgica, ha variado muy poco en su estructura formal, aunque sus contenidos si, aunque sutilmente a lo largo del tiempo. Desde que en 998 d. C. San Odo de Cluny instituyera el 2 de noviembre como el día de Todas las Almas, lo que llevaría a una modificación del calendario religioso (comprendido y agendado en el Misal), en la lista de propios o en la liturgia misma y en sus contenidos. Y por varios siglos permaneció en ese estado hasta mediados del siglo XX, cuando los cambios introducidos por el Concilio Vaticano II, como la decisión de emplear el lenguaje propio de la región, sin suprimir el latín. Todo material o procedimiento debía adaptarse a la lengua correspondiente de igual manera. Eso implicaba la traducción hasta de las plegarias como el “Padre Nuestro”, “Ave María”, “Credo” y “Salve” y por supuesto, toda la liturgia en todas sus variantes.
Se pueden diferenciar dos variantes circunstanciales con que se describe mejor una particular característica que, ya sea por presencia o ausencia, en realidad no cambian a la misa como tal: cuando es llamada «de cuerpo presente», es decir, con los restos mortales del difunto por el que oficia el servicio, y que normalmente implica que sea una iglesia o templo; la variante más común, es la denominada in memoriam (latín), "en recuerdo de" las almas que ya partieron y que se pueden solicitar en cualquier templo que, tras el pago de los costos pertinentes, tendrá presente al fallecido junto a los otros por los se hará el servicio si se trata de una misa «comunal» o «masiva» (normalmente de costo accesible) o bien una «dedicada» en la que se mencionará unas tres veces al difunto, de manera explícita y exclusiva y de costo mayor que la anterior.
Aunque carece de nombre específico formalmente debe mencionarse otra forma de Réquiem, más breve aún que la anterior y libre de ser adaptada por el oferente a criterio y en casos o circunstancias de excepción como ocurre, por ejemplo, durante tiempos de guerra en el campo de batalla.
Desde el aspecto musicológico, la Misa de Réquiem se enlista como parte de la música religiosa, y como prácticamente todas las otras de dicha categoría, se mantuvo vigente sin mayor variación en su estructura casi desde el siglo XIV hasta mediados del siglo XX; con períodos diferenciados y correspondientes a su época y que, agrupados todos dentro de la denominada música culta o clásica agrupa el barroco, renacentista entre otros, únicamente en cuanto al estilo musical empleado son de la misma estructuración, definitivamente ha pasado por períodos extremadamente marcados en cuanto a su apreciación, siendo eso casi una constante dependiendo de la época, esos cambios de percepción se han dado más marcada, cuantitativa y con más frecuencia durante los últimos tres siglos.
Y ese es precisamente el reto para un compositor, partir sin ventaja alguna para que, sólo con su habilidad, pueda lograr ser reconocido. En la segunda mitad del siglo XVIII, en pleno y breve apogeo del período clásico, en el que cada estreno de cada compositor era un reto que debía responderse y superarse, más como un duelo que como una competencia, muchas de las más reconocidas Misas de Réquiem provienen de ese tiempo, y aunque la misa de difuntos más famosa de todas, el “Réquiem en re menor” KV. 626 de Wolfgang Amadeus Mozart, quien gustaba de ese tipo de retos, no tuviera esa motivación de parte de su autor quien la empezó a componer estando enfermo, continuó avanzando mientras su condición hacía lo mismo; poco después solo y agónico, dejaría incompleto a su muerte el “Lacrimosa”. Su asistente, Franz Xaver Süssmayr completaría la misa añadiendo las seis partes restantes basándose en apuntes y borradores de Mozart y su propio talento. A pesar de ello se le reconoce el íntegro a Mozart, cosa que el mismo Süssmayr declaraba.
A veces, los compositores dividen una parte de la liturgia en uno o dos movimientos a causa de la longitud del texto. El “Dies Irae” es el que con más frecuencia ha sido dividido en varias partes (como ocurre en el “Réquiem”, de Mozart). El “Introito” y el “Kyrie”, que eran consecutivos en la antigua liturgia católica de San Pío V, también suelen agruparse en un único movimiento.
El Réquiem ha evolucionado en nuevas direcciones en el último siglo. El género Réquiem de guerra, que consiste en obras dedicadas a la memoria de personas muertas en tiempos de guerra, es seguramente la más destacada. Este género incluye a menudo poemas no litúrgicos o pacifistas; por ejemplo, el “War-Requiem” de Benjamin Britten, yuxtapone el texto latino con poesías de Wilfred Owen, o “Mass in Black” de Robert Steadman, que entremezcla la poesía ecologista y las profecías de Nostradamus.
El siglo XX ha visto además el desarrollo de Réquiems profanos, escritos para ser tocados sin relación con la religión (por ejemplo, el “Réquiem” de Dmitri Kabalevski con los poemas de Rozhdestvensky), mientras algunos compositores han escrito obras puramente instrumentales llamados Réquiem, pero ajenos a la estructura formal, como la “Sinfonia da Réquiem”, de B. Britten.
A la fecha, se han compuesto más de 2000 Réquiems. Las versiones del Renacimiento son en principio a cappella (es decir, sin acompañamiento instrumental) y casi 1600 compositores han preferido utilizar instrumentos para acompañar al coro y utilizan igualmente cantantes solistas.
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