sábado, 20 de julio de 2024

Literatura y Música - Julio Verne y la música


 

Si no existe, ¿se puede escuchar? La música tiene una cualidad que no posee ningún otro arte: la recepción pasiva. Las imágenes son procesadas por nuestro cerebro basadas en experiencias, pero la música es directamente absorbida.

Se puede elegir no recibir un estímulo visual, pero es imposible deshacerse de un sonido. Debido a la sensibilidad del medio, muchos piensan que es la mejor forma de llegar a las emociones. Según un estudio publicado en el Spanish Journal of Psychology, “el estado afectivo que puede producir escuchar música es más intenso que el provocado, por ejemplo, por la pintura”. Además de ser uno de los autores más populares y prolíficos de la literatura francesa, Julio Verne también fue un entusiasta músico clásico aficionado. Verne es famoso por libros como “La vuelta al mundo en 80 días”, “La isla misteriosa”, “De la Tierra a la Luna” y “Veinte mil leguas de viaje submarino”, pero también fue un pianista talentoso y nunca dudó en expresar su amor por la música en sus obras, salpicándolas con referencias a compositores contemporáneos. La curiosidad de Julio Verne no tenía límites y su interés viajó más allá de la literatura. Abarcó disciplinas como la ciencia, la antropología, la educación y, también, la música. Seguramente, la obra músico-teatral de Verne es una de las menos conocidas de su vida, pero desde niño demostró buen oído. Durante años, Verne disfrutó escribiendo versos que posteriormente adaptaba su amigo, el compositor Aristide Hignard (1822-1898), compañero de viajes y aventuras, y principal compositor de las obras con textos de Verne, casi una veintena de canciones y libretos para Operetas y otras Óperas cómicas, dentro de su amplio catálogo. Estas melodías inéditas se compusieron entre 1847 y 1863, cuando Verne y Hignard intentaban hacerse un hueco como artistas en Nantes, y mucho antes de que Verne se convirtiera en el exitoso autor de “La vuelta al mundo en ochenta días” o “Miguel Strogoff”.
En total suman una veintena dentro del catálogo. La obra de Hignard, fue publicada en parte en sus dos volúmenes de canciones, “Rimes et Mèlodies”, de 1857 y 1863. En estas dos obras se incluyen la mayoría de las melodías vernianas, cantadas por los propios personajes de Verne en algunas de sus novelas: “Le Pays des Fourrures”, “Les Indes Noires”, “Les Tribulations d’un chinois en Chine” y “P’tit-Bonhomme”. Estas obras se conservan en el archivo de la Biblioteca Nacional de Francia. A pesar de que sus obras musicales tuvieron un éxito limitado, es imposible no preguntarse qué habría sido de la ciencia ficción si el autor que trabajó como secretario en el Théâtre-Lyrique hubiera alcanzado, de hecho, la fama musical. Desde siempre, la música ha intentado ponerle banda sonora a todas las emociones y creaciones artísticas, incluso cuando eran tan intangibles como la ciencia ficción. A pesar de su naturaleza exótica y deslumbrante, la mayoría de las piezas musicales que ha inspirado han sido orquestales, asociadas erróneamente a una concepción más aburrida y recta de la música. A raíz de sus universos, criaturas y sus inventos han nacido Zarzuelas, Óperas e incluso Metal Sinfónico. En los últimos años es más habitual encontrar producciones de ciencia ficción aderezadas con sintetizadores, pero asociar los géneros fantásticos con música clásica también tiene mucho sentido: las capas de sonido de los diferentes instrumentos, junto a las diferentes técnicas, ritmos, variación de tempos y cadencias, son capaces de crear una atmósfera compleja que puede cambiar drásticamente de rumbo, siempre con un aire de magnificencia y solemnidad. Si se piensa en las historias de Julio Verne, imaginamos multitud de medios de transporte novedosos, tormentas, bestias primitivas, rugidos, parajes nevados… Todos esos escenarios puede plasmarlos la música en solo unos compases. Tiene la capacidad de llevarnos a otros mundos.
La música está presente en la obra de Verne de muchas maneras. En primer lugar, el autor hace varias referencias al piano. De hecho, en “Los hijos del capitán Grant”, Paganel escucha el “Tesoro mío” de Mozart por la noche, mientras que “Viaje por Inglaterra y Escocia” ofrece al autor la oportunidad de criticar el “El Trovador” de Verdi, que no parece tener un favorito de Verne. En “Veinte mil leguas de viaje submarino”, Verne hizo del famoso capitán Nemo la encarnación del erudito amante del arte y del músico talentoso. En un rincón de su sala de estar, el capitán Nemo guarda su gran piano-órgano, en el que a menudo toca música melancólica, de tal manera que “tocaba con gran expresión, pero sólo de noche, en medio de la oscuridad más secreta, cuando el Nautilus se dormía en los desiertos del océano”. Nemo guarda en su órgano muchas partituras de grandes compositores, entre ellos Mozart, Rossini y Beethoven. Tras hundir el “barco de una nación maldita”, se dirige a su sala de estar y toca el órgano. Como señala Aronnax: “En ese momento, oí los vagos acordes del órgano, una triste armonía bajo un canto indefinible, verdaderos lamentos de un alma que tanto desea romper sus ataduras terrenales. Escuché con todos los sentidos, sin apenas respirar, lanzado como el capitán Nemo al éxtasis de una música que lo elevaba más allá de los límites del mundo”. Sin embargo, también hay una obra en la que el autor pone la música en el centro de la historia. En “La isla de hélice”, publicada en 1894, Verne cuenta la historia de las aventuras del Cuarteto de Conciertos. El conjunto, formado por dos violinistas y dos violonchelistas, es secuestrado y obligado a realizar actuaciones para entretener a multimillonarios en una isla remota y flotante. Aunque puede que no sea la mejor novela de Verne, es una obra que proporcionó al autor la oportunidad de compartir su pasión.

 

 

Fuentes:

 

• Espacio.fundaciontelefonica.com

• Espacio.fundaciontelefonica.com

• Vialma.com

 

 






























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