Si no existe, ¿se puede escuchar? La música tiene una cualidad que no posee ningún otro arte: la recepción pasiva. Las imágenes son procesadas por nuestro cerebro basadas en experiencias, pero la música es directamente absorbida.
Se puede elegir no recibir un estímulo visual, pero es imposible
deshacerse de un sonido. Debido a la sensibilidad del medio, muchos piensan que
es la mejor forma de llegar a las emociones. Según un estudio publicado en el
Spanish Journal of Psychology, “el estado afectivo que puede producir escuchar
música es más intenso que el provocado, por ejemplo, por la pintura”. Además de
ser uno de los autores más populares y prolíficos de la literatura francesa, Julio
Verne también fue un entusiasta músico clásico aficionado. Verne
es famoso por libros como “La vuelta al mundo en 80 días”, “La
isla misteriosa”, “De la Tierra a la Luna” y “Veinte
mil leguas de viaje submarino”, pero también fue un pianista talentoso
y nunca dudó en expresar su amor por la música en sus obras, salpicándolas con
referencias a compositores contemporáneos. La curiosidad de Julio
Verne no tenía límites y su interés viajó más allá de la literatura.
Abarcó disciplinas como la ciencia, la antropología, la educación y, también,
la música. Seguramente, la obra músico-teatral de Verne es una de las menos
conocidas de su vida, pero desde niño demostró buen oído. Durante años, Verne
disfrutó escribiendo versos que posteriormente adaptaba su amigo, el compositor
Aristide
Hignard (1822-1898), compañero de viajes y aventuras, y principal
compositor de las obras con textos de Verne, casi una veintena de canciones y
libretos para Operetas y otras Óperas cómicas, dentro de su amplio
catálogo. Estas melodías inéditas se compusieron entre 1847 y 1863, cuando Verne
y Hignard intentaban hacerse un hueco como artistas en Nantes, y
mucho antes de que Verne se convirtiera en el exitoso autor de “La
vuelta al mundo en ochenta días” o “Miguel Strogoff”.
En
total suman una veintena dentro del catálogo. La obra de Hignard, fue publicada en
parte en sus dos volúmenes de canciones, “Rimes et Mèlodies”, de 1857 y 1863.
En estas dos obras se incluyen la mayoría de las melodías vernianas, cantadas
por los propios personajes de Verne en algunas de sus novelas: “Le
Pays des Fourrures”, “Les Indes Noires”, “Les
Tribulations d’un chinois en Chine” y “P’tit-Bonhomme”. Estas
obras se conservan en el archivo de la Biblioteca Nacional de Francia. A pesar
de que sus obras musicales tuvieron un éxito limitado, es imposible no
preguntarse qué habría sido de la ciencia ficción si el autor que trabajó como
secretario en el Théâtre-Lyrique hubiera alcanzado, de hecho, la fama musical. Desde
siempre, la música ha intentado ponerle banda sonora a todas las emociones y
creaciones artísticas, incluso cuando eran tan intangibles como la ciencia
ficción. A pesar de su naturaleza exótica y deslumbrante, la mayoría de las
piezas musicales que ha inspirado han sido orquestales, asociadas erróneamente
a una concepción más aburrida y recta de la música. A raíz de sus universos,
criaturas y sus inventos han nacido Zarzuelas, Óperas e incluso Metal
Sinfónico. En los últimos años es más habitual encontrar producciones
de ciencia ficción aderezadas con sintetizadores, pero asociar los géneros
fantásticos con música clásica también tiene mucho sentido: las capas de sonido
de los diferentes instrumentos, junto a las diferentes técnicas, ritmos,
variación de tempos y cadencias, son capaces de crear una atmósfera compleja
que puede cambiar drásticamente de rumbo, siempre con un aire de magnificencia
y solemnidad. Si se piensa en las historias de Julio Verne, imaginamos
multitud de medios de transporte novedosos, tormentas, bestias primitivas,
rugidos, parajes nevados… Todos esos escenarios puede plasmarlos la música en
solo unos compases. Tiene la capacidad de llevarnos a otros mundos.
La música
está presente en la obra de Verne de muchas maneras. En primer
lugar, el autor hace varias referencias al piano. De hecho, en “Los
hijos del capitán Grant”, Paganel escucha el “Tesoro
mío” de Mozart por la noche, mientras que “Viaje por Inglaterra y Escocia”
ofrece al autor la oportunidad de criticar el “El Trovador” de Verdi,
que no parece tener un favorito de Verne. En “Veinte mil leguas de viaje
submarino”, Verne hizo del famoso capitán Nemo la encarnación del erudito
amante del arte y del músico talentoso. En un rincón de su sala de estar, el
capitán Nemo guarda su gran piano-órgano, en el que a menudo toca música
melancólica, de tal manera que “tocaba con gran expresión, pero sólo de noche,
en medio de la oscuridad más secreta, cuando el Nautilus se dormía en los
desiertos del océano”. Nemo guarda en su órgano muchas partituras de grandes
compositores, entre ellos Mozart, Rossini y Beethoven.
Tras hundir el “barco de una nación maldita”, se dirige a su sala de estar y
toca el órgano. Como señala Aronnax: “En ese momento, oí los vagos acordes del
órgano, una triste armonía bajo un canto indefinible, verdaderos lamentos de un
alma que tanto desea romper sus ataduras terrenales. Escuché con todos los
sentidos, sin apenas respirar, lanzado como el capitán Nemo al éxtasis de una
música que lo elevaba más allá de los límites del mundo”. Sin embargo, también
hay una obra en la que el autor pone la música en el centro de la historia. En “La
isla de hélice”, publicada en 1894, Verne cuenta la historia
de las aventuras del Cuarteto de Conciertos. El conjunto, formado por dos
violinistas y dos violonchelistas, es secuestrado y obligado a realizar actuaciones
para entretener a multimillonarios en una isla remota y flotante. Aunque puede
que no sea la mejor novela de Verne, es una obra que proporcionó
al autor la oportunidad de compartir su pasión.
Fuentes:
• Espacio.fundaciontelefonica.com
• Espacio.fundaciontelefonica.com
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