sábado, 13 de julio de 2024

Literatura y Música - Cortázar y el Tango

 

 

Se conoce hasta en los detalles sabrosos de las anécdotas las preferencias de Julio Cortázar por el Jazz, pero se sabe mucho menos acerca de sus relaciones con el Tango. “Yo crecí en una atmósfera de Tango -escribe-.

Los escuchábamos por la radio porque la radio empezó cuando yo era chico y después fue un Tango tras otro. Había gente en mi familia, mi madre y mi tía, que tocaba Tangos al piano y los cantaba. El Tango se convirtió en parte de mi conciencia y es la música que siempre me devuelve a mi juventud y a Buenos Aires”. Si bien aquel autor flaco que medía 1,93 se declaró atrapado por la música que inmortalizó Carlos Gardel, confesó ser muy crítico de ella. “No soy uno de esos argentinos que creen que el Tango sea la octava maravilla”, dijo. De inmediato manifestó que, comparado con el Jazz, “el Tango es una música muy pobre”, para agregar luego, a modo de consuelo, que esa pobreza era hermosa. No viene al caso iniciar una competencia inútil acerca de las virtudes de uno y otro género, en todo caso basta con saber que para Cortázar el Jazz era muy importante en su vida, pero el Tango no le iba a la saga, más allá de declaraciones u opiniones poco oportunas o contradictorias. La relación Cortázar con el Tango proviene de su infancia, de una casa donde el Tango era escuchado por su familia a través de una radio que recién empezaba a descubrirse. “En los patios a la hora del mate -evoca-, en las noches de verano, en la radio a galena o con las primeras lamparitas”. Sería exagerado decir que en esos años perdidos de su adolescencia se hizo tanguero, pero está claro que, al momento de irse a París, cuando ya andaba cerca de los cuarenta años, el Tango formaba parte de su paisaje cultural y está presente en sus primeros escritos literarios. Él mismo cuenta que en 1952 un amigo le regala una victrola y algunos discos de Gardel. Ese obsequio sólo se le hace a alguien que es capaz de disfrutar con el Tango. En ocasión de ese regalo escribe algunas opiniones sobre Gardel y el Tango. Dice, por ejemplo, que para apreciar a Gardel en toda su calidad hay que escucharlo con una victrola. Julio hace hincapié en este caso en las evocaciones que le produce esa voz y esos Tangos que le recuerdan tanto a su juventud en Argentina.
Su imagen de Gardel es muy “cortazariana”, por decirlo de alguna manera. “Gardel crea cariño, admiración, como Legui y Justo Suárez; da y recibe amistad sin ninguna de las turbias razones eróticas que sostienen el renombre de los cantores tropicales que nos visitan, o la mera delectación en el mal gusto y la caballería resentida que explican el triunfo de un Alberto Castillo”. También en ese texto asegura que el mejor Tango de Gardel es “Mano a mano”, de Celedonio Flores. Estima que allí está el punto exacto de talento, creatividad, equilibrio para interpretar un poema que considera excelente. Concluye sus consideraciones hablando de Gardel. Allí refiere la anécdota en la que un hombre le pregunta a otro -bigote malevo, funyi y pañuelo al cuello- que en un cine de barrio está esperando ingresar para ver “Cuesta abajo”. El diálogo es breve y elocuente. “—¿Vas a entrar al cine? —Sí, porque dan una del Mudo”. Sus simpatías por Gardel sólo se comparan con su rechazo a Alberto Castillo, considerado algo así como un mamarracho, el arquetipo de lo que no debe ser el Tango. Desde el punto de vista estrictamente musical y a contrapelo de sus declaraciones sobre la supuesta pobreza del Tango, reconoce la calidad de músicos como Piazzolla, Basso, Salgán, entre otros. Pero es en su literatura donde las imágenes del Tango están más presentes. Al respecto, habría que decir que resulta muy difícil, por no decir imposible, escribir cuentos y novelas ambientadas en el mundo urbano, sin que la cultura tanguera esté presente de una manera sutil o evidente, sobre todo en escritores de su generación. La ciudad transpira Tangos y nos penetra -nos guste o no-, y no se puede percibir la realidad sin incluir -aunque más no sea- alguna nota tanguera.
En “Los premios” y “Rayuela” las referencias al Tango son evidentes, a veces de manera irónica, a veces como marco escénico, a veces como dato pintoresco. En el cuento “Las puertas del cielo”, el Tango está presente y de alguna manera es constitutivo del relato. “Las puertas del cielo” es un cuento excelente, cuya música de fondo se escribe con ritmo de Tango, afirmación que no sé si Cortázar compartiría, porque siempre dijo que si alguna influencia ejercía la música sobre su literatura, esa influencia era la del jazz, sobre todo en la técnica de la improvisación, de dejar liberado a “la creación espontánea” el ritmo de la escritura. Pero Julio no sólo gustaba escuchar Tangos, sino que, además, intentó escribir algunos. Un ejemplo con música de Edgardo Cantón: “Extraño la Cruz del Sur cuando la sed me hace alzar la cabeza para beber tu vino negro, medianoche. Y extraño las esquinas con almacenes dormilones, donde el perfume de la yerba tiembla en la piel del aire; pienso que está siempre allá como un bolsillo donde a cada rato la mano busca una moneda, el cortaplumas, el peine, la mano infatigable de una oscura memoria que recuerda sus muertos”. En el año 1980 edito un disco de Tangos llamado “Trottoirs de Buenos Aires”, con letras de Julio Cortázar, música de Edgar Cantón y la interpretación de Juan Cedrón. Tal vez el poema más logrado de Cortázar sea “Quizá la más querida”, donde el Tango está presente de manera deliberada y poética.

 

 

Fuentes:

 

• Donlibrote.gente-divergente.com

• Rogelioalaniz.com.ar

 


 















 
















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