El Rancho de Ánimas es un canto tradicional canario improvisado de creencia religiosa a las almas de los muertos. En Canarias, era habitual en zonas como Tiscamanita en Fuerteventura, Teguise en Lanzarote y en muchos lugares de Gran Canaria. Para ello, visitan las casas donde ha ocurrido una muerte reciente.
Se trata de un testimonio vivo de la fe en el purgatorio y el
poder liberador de la oración, establecido como dogma por la Iglesia del Concilio
de Trento, antiguamente común en todas las islas de Canarias. En ellos, un
grupo de hombres salen normalmente durante el día de Navidad y difuntos. Al
caer la tarde, van de casa en casa con sus largas y monótonas canciones
recaudando fondos para dedicar misas de redención a las ánimas del purgatorio. Sus
canciones son de carácter triste, con el acompañamiento lento y metálico de
instrumentos como la espada y el triángulo. Las letras van desde la narración
de la vida de Cristo y los santos hasta loas fúnebres. En ellos, uno o dos
solistas inician el canto y el coro repite. Este tipo de canciones no suelen
estar asociadas a ninguna danza, pero cuenta con su acompañamiento instrumental
para la interpretación. Es importante que la guitarra esté bien afinada, muy
baja y tocada sólo en forma de acordes. El tambor, si lo hubiera, ha de ser una
versión pequeña de caja militar y tocado con una baqueta corta. Pero además de
esto hay quien utiliza también un pandero de sacudir, con un aro grueso que
actúa como caja de resonancia, chapas sólo por una parte y unos travesaños con
cascabeles. Aparte de éstos instrumentos también era común que hicieran uso de
espadas o triángulos de metal. Casi todas las parroquias contaban con cofradías
que a su vez tenían vínculos con los ranchos de cantadores que recaudaban
fondos para las misas o para las cofradías de las ánimas. En un principio las
cofradías y los ranchos eran una misma entidad encargada de recaudar fondos
para la iglesia.
Los rancheros más antiguos de Gran Canaria han creído durante
mucho tiempo que estos grupos tenían su origen en los judíos, especialmente en
los macabeos. Tras su introducción al archipiélago en los primeros siglos de la
colonización. Cuando se configuraron las principales parroquias en el siglo XVII,
ya tenían cofradía y Ranchos de Ánimas. En la segunda
mitad del siglo XIX empezaron a desaparecer, arrastrados por las ideas
liberales contra el culto excesivo y la devoción al alma. Los eventos en el Rancho
de Ánimas generalmente comienzan el 31 de octubre, en víspera de Todos
los Santos, y terminan el 2 de febrero. El Rancho recorría por los campos
cantando metáforas de la muerte y recaudando dinero para la misa de difuntos. A
menudo, la familia del enfermo invita al Rancho a su hogar para cantar a las
Ánimas, pidiéndoles que oren por él. A partir del 13 de diciembre, el Rancho de
Pascua canta a la Navidad y continúa actuando hasta el 2 de febrero, la Fiesta
de la Candelaria. El Rancho suele estar formado por
hombres y está dirigido por un ranchero mayor, elegido democráticamente, aunque
también se suele dar el caso en el que este cargo pasa de padres a hijos; y es
que para ostentar este cargo había que tener mucha habilidad mental, además de
cualidades para la improvisación. Durante varios meses se reúnen en distintos
lugares para entonar diferentes estrofas, normalmente, comenzaban el 1 de
noviembre, coincidiendo con la fecha en la que se celebra el día de los
difuntos o finados.
Esta práctica comienza con una ceremonia donde se comen
diferentes frutos secos como almendras o castañas y donde se entonan algunas
octosílabas y otras coplas, normalmente en hexasílabos. Cuatro siglos después,
mantener esta expresión cultural representativa de Canarias es todo un reto. “Los
ranchos ahora mismo los mantienen la gente que ha estado toda la vida con esto”.
Durante años, los grupos dejaron de ir casa por casa. En el año 45 del siglo
pasado había una advertencia del obispo que prohibía las misas de la luz con
instrumentos. A partir de ahí los ranchos desaparecieron. Pero no por mucho
tiempo, pues las agrupaciones volvieron a las calles a principios de los años
80, cuando volvieron los tres ranchos de Gran Canaria que desde 2018 reclaman
ser reconocidos como Bien de Interés Cultural Inmaterial. Gran Canaria no es la
única isla que cuenta con la presencia de los Ranchos. “En
Fuerteventura está el Rancho de Tiscamanita, en Lanzarote
hay varios Ranchos, en Teguise está el Rancho de Pascuas... Pero
en principio los que hacen la función de ánima están en Gran Canaria",
asegura José Pedro Suárez. El Rancho de Ánimas de Arbejales-Teror,
también conocido como Los Cantadores, es uno de los que ha
mantenido intacta su vocación de recaudar limosnas para entregarlas a la
parroquia y destinarlas a las misas para salvar las ánimas, cuyas referencias
documentales conocidas se extienden a lo largo del siglo XIX y XX.
Sus salidas
se concentran entre mediados de diciembre y finales de febrero, cuando visitan
viviendas, sedes de las asociaciones de vecinos, iglesias y ermitas de la zona.
El Rancho
de Valsequillo, además de dedicar la limosna a misas por la salvación
de las ánimas benditas, también destina el dinero recaudado a obras de caridad:
personas necesitadas, instituciones benéficas… Este Rancho mantuvo una larga
tradición en el tiempo y nunca desapareció. Actualmente cuenta con unos 20
miembros activos. Sus salidas se concentran en cuatro fechas que empiezan en la
Nochebuena. Fuera de la temporada navideña tiene una actividad destacada
denominada Ranchos de Levantisco. El Rancho de La Aldea fue uno de
los que vio parada su actividad durante años. La actividad se recuperó en la
Navidad de 1991 con la participación de personas de la localidad, entre los que
figuraban descendientes de los últimos rancheros, que en algunos casos habían
conservado los viejos instrumentos. Excepto en las localidades donde los Ranchos
siguen cantando a las ánimas, existe un gran desconocimiento alrededor de esta
actividad cultural. Por eso los investigadores Óscar Vizcaíno, Francisco
Suárez, Juan José Monzón, Lidia Sánchez y José Pedro Suárez, bajo
la dirección de Roberto Suárez, han trabajado para que se los considere Bien
de Interés Cultural Inmaterial. “Es un patrimonio que está ahí. La idea
es protegerlo para que no se pierda. Todo lo que se convierte en un BIC quiere
decir que hay que protegerlo, que necesita una protección mejor”, asegura Suárez.
Los cambios en torno a la cultura de la muerte y la ausencia de relevo
generacional colocan a estos grupos en una situación de incertidumbre en
relación con la continuidad de la tradición que representan, tan arraigada en
las localidades donde se han mantenido.
Fuentes:
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