Durante 30 años, hoy lo es todavía, Sixto Rodríguez, Rodríguez como nombre artístico, fue el cantante más grande en Sudáfrica. Un ídolo del que nadie sabía nada. Solo se tenían sus canciones. Un misterioso ídolo sin cara. Dos discos y unos pocos títulos más de un tercer álbum inacabado. Niños, jóvenes y adultos habían crecido en la punta de África escuchando a “Sugar Man” (el título de su tema más famoso), de quien se decía que se había suicidado prendiéndose fuego en un escenario.
Muy lejos de allí y muchos años
antes, alguien les dijo a dos productores musicales que tenían que escuchar a
un artista que tocaba en un tugurio de la fría y deprimida Detroit. Así que
allí fueron. Debido al humo y a la gente del local, no pudieron verle la cara,
pero sí decidieron producir un disco con aquel sonido y aquellas letras nuevas.
“Cold
Fact” fue el nombre del primer álbum de Rodríguez en 1970.
Theodore y Coffee, los productores, pensaban que era mejor que Bob
Dylan. Steve Rowland, el productor de su segundo disco, “Coming
for Reality”, dijo que fue su artista más memorable. No podía entender
como “Cold Fact” no había triunfado y lo intentó con el segundo un
año después. “Coming for Reality”, misteriosamente, también pasó
desapercibido para el público y Sussex, su compañía discográfica, lo despidió.
Nada más se supo de Rodríguez. A mediados de los 70, en la era en la que ni
Internet ni Spotify podían ayudar a difundir la música, cuentan en el
documental que una joven norteamericana viajó a Ciudad del Cabo para visitar a
su novio y bajo el brazo, trajo con ella el disco “Cold Fact”. Fascinados
por lo que escucharon en él, y sin posibilidad de comprarlo allí en ninguna
tienda, comenzaron a hacer copias del álbum y a distribuirlos mano a mano. Así
fue como canciones como “Sugar Man” o “I Wonder”, incluidos en “Cold
Fact”, empezaron a sonar una y otra vez hasta convertirlas en un éxito.
Por supuesto, la mitología entorno a su figura también creció. Fue tal la fama
popular que alcanzó su música, que las productoras locales comenzaron a
publicar sus dos discos. La foto de Rodríguez, con el pelo largo y las
gafas de sol, era lo único que se conocía de su aspecto. Nadie sabía nada sobre
ese tipo con cara aindiada que se había convertido con su música en un profeta
contra el apartheid y era más admirado en Sudáfrica que John Lennon o Mick Jagger.
Lo único que conocían era su foto de la tapa del disco “Cold Fact”, en la que
para colmo aparecía con un sombrero cuya ala le llegaba hasta las cejas y
encima tenía puestos anteojos negros. No sabían quién era, ni en qué país vivía
y hasta desconocían si estaba vivo o muerto, ya que una fuerte versión decía
que, desencantado con su carrera, se había pegado un tiro en la sien en pleno
show. Lo que conocían de memoria eran sus canciones, cuyas letras inspiraban a
mediados de los 70 a los sudafricanos que luchaban contra la opresión y el
autoritarismo del régimen sudafricano. “Sugar Man, ¿no te das prisa? / Porque
estoy cansado de estas escenas / Por una moneda azul, ¿no traerás de vuelta
todos esos colores a mis sueños?”, decía la letra de “Sugar Man” y la población
negra la repetía como un mantra en su lucha contra el apartheid. ¿Qué había
pasado con él? ¿estaba vivo? ¿por qué no se habían publicado más trabajos
suyos?
El hombre de cara aindiada era Sixto Rodríguez, cantante,
guitarrista y compositor estadounidense. Había nacido en el estado de Michigan
en 1942, en el seno de una familia mexicana que había emigrado a Detroit, la
ciudad emblema del fordismo, donde habían llegado en busca de trabajo en alguna
de las tantas factorías automovilistas asentadas en el por entonces pujante
distrito del centro del país norteamericano, con casi dos millones de
habitantes. Durante su juventud, Sixto
vivió el auge de la “Motor City”, cuando Chrysler, Toyota y la General Motors
producían la mayoría de los autos que circulaban por los Estados Unidos. También
fue testigo de la debacle de la industria automotriz en Detroit, cuando las
grandes marcas cerraron sus fábricas y miles de trabajadores latinos y negros
quedaron en la calle. En ese contexto recesivo y de cada vez mayor violencia
racial, Sixto comenzó a escribir sus canciones con un fuerte contenido político
y social. “Y puedes mantener tus símbolos de éxito / Entonces buscaré mi propia
felicidad / Y puedes guardar tus relojes y rutinas / Entonces voy a arreglar todos
mis sueños destrozados”, decía en “I’ll slip away”. De vez en cuanto
cantaba por unas monedas en los bares de la ciudad, oscuros y pequeños tugurios
frecuentados por desempleados, borrachos y gente abandonada a su destino. Hasta
que alguien lo vio actuar y le recomendó a un productor que valía la pena ir a
escuchar la música que hacía Rodríguez. Los productores lo
describían como un tipo misterioso, con un extraño carisma y aspecto de
indigente. Les llamaba la atención que Sixto Rodríguez no acepta reuniones
en domicilios particulares ni en bares.
Los encuentros tenían lugar en
distintas esquinas de la ciudad que elegía Sixto. Sospechaban que vivía en la
calle. En 1967, a los 24 años, grabó bajo el nombre de Rod Riguez el simple “I’ll
slip away”, con muy escasa repercusión. Los próximos tres años siguió
actuando esporádicamente en bares, a veces a cambio de comida, a veces a cambio
de modestos pagos. En 1970 firmó contrato con la discográfica Sussex Records y
grabó ya como Rodríguez dos discos: “Cold Fact” (1970), que mezclaba Folk-Rock
y canciones de protesta, y “Coming from Reality” (1971). Las
críticas fueron despiadadas y las ventas bajísimas. “Cold Fact”, que incluía
el tema que mucho tiempo después se convertiría en un hit, “Sugar
Man”, apenas vendió un puñado de copias. Lo despidieron del sello dos
semanas antes de Navidad. “Porque perdí mi trabajo / Dos semanas antes de
Navidad / Y hablé con Jesús en la alcantarilla / Y el Papa dijo que no era
asunto suyo”, cantaba en “Cause”, como una profecía autocumplida.
Su talento como letrista, compositor, guitarrista y su dulce voz no fueron
suficientes para que lograra instalarse con esos dos buenos discos en el
mercado musical estadounidense. Sixto Rodríguez tras esa corta
experiencia en la industria musical sepultó el sueño de ser un artista
reconocido. Su carrera se había terminado casi al mismo tiempo que había
empezado. Volvió a su casa de siempre en un barrio de la periferia de Detroit y
consiguió trabajo como obrero de la construcción en las afueras de Michigan. Nunca
más se lo vio en los bares de Detroit ni en algún otro ámbito musical. Para el
mundo de la música, la tierra se lo había tragado. Alejado de todo, Sixto no
sabía que lejos de Detroit y de su esforzada y monótona vida de obrero, lejos
de su mundo y de sus sueños rotos, en Sudáfrica, sus discos se agotaban y sus
canciones acompañaban las marchas contra el apartheid.
Las masas oprimidas que
recorrían las calles de ese país del sur de África coreaban los estribillos de
sus canciones y se hacían preguntas sobre el profeta que le daba letra a sus
luchas. Sin que ni siquiera en sus mejores sueños se lo pudiese imaginar, sus
álbumes se agotaban apenas eran colocados en las bateas de las disquerías y “Cold
Fact” se convirtió en disco de platino. Muchas de las canciones de Sixto
fueron prohibidas por la Radio Televisión estatal de Sudáfrica, pero ya era
tarde: la gente conocía sus letras de memoria y las cantaban en sus casas y en
la calle, durante las marchas contra el régimen sudafricano. Lo que se prohíbe,
siempre encuentra alguna hendija y logra crecer. Y así, músicos locales como Koos
Kombuis y Willem Möller, inspirados en Rodríguez provocaron la
revolución musical Afrikaan, que representaba la lucha de los negros contra la
segregación racial. Los años pasaban y también las décadas. La lucha contra la
opresión mantenía la llama siempre encendida y en paralelo el mito del autor de
“Sugar
Man” (que en realidad habla de un dealer) crecía y crecía. Había algo
que tampoco cambiaba: nadie sabía quién era Rodríguez ni dónde estaba. Se crearon leyendas de todo tipo, hasta
que dos fans sudafricanos se pusieron a indagar sobre él y ver qué había pasado
realmente con él. Una investigación, al más puro estilo thriller, que se narra
con maestría en “Searching for Sugar Man” (2012). Un periodista oriundo, Craig
Bartholomew, quiso investigar la realidad de la muerte de Rodríguez
y decidió seguir el rastro del dinero de esos discos que ya se podían comprar. Con
el periodista sudafricano Craig Bartholomew-Strydom, también
fanático del músico estadounidense, decidieron iniciar una investigación por
distintos medios para dilucidar de una buena vez el misterio que envolvía a la
admirada figura de Rodríguez. En enero de 1998 Strydom viajó a EEUU para
entrevistarse con los productores de los dos discos de Sixto.
El periodista
sudafricano lo primero que preguntó fue cómo había muerto el cantante. La
respuesta lo dejó tan perplejo como ilusionado: está vivo, le dijeron, aunque
no sabían nada de él, ni a qué se dedicaba ni dónde vivía. Internet no tenía el
tráfico actual, pero Segerman y Strydom diseñaron un
sitio dedicado a Sixto con la esperanza de conseguir alguna información. La
noticia llegó más pronto de lo que esperaban. Una de las tres hijas de Sixto,
Eva, tras asimilar la sorpresa de que su padre era un músico famoso y muy
querido en Sudáfrica, se comunicó telefónicamente con Segerman. “¿En serio
quieren conocer la historia de mi padre?”, dijo aun sorprendida la chica. Sixto
tenía 56 años y hacía casi 30 años que trabajaba en la construcción para
mantener a sus tres hijas. El director de cine sueco Malik Bendjelloul, que
estaba de viaje por el mundo buscando una buena historia para hacer un
documental, conoció a Segerman y se unió a la empresa de
buscar a Sixto. Cuando se enteró que una hija del músico había
respondido que su padre estaba vivo, el sueco decidió trasladarse a Michigan
para reconstruir la historia del músico. Así, en el documental “Searching
for Sugar Man” se contó la increíble vida de Sixto Rodríguez, sin
adelantar el final feliz. La película resultó conmovedora, casi atribuible a un
inspirado novelista, que cuenta una historia hecha en partes iguales de
fracasos y éxitos, de sueños truncos y mágicas reparaciones, de malas y buenas
jugadas del destino. El documental tampoco dejó de lado los espurios manejos de
la industria musical. Y mostró que, pese a los récords de discos vendidos en
Sudáfrica, Rodríguez nunca había recibido ni un solo dólar. En 2012, entre
una veintena de premios obtenidos por el filme, “Searching for Sugar Man”
obtuvo el Óscar en la categoría Mejor Documental Largo. Con la noticia de que Sixto
Rodríguez estaba vivo, se generó en Sudáfrica y Australia una enorme
expectativa. Al fin el misterio había sido develado y ahora el entusiasmo
estaba puesto en escuchar en vivo al hombre cuyas canciones conocían de
memoria. En marzo de 1998 finalmente el cantautor aterrizó en Ciudad del Cabo e
hizo una gira por todo el país, con entradas que se agotaron apenas habían sido
puestas en venta para sus seis conciertos. En su primera presentación, el 6 de
marzo, Rodríguez se sorprendió cuando la multitud coreaba todos sus
temas y se emocionó al ver en las primeras filas al público llorando de
alegría. “Gracias por mantenerme vivo”, atinó a decir apenas subió al escenario
y fue recibido por una larga ovación. En 1994 Mandela ya era
presidente, había abolido el apartheid y Sudáfrica había organizado el Mundial
de Rugby en 1995 con el objetivo de seguir acercando a las partes de un país
partido en dos. Sixto Rodríguez siguió volviendo muy seguido a Sudáfrica y
también a Australia. Realizó presentaciones además en Suecia. En total, brindo
casi un centenar de conciertos, ante un público que seguía coreando sus
canciones con el mismo fervor que cuando luchaban contra el apartheid. En las
últimas presentaciones, hace poco más de dos años, le costaba pararse frente al
micrófono debido a un avanzado glaucoma, pero sin embargo nada le impedía
disfrutar del público que lo amaba, tan lejos de Michigan, donde le habían dado
la espalda.
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